Junts me camela
«Puigdemont sabe que el poder en España no lo ejerce el partido con más escaños, sino el que resulte indispensable para la continuidad de Sánchez en el poder»
Christopher Hitchens apuntaba una diferencia esencial entre perros y gatos. Si les proporcionas comida, agua, cobijo y afecto, los perros pensarán que eres dios. Pero los gatos, cuando les proporcionas comida, agua, cobijo y afecto, concluyen que los dioses son ellos. Tras décadas de traspasos, dádivas y chantajes, resulta evidente que nuestros nacionalistas son de naturaleza felina: las cesiones no han servido para apaciguarlos, sino para endiosarlos. Sin embargo, el Gobierno insiste en presentarlos como cuzcos fieles que no persiguen más que un hueso y un poco de cariño para acurrucarse a los pies del Estado, aunque siempre es el Estado quien acaba a los pies del nacionalismo. La última entrega del folletín de la humillación la disfrutamos en la sesión parlamentaria de ayer.
Me avergüenza reconocer que disfruto viendo a Junts en acción. Me atrae como me atrae Uno de los nuestros: contemplar el mal en acción es un placer (culpable quizá, pero un placer después de todo). Puigdemont no engaña, es exactamente lo que parece y está a la altura de su temeridad. A principios de agosto avisó de que haría «mear sangre» a Pedro Sánchez y en la sesión de ayer asomaron las primeras gotas. Acostumbrados a la opacidad ensortijada del Gobierno, la transparencia de Puigdemont es casi emocionante. No pretende ser un hombre de Estado, un humanista o un aliado de las buenas causas. Es un prófugo de la Justicia, con delirios mesiánicos, y estaba desahuciado de la vida pública hasta que en el reparto del 23-J le cayó un valioso rehén.
«Es imposible que se rompa una negociación con quien está dispuesto a cederlo todo»
Puigdemont sabe que Pedro Sánchez necesita su apoyo para gobernar, y sabe que le dará lo que pida para seguir gobernando. Elogiar la capacidad de negociación del PSOE es como elogiar la humedad del agua: es imposible que se rompa una negociación con quien está dispuesto a cederlo todo. Puigdemont conoce el guion: el poder en España no lo ejerce el partido con más escaños, sino el partido que resulte indispensable para la continuidad de Pedro Sánchez en el poder.
Esta vez Puigdemont ha exigido la publicación de las balanzas fiscales y el traspaso de las competencias sobre inmigración. Y el Gobierno ha cedido. Nadie sabe muy bien cómo se concretará el pacto, pero no importa: la cesión es el botín. Para prender su comunidad imaginada, el nacionalismo catalán tiene que avivar dos fantasmas clásicos: el del expolio fiscal y el del riesgo de desaparición de su raza. Dos gritos («¡Nos roban!», «¡Nos extinguimos!») para justificar lo que llegará. Y cuando llegue no vale hacerse el sorprendido. Todo está ocurriendo, como ocurrió el procés, a la vista de todos. Por eso me cautiva Junts, porque es capaz de ganar la partida con una mano mediocre y las cartas destapadas. Hay quien descubrió ayer que Junts no es un partido progresista. Imagino que harán lo mismo que aquel escritor, indignado porque Sánchez había traicionado su palabra: pasar del colaboracionismo al nihilismo sin rozarse con la resistencia.