De la taiga al suburbio
«¿No queríamos fascistas?: pues nos los inventamos. Los comités de salvación de la moral empezaron con Houllebecq y ahora la emprenden con Sylvain Tesson»
La primavera de los poetas es un festival francés de poesía que todos los años nombra a una madrina o padrino que lo tutela simbólicamente. La deliciosa plaza de Saint-Sulpice, cerca del Luxemburgo, es uno de los lugares donde se celebra. Un poco más arriba queda la sede de la histórica Mercure de France –donde el pintor Miquel Barceló acaba de publicar su último libro, De la vida mía–, más a la derecha está la casa de Patrick Modiano desde hace también otra vida, y más abajo, el café donde se sentaba Perec a escribir sus ejercicios urbanísticos de estilo.
La fuente que corona la plaza es imponente; como la iglesia que le da nombre. Pero hablábamos de padrinos y madrinas y hasta hoy, la mayoría de ellos han sido actrices, actores y algún escenógrafo que, a su vez, también era actor. Escritores apenas: sólo recuerdo a la madrina de 2016, que fue la poeta de Costa de Marfil Tanella Bonni y la recuerdo –mea culpa– porque no sabía de su existencia y nada de ella he leído aún. Como recuerdo que también lo fue Juliette Binoche, esta sí recordada por todos en Azul, Herida o El paciente inglés.
Este año se ha nombrado padrino del festival al escritor Sylvain Tesson, que no es actor y tampoco poeta en verso sino escritor de viajes y despojamientos; o sea, alguien que de sus viajes no sólo hace una poética de vida, sino que construye un particular mundo literario, en su caso, ausente de materia y lleno de poesía e inteligencia. O sea, un padrino impecable para el festival, un habitante del espíritu que va de Homero a Thubron, pasando por Rimbaud, y que fue Prix Renaudot por su estupendo El leopardo de las nieves. La poesía vive en las páginas de este viajero de aspecto rudo y sensibilidad refinada, como un John Wayne que, en los márgenes de su cuaderno de bitácora en el Gran Cañón, escribiera haikús tan delicados como deslumbrantes.
Que Tesson tiene las espaldas anchas lo sabíamos porque de no tenerlas no habría podido cruzar a pie los parajes tan difíciles que ha cruzado, de las estepas mogolas a los bosques de Siberia, pero nunca hubiéramos sospechado que iba a ser la diana de centenares de poetas, libreros, profesores de Liceo y artistas franceses que han recibido su nombramiento en La primavera de los poetas como un insulto político. ¿Ha redactado alguna ley, Tesson? ¿Se ha presentado al Parlamento con un programa demoledor para la cultura francesa? ¿Ha manifestado su favor por este o aquel presidente de gobierno? ¿Se ha sobrepasado con alguna editora? ¿Ha publicado libelos de apoyo a regímenes revolucionarios? Ninguna de esas cosas ha hecho Sylvain Tesson y sí lo han hecho a lo largo de la Historia muchos escritores franceses: desde Stendhal y su fervor napoleónico a Jean-Paul Sartre y sus fiebres totalitarias (hasta el régimen criminal de Pol Pot apoyó Sartre), pasando por André Malraux y su devoción por Charles de Gaulle. La lista es muy larga y si nos saliéramos de Francia, kilométrica.
Pero Sylvain Tesson ha sido nombrado padrino de Le printemps des poètes, poco después de la última reforma del Gobierno Macron y de la discutida ley sobre inmigración y, sin comerlo ni beberlo, está pagando los platos que unos han roto y otros rompen ahora. Que no quede plato alguno y a Tesson que lo manden a fregar los que no se hayan roto, por haber aceptado apadrinar un festival de poesía. ¿De la primavera de los poetas a la primavera de Mao? Tiene guasa la cosa. O la tendría si no fuera por la existencia de tanto comité de salvación de la moral social, esos que deciden cómo han de vivir los demás y quienes han de estar y ser y quienes no, siempre en función de las frustraciones e histerismos de estos aprendices de comisario que en Occidente abundan.
Digo Occidente porque ni en la Rusia de Putin, ni en la China de Xi Jinping, durarían un telediario de llegar a hacer algo remotamente parecido. Pero dejemos las argumentaciones vulgares –como acusar de extrema derecha a los que no piensan como ellos– a quienes cultivan la vulgaridad como norma, por mucho que la disfracen. Basta que un periodista tenga la ocurrencia y la escriba: como ocurrió meses atrás con Houllebecq, Tesson y Yann Moix en las páginas de Le Monde. ¿No queríamos fascistas?: pues nos los inventamos. Empezaron con Houllebecq y ahora la emprenden con Tesson. En su Pequeño tratado sobre la inmensidad del mundo, estas miserias no existen. En su vida, tampoco.