Los adjetivos y lo sustantivo
«Si hay un territorio en el que Sánchez vive cómodo, ese es precisamente el territorio de lo adjetivo»
De igual manera que la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética propició una escalada militar en la que ambas potencias competían en la construcción de la bomba más absurdamente destructiva, hoy existe en la prensa y en la política española una competición semántica que impulsa a los políticos y columnistas menos dotados por las musas a la utilización de adjetivos cada vez más gruesos para calificar tanto al presidente del Gobierno como a sus políticas.
Una carrera que, además de sus nocivos efectos para la salud de nuestro idioma, lejos de debilitar al actual inquilino de la Moncloa, lo único que consigue es fortalecerlo.
No me estoy refiriendo exclusivamente a una cuestión de estilo a pesar de que también haya mucho de eso, de estilo y de falta del mismo, hablo fundamentalmente de que la proliferación de adjetivos en nuestro ecosistema opinatorio patrio no está propiciando en absoluto una crítica más eficaz a la acción del Gobierno de España, sino más bien al contrario, está reduciendo el mismo a un unga-unga colérico cuyo insoportable ruido impide a la ciudadanía entender lo sustantivo y consecuentemente lo peligroso de las mismas.
Y es que mientras que los sustantivos construyen puentes favoreciendo el entendimiento y la comprensión profunda de las cosas, los adjetivos, especialmente los más gruesos, solamente son capaces de cavar zanjas, simas tan profundas como el abismo de las Marianas que impiden el camino de retorno a quienes dejan al otro lado de las mismas a base de calificativos de un calibre más grueso que los proyectiles de la Dicke Bertha, ya saben, aquel pavoroso cañón alemán que disparaba obuses del tamaño de un autobús.
«La proliferación de adjetivos en nuestro ecosistema opinatorio patrio no está propiciando en absoluto una crítica más eficaz a la acción del Gobierno de España, sino más bien al contrario»
Pero no es eso lo más grave, lo verdaderamente dramático de esta nueva tribu de adjetivadores compulsivos es que no son capaces de darse cuenta de que si hay un territorio en el que Sánchez vive cómodo, ese es precisamente el territorio de lo adjetivo.
En esa ínsula del exabrupto todo cobra sentido para él, allí existen enemigos y amigos, leales y traidores, nobles espíritus de progreso y perversas almas reaccionarias. El paraíso del sanchismo.
Donde realmente tiene problemas Sánchez en en las altas tierras de lo sustantivo, que son las de las políticas públicas que anuncia y no pone en marcha, las de las consecuencias últimas de sus trolas para los ciudadanos, las de cómo afectan realmente sus decisiones a nuestros bolsillos, las de los recortes de los espacios públicos de libertad.
Pero claro, como para escribir de cuestiones tan sustanciales como esas es necesario pararse, pensar y estudiar, Sánchez podrá seguir viviendo tranquilo mientras la tribu del adjetivo enhiesto sigue engorilada en la búsqueda de un calificativo más grueso que el anterior mientras olvida que la gente, los ciudadanos, los votantes, viven cada día rodeados de problemas como el alquiler, la cesta de la compra o el cole de los niños.
Cuestiones todas ellas tan rocosamente sustantivas que resultan escasamente adjetivables.