Advertencia para catastrofistas: los recursos naturales nunca se terminarán
«Antes de que se agote, encontraremos una alternativa a los usos que ese recurso nos aporta»
¿Cuándo se va a terminar la comida? Nunca
¿Y el cobre, el aluminio, el carbón, el gas o el silicio? Nunca
Los recursos naturales no se van a terminar nunca porque son infinitos, desde un punto de vista económico. A pesar de más de doscientos años de discursos catastrofistas y de advenedizos del apocalipsis, esos discursos han errado siempre en sus predicciones. Ya en 1798 Malthus pronosticaba enormes hambrunas y grandes guerras por la falta de recursos. En 1865, Jevons pronosticaba el fin del carbón. Ehrlich profetizaba en 1970 que la población mundial no tendría comida en los años 80. Este mismo lumbreras afirmaba que en los 80 morirían 4.000 millones de personas en lo que llamó «la gran extinción» y que para el año 2000 no existirían bosques tropicales. Peter Gunter afirmó que para el año 2000 el mundo entero pasaría hambre. La revista Life publicaba que para 1985 la polución del aire habría reducido a la mitad la cantidad de luz que viene del Sol. Por su parte, Kenneth Watt afirmaba que en el año 2000 no quedaría más petróleo y Harrison Brown juraba que para 1990 ya se habrían terminado el plomo, el zinc, el estaño y la plata. Todos fallaron, estrepitosamente. Todos ellos y también todos los demás que hicieron profecías similares.
A pesar de ello, estos ejercicios de tarot apocalíptico se siguen escuchando a día de hoy en boca de todos los que comulgan con el catastrofismo contemporáneo. Más de dos siglos haciendo el ridículo de manera hilarante, pero aun así continúan siendo la referencia intelectual de los movimientos sociales que pretenden dirigir el rumbo de la humanidad en las próximas décadas. La realidad, a pesar de toda esta caterva de cantamañanas, es que en la actualidad hay más recursos naturales que nunca antes en la historia. Y esto es indiscutible e irrefutable.
Muchos autores se han dedicado al estudio de esta disciplina en las últimas décadas. Julian Simon fue probablemente el primero en hacer un análisis económico sistemático y desenmascarar las falacias del discurso eco-apocalíptico. George Reisman hizo también una buena aproximación en su obra magna Capitalismo Recientemente se ha publicado un espectacular trabajo con datos actualizados que demuestra, de una vez por todas, el vacío absoluto sobre el que se asientan los argumentos de aquellos que postulan el fin del mundo. Se trata del libro Superabundancia escrito por Marian Tupy y Gale Pooley, publicado en lengua castellana por la editorial DEUSTO.
Por todos es sabido que cuando algo escasea, su precio sube. La tesis fundamental de Tupy y Pooley es, entonces, la siguiente: si realmente los recursos naturales estuvieran escaseando, tanto los precios de los futuros sobre esos recursos, como los precios actuales de los mismos estarían aumentando. ¿Lo están? Adicionalmente, determinar esos precios en valor monetario no tiene mucho sentido, hay que hacerlo en función del poder adquisitivo real. Es decir, si el precio de algún recurso sube, pero los salarios suben más rápido, ese recurso es cada vez más barato en realidad. O visto de otro modo, yo tengo que trabajar menos tiempo para comprar la misma cantidad de ese bien. Si esto sucede, ese bien es cada vez más abundante y no cada vez más escaso. Es más abundante porque, trabajando el mismo tiempo, puedo comprar cada vez más de ese recurso. ¿Cómo iba a poder hacer eso si el recurso fuera cada vez más escaso?
Tomemos, por ejemplo, el caso de la luz artificial, objeto de absoluto lujo a comienzos del siglo XX. Una persona con un salario bajo tenía que trabajar seis horas en el año 1900 para poder pagar la electricidad que consumía una bombilla durante un día entero. Hoy, un trabajador español que cobra el salario mínimo, trabajando las mismas seis horas podría encender una bombilla durante 450 días (y eso que más de la mitad del precio son costes originados por el gobierno). La luz artificial es hoy 450 veces más barata que a principios del siglo XX.
«La abundancia de recursos es cada vez mayor y, más importante aún, cuantas más personas hay en el mundo, mayor es la abundancia de recursos»
En un análisis sistemático, los autores de Superabundancia nos muestran que el tiempo de trabajo necesario para comprar recursos naturales es cada vez menor. Por ejemplo, hoy hay que trabajar un 86% menos tiempo que en 1980 para comprar la misma cantidad de azúcar. Un 87% menos para el uranio, un 85% menos para la plata, un 76% menos para el aluminio, un 75% menos para el estaño, un 74% menos para el platino, un 60% menos para el gas natural, un 46% menos para el carbón, un 39% menos para el cobre y un 22% menos para el zinc. ¿Dónde está la escasez de recursos naturales? ¿En base a qué argumentos alguien nos puede decir que los recursos naturales se están terminando?
De hecho, sucede exactamente lo contrario. Cada 14 años la abundancia de la plata se dobla. Es decir, cada 14 años puedo comprar el doble de plata trabajando la misma cantidad de tiempo. Cada 19 años se dobla la abundancia de estaño, cada 20 la de platino, cada 29 años la de gas natural y la de níquel, cada 43 años la de carbón y cada 53 la de cobre. Con los productos alimenticios sucede exactamente lo mismo: cada 13 años se dobla la abundancia de azúcar, cada 14 la de café y la de cacao, cada 19 la de las gambas, cada 20 el maíz, cada 24 el plátano, cada 25 el té, cada 29 las naranjas y cada 30 el cordero. ¿Dónde está la escasez de comida? Y este espectacular aumento de la abundancia se ha conseguido a pesar de que, en el mismo periodo, la población mundial ha aumentado en más de 3.500 millones de personas.
Permítanme otro ejemplo, cinematográfico esta vez, que vi el otro día en una cuenta de Twitter. En la popular película Solo en casa, el joven Macaulay Culkin iba al supermercado y pagaba 19,83$ por una serie de productos (fíjense la próxima vez que la vean). Estábamos en 1990. Si hoy fuéramos a un supermercado de Estados Unidos y compráramos los mismos productos, nos costarían 40,60$ (un 105% más caro). Sin embargo, en el mismo periodo, los salarios más bajos de Estados Unidos han subido casi un 180%. Por tanto, los bienes comprados son más baratos ahora que en 1990. Mucho más baratos, en realidad.
Hay dos aspectos fundamentales que los profetas apocalípticos deciden ignorar continuamente. El primero es que es el ser humano el que crea los recursos. Los recursos no son, los hace el ser humano. Y es la tecnología, el capitalismo, la división del trabajo y los aumentos de productividad los que hacen que los recursos sean cada vez más abundantes desde un punto de vista económico. El segundo es que los maltusianos centran la discusión en la cantidad de recursos físicos, algo que no tiene ningún sentido. La cantidad de petróleo en la Tierra es finita, obviamente. Pero ignoran que el ser humano no está interesado en el recurso per se, sino en el beneficio que ese recurso nos aporta. Los seres humanos no tenían ningún interés en matar ballenas per se, tenían mucho interés en el aceite de ballena como recurso para poder alumbrarse. La aparición del petróleo hace que las ballenas dejen de tener interés. Del mismo modo, si mañana todos los vehículos se movieran con, digamos, agua del mar, dejaríamos de utilizar el petróleo para mover coches. Así de sencillo.
Por eso los recursos nunca se terminarán, porque antes encontraremos una alternativa a los usos que ese recurso nos aporta. La Edad de Piedra no se terminó porque agotáramos las piedras. Se terminó porque los avances tecnológicos nos permitieron dominar la fundición y entrar en la Edad de los Metales. Fue un cambio de tecnología. La edad de los combustibles fósiles no se terminará porque éstos se terminen, sino porque los seres humanos descubramos nuevas alternativas energéticas y tecnológicas a los combustibles fósiles. Pero esto no conseguirá escribiéndolo en el BOE o en absurdos acuerdos en las cumbres COP. La solución va a salir de la innovación, la tecnología, la división del trabajo y el capitalismo. Como siempre. Y lo conseguiremos, a pesar de los estados, no gracias a ellos.
Como reza la regla de Simon: A medida que aumenta la población, el precio (medido en tiempo de trabajo) de la mayoría de los recursos será más barato para la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo. Desafortunadamente, la mayoría de la gente asumirá lo contrario. El corolario de todo esto es que la abundancia de recursos es cada vez mayor y, más importante aún, cuantas más personas hay en el mundo, mayor es la abundancia de recursos. ¿No les da qué pensar? En la división del trabajo está la clave de todo. Es decir, en la economía, una disciplina a la que los maltusianos tienen alergia, por eso andan tan perdidos.