Fernando Savater: poética de una despedida
«Si leen ‘Carne gobernada’ comprobarán que el desquite del autor con ‘El País’ es una pequeña parte de un largo adiós a los capítulos dorados de una vida»
Mi lectura del despido de Fernando Savater no se parece a la de mis colegas. Coincido en lo evidente: la empresa lo despidió tras la publicación en El Confidencial de un adelanto de su último libro en el que se refería al diario El País en términos poco elogiosos. Para los afines a Savater, su despido es la prueba definitiva de la degeneración de El País, y para los contrarios, la prueba definitiva de la degeneración de Savater. Si leen el extracto seguramente concluyan que el despido era el resultado esperable: me cuesta imaginar que otra empresa en la situación de El País hubiera actuado de forma distinta. Y seguramente el propio Savater comparta esta opinión. Por eso me gustaría dejar a un lado los chismes y los debates simples, e intentar pasar de la literalidad a la poética. No me interesa hablar de El País de los ochenta, ni de censuras, ni de servidumbres editoriales, ni de las causas procedentes de despido. La mayor lacra del forofismo es que silencia las preguntas que importan.
El Affaire Savater no es un despido, sino una despedida. Después de 47 años se extingue la relación más longeva y fiel del travieso pensador. Sí, el motivo inmediato y evidente es ese extracto que, según ha dicho el propio Savater, se publicó a sus espaldas. Pero tras leer su Carne gobernada, la lectura de los hechos cobra otro color. El capítulo que vio la luz sólo ha logrado distraer la mirada de lo importante. Si leen Carne gobernada comprobarán que el desquite del autor con El País es una pequeña parte de un largo adiós a los capítulos dorados de una vida. En sus ciento y poco páginas florece una prosa inspirada y crepuscular, una poética dolida y valiente que dibuja el final de la vida.
«En sus propias palabras, ‘Carne gobernada’ es un ‘estriptis espiritual’, el último canto de un vitalista irredento»
Es la ausencia de Sara («el amor que todo lo devora»), la artrosis, las arrugas y el reloj: «Vejez sin rodeos ni camuflajes, sin remedio, sin reparación posible, sin vuelta atrás». Los ecos gongorinos que hacen de la vida polvo y del polvo nada. La constatación de que la felicidad ya es imposible, y el redescubrimiento de que el placer puede convivir con la tristeza. Savater pone cuerpo y voz a esos placeres, tan silentes en los hombres de una edad. En sus propias palabras, Carne gobernada es un «estriptis espiritual», el último canto de un vitalista irredento. Savater, el socairero social, el estajanovista cívico, nos explica a qué sabe el final.
El libro es una despedida, y tiene gracia que haya provocado un despido, y lógica que haya sido tan sonoro: «El País está ligado a mi vida de manera insustituible y viceversa». Carne gobernada desvela que nada termina de forma tan abrupta y sorpresiva como lo que parecía no tener fin. Su despedida de El País estaba anunciada. No hay epílogo más elocuente a una vida tan libre y revoltosa.