Sobran los motivos para liberar a Assange
«Está claro que se han cometido con él tan aviesos y vengativos abusos que ya ha pagado bastante por sus delitos, reales o no, y es de justicia liberarlo»
El artista ruso Andrei Molodkin (57 años) ha reunido en una enorme caja fuerte instalada en su casa de Maubourguet (en el sur de Francia, a 150 kilómetros de Toulouse) un dibujo de Rembrandt, otro de Picasso, algo de Warhol, y algo de Andrés Serrano, el del famoso Piss Christ: la célebre urna de vidrio que contiene un crucifijo flotando en orina (¡uy, qué sofoco le dará a Apolonia y a sus abogados cretin… cristianos!).
Y así hasta 16 obras de arte, que le han confiado a Molodkin, sabiendo que corrían el riesgo de perderlas, otros tantos artistas y coleccionistas, en gesto de solidaridad con el destino de Julian Assange.
A riesgo de perderlas porque la gracia del asunto es que la caja fuerte cuenta con un dispositivo para provocar una reacción química que Molodkin activará en el caso de que Assange muera en prisión, y serán destruidas.
Mientras éste permanezca, por más que preso, con vida, las obras seguirán durmiendo en la oscuridad de la caja fuerte. Si Assange es liberado, Molodkin las devolverá a sus propietarios.
La posibilidad de que Assange sea asesinado se basa en una información de hace unos años de Yahoo News, según la cual algunos oficiales de la CIA y del Gobierno de Donald Trump sostuvieron conversaciones sobre cómo hacerlo. Ignoro la veracidad de esa noticia, pero el artista y sus donantes se la han tomado muy en serio.
«Cuanto más se conciencia Weiwei de los males de este mundo, menos me interesa»
Como hasta ahora yo no había oído hablar de Molodkin, he estudiado un poquito y sabido que es un artista disidente del régimen en su país, y que practica un arte militante, o de denuncia. Ahora bien, esto último no necesariamente le descalifica o le distingue positivamente. Puedes ser una gran artista de la denuncia social como la mexicana Teresa Margolles, y un liante trepilla como el español… no diré su nombre.
Entre una y otro está Ai Weiwei, que tan estimulante me parecía en las fotos de los años 90, donde su novia enseña las braguitas ante un retrato de Mao en la trágica plaza Tiananmen, o en que se muestra a sí mismo sosteniendo entre las manos una pieza de cerámica de la dinastía Han (principios de nuestra era) y la deja caer al suelo, destruyéndola. ¡Una pieza de dos mil años de antigüedad! Pero cuanto más se conciencia Weiwei de los males de este mundo, menos me interesa, aunque, por supuesto, deploro esos males como el que más.
¿Y Molodkin? Bueno, es discutible que sea un artista significativo. Tiene un par de obras en la colección permanente de la Tate Modern. Sus herramientas más recurrentes son la tecnología, el petróleo y la sangre humana, según cuenta Nadia Beard en The New Yorker.
Por ejemplo, en 2022 expuso su Copa del mundo de la FIFA llena de petróleo quatarí (la copa más sucia), réplica de la copa que ganó Argentina, transparente y llena de petróleo, con un tubito insertado por la base mediante el cual a intervalos irregulares eyecta ruidosamente, como si eructase, burbujas de crudo…
«Lo que ha sucedido con Assange, delincuente o no, es de vergüenza (ajena)»
Nardia Beard relata otras intervenciones de este artista ruso críticas espectaculares, bienintencionadas, que no he visto y sobre cuyo valor me abstengo de opinar.
Claro está que, comparado con lo que se le hace a los disidentes y adversarios en los países no democráticos, el caso Assange es insignificante, pero aún así lo que ha sucedido con este señor, delincuente o no, es de vergüenza (ajena).
En 2010 filtró a varios periódicos de renombre internacional, que lo publicaron, algunas trapisondas y crímenes de Estado cometidos en el marco de las guerras de Afganistán y de Irak, que le había pasado un soldado sexualmente trastornado (que en el ínterin ya ha cambiado de sexo y ha sido liberado, mediante un indulto de Obama). A los periódicos que difundieron las tropelías nada les ha pasado, pero sobre el filtrador ha caído todo el peso del imperio.
Primero, para retenerle en Londres, se le acusó de una violación en Suecia de la que no había ninguna prueba, acusación que ya ha sido retirada.
«El pobre infeliz lleva cinco años en prisión, mientras la Justicia decide si lo entrega, atado de pies y manos, a Estados Unidos»
Luego, cuando, perseguido por los Estados Unidos, se refugió en la Embajada de Ecuador, sus indignos anfitriones le pusieron cámaras para espiarle (por cierto: mediante una empresa de espionaje española) y filtraron a la prensa detalles, reales o inventados, sobre los episodios más patéticos de su errático comportamiento en la legación; el objetivo era ridiculizarle y deshumanizarle; al cabo de unos años —en un acto inaudito de traición y de sumisión a la voluntad de Washington que conculca todas las prácticas y normas de la Diplomacia internacional— lo expulsaron y entregaron a la policía británica.
El pobre infeliz lleva cinco años en prisión, mientras la Justicia decide si lo entrega, atado de pies y manos, a los Estados Unidos —donde ya le tienen preparada en un presidio de alta seguridad una celda contigua a la del Chapo Guzmán, para que pase en ella el resto de su vida—, o si le sueltan después de robarle todos estos años.
Dicen algunos visitantes y amigos que el hombre ya ha perdido la cordura, en parte o del todo. Yo no estoy tan seguro de que el argumento de que, en nombre de la libertad de prensa, tenía derecho a sustraer y publicar información secreta del Estado vaya a misa, pero está claro que se han cometido con él tan aviesos y vengativos abusos que ya ha pagado bastante por sus delitos, reales o no, y es de justicia liberarlo.
Claro que así nos perderemos el deseable show del señor Molodkin destruyendo unas cuantas obras maestras del arte (¡Rembrandt!, ¡Warhol!)… Y sería maravilloso reducir, aunque sea un poco, las cosas del mundo, que son excesivas, como dice el verso de Milosz:
«El lado luminoso del planeta se mueve hacia la oscuridad
y las ciudades se van durmiendo, cada una a su hora,
y para mí, hoy como ayer, todo esto es demasiado.
Hay demasiado mundo».
Sí, hay demasiado mundo. Y de la existencia de esas obras durmientes en su caja fuerte, que nos gustaría saber destruidas entre las gruesas paredes de denso acero impenetrable, tampoco tenemos otra prueba que la palabra del señor Molodkin…