THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

El envidiable destino de Rubén Wagensberg

«Temiendo que los jueces le reclamen para pasar cuentas, el diputado de ERC ha puesto pies en polvorosa sin esperar a la citación y se ha instalado en Suiza»

Opinión
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El envidiable destino de Rubén Wagensberg

El diputado Rubén Wagensberg.

Me encanta Rubén Wagensberg. Nacido en Barcelona en 1986, es de buena familia, de una familia ilustrada, con raíces judías, como su brillante tío, el intelectual que creó el Cosmocaixa y escribió libros paradójicos, que algunos consideraban estimulantes, como Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?

Bien educado, bien relacionado en la buena sociedad barcelonesa, inteligente, documentado, Rubén lo tenía todo, o casi todo, para aportar algo sólido a la comunidad.

Hubiera podido dedicarse a medrar discretamente en el mundo académico, en el intelectual o en la economía productiva de verdad. El mundo estaba abierto para él. 

En sus años mozos Rubén, que debía de ser un idealista, se dedicó a la caridad solidaria, a los viajes al tercer mundo para solidarizarse con las sociedades parias, a apoyar a los sinpapeles y proclamar que queríamos acogerles (aunque no en su casa, claro). 

Cuando uno se desplaza una y otra vez a lejanos confines para ver de cerca la miseria y empatizar con ella es inevitable que se compare con los amigos y parientes más conformistas y convencionales que se han quedado en casita, al amor de la chimenea, o de la calefacción central, y se sienta moralmente superior e intelectualmente más sabio que esos pantuflistas que en lo único que piensan es en el medro personal, en si es mejor Barbie o Oppenheimer y en el nuevo restaurante que han abierto en el barrio. El joven Wagensberg, habiendo visto tanta desdicha, sublevándose mentalmente contra tanto dolor, y organizando manifestaciones para reclamar que España acoja más refugiados, debía de sentirse muy buena persona, muy bien en su propia piel. ¡No hay cosa mejor!

Pero llegó un momento en su vida, como en la de tantos catalanes, en que en su conciencia se produjo un clic, provocado por aquella dinámica de masas, aquel curioso espejismo colectivo, construido y difundido por las élites políticas de la región que no tenían nada mejor que hacer, y se apuntó a la causa de la independencia, el procés, que era una idea de una simplicidad kitsch: por más que a cualquier visitante forastero que se diera un paseo por Barcelona o Gerona le costase creerlo, nosotros, los catalanes, éramos también una especie de víctimas, de «refugiados», estábamos oprimidos y «colonizados» y luchábamos contra España por una vida más digna y libre que cuajaría en la independencia de nuestra región.   

Diputado por ERC en 2017, Wagensberg se comprometió a fondo con esta causa. Y al procés, sostiene la policía, no contribuyó desde la calle quemando contenedores y enfrentándose con ella como cualquier pringadillo de la clase de tropa de esos que ahora esperan la amnistía como la última cantimplora en el desierto; sino, como correspondía a un alto cargo, desde la sala de máquinas, desde la capitanía digital, organizando las algaradas de gamberrismo urbano intimidatorio llamadas el Tsunami Democràtic. 

«Konan se lo debió de pasar bomba movilizando a sus peones, jugando Risk con las autoridades, creando el caos»

Se enmascaraba Rubén –en fin, eso dicen los investigadores- bajo el alias de Konan. Desde esa sala de máquinas se impartían las instrucciones, se movían las masas que colapsaron el aeropuerto de Barcelona o se cortaba el tráfico de las autopistas. Konan se lo debió de pasar bomba movilizando a sus peones, jugando Risk con las autoridades, creando el caos. 

Ahora bien, la vida es de un moralismo terrible: después de las fiestas suele venir la factura, por más que el Gobierno se esfuerce en que todo aquel destrozo quede impune y por más que Francesc Pujols profetizase que llegará el día en que los catalanes, por el mero hecho de serlo, iríamos por el mundo con todo pagado. 

Ese día aún no ha llegado. Temiendo que los jueces le reclamen para pasar cuentas, Wagensberg ha puesto pies en polvorosa sin esperar a la citación y se ha instalado en Suiza. 

Y bien que ha hecho. Algunos envidiosos le reprochan que, después de tanto predicar la vida franciscana, los brazos abiertos a los inmigrantes sin papeles y la lucha callejera, Konan corra a refugiarse en la capital mundial del capitalismo. En Ginebra, nada menos, donde hay en cada esquina hay un banco para recibir y proteger las fortunas de los grandes financieros y especuladores, de los corruptos y de los traficantes de armas y drogas de los cinco continentes. 

Vamos a ver si nos enteramos: Konan no tiene un pelo de tonto. ¿Dónde iba a refugiarse? ¿En alguna leprosería de la India? ¿En Kabul, con los talibanes? ¡Vamos, hombre!

«Seguirá cobrando ese sueldo delirante que cobran los diputados catalanes por hacer el payaso en el Parlament»

De momento seguirá cobrando ese sueldo delirante que cobran los diputados catalanes por hacer el payaso en el Parlament, se ahorra participar en el teatrillo de la política, y –el lujo máximo—empieza, siendo todavía joven, una nueva vida en el país donde es una tontería, un error muy extendido, no vivir. 

Seguro que en pocos meses encontrará la manera de adquirir la ciudadanía suiza y un empleo bien remunerado, sea en algún banco o en alguna de las numerosas multinacionales con matriz en Basilea o en alguna entidad de filantropía internacional de esas con las que Occidente se da a sí misma buena conciencia y con las que sin duda en el pasado Rubén estableció buenas relaciones. 

¡Pero si hasta aquella chica de la CUP que se olía el sobaco y fruncía el ceño al entrar en el Parlament encontró en Suiza una sinecura! Regulada su situación procesal en España y pudiendo volver libremente a Barcelona a retomar la lucha por la libertad, Anna Gabriel ha preferido quedarse en Ginebra. Creo que las autoridades suizas sólo le han impuesto la condición de renunciar al peinado batasuno, sustituir las roñosas camisetas por blusas bien planchadas y ducharse con razonable periodicidad. 

Seguro que Anna puede ayudar a Rubén a encontrar algo guapo, bien pagado y no muy fatigoso. Y mientras, él, imbuido del romántico papel del injustamente exiliado, del solitario errante, puede ir descubriendo el próspero y precioso país, tan agraciado por la naturaleza con valles, montañas, lagos, nieves. Sils-Maria y enfrente, Saint Moritz. Y el incesante Ródano, y el lago… Ginebra, Basilea, Zúrich, Lausana, ciudades donde cada noche puedes oír un concierto de música de cámara, sí, cada noche, en cada iglesia… 

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