THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

¡Aquí no cabemos todos!

«La xenofobia es transversal a todo el independentismo. Sin embargo, en el colmo de su cinismo, presentan siempre a Cataluña como una ‘tierra de acogida’»

Opinión
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¡Aquí no cabemos todos!

Ilustración de Alejandra Svriz.

Una de las múltiples cesiones de Sánchez, en su condición de felpudo de Puigdemont, ha sido la de la gestión de la inmigración, aunque como es el trilero mayor del reino, luego dijo que no les había dado nada que no tuvieran ya. El caso es que, de repente, muchos se cayeron del caballo y empezaron a ver la luz: los de Junts, herederos de la antigua Convergència i Unió, no era ese partido de progreso que nos estaban pretendiendo vender, sino gente cercana a la ultraderecha, tal y como son considerados en la Unión Europea y como demuestran sus estrechos contactos con la ultraderecha de países como Italia, Bélgica y Alemania. Tampoco había que irse muy lejos porque Duran i Lleida eligió en su día como lema para los carteles de la campaña de 2008 «La gent no se’n va del seu país per ganes sinó per gana. Però a Catalunya no hi cap tothom» (la gente no se va de su país por ganas, sino por hambre. Pero en Cataluña no caben todos). 

Y no es que la xenofobia de ese partido se limite a un político que ya no está en sus filas, sino que forma parte de su ADN nacionalista y que no se vierte tan solo contra personas llegadas de otros países, sino también contra cualquiera que venga de otra región. De hecho, a un español que cambia de comunidad autónoma no se le llama inmigrante, pero en Cataluña sí, a ellos e incluso a sus descendientes —para que lo entiendan, a mí muchos no me consideran catalana pese a que he nacido aquí y a que mis padres han vivido en Cataluña prácticamente toda su vida— y tienen apelativos despreciativo para nosotros como charnegos, colonos o nyordos («zurullos»).

Y esto no es solo cosa de Junts, con el inefable Quim Torra y sus artículos xenófobos a la cabeza, sino que es transversal a todo el independentismo como se puede ver en destacados líderes de ERC tales como Heribert Barrera u Oriol Junqueras. Sin embargo, en el colmo de su cinismo, presentan siempre a Cataluña como una «tierra de acogida» donde los únicos racistas son los de Vox y por eso, las dos últimas presidentas del Parlamento, Laura Borràs (aka Lady Trapis) y Anna Erra, les cortan el micrófono a los representantes de este partido cada vez que nombran la palabra inmigración.

Y si bien en su día las palabras del cartel de Durán i Lleida —que repitió verbalmente en varias ocasiones— causaron cierta indignación, en las últimas semanas las han repetido Salvador Illa en una entrevista y Tania Verge, consejera de Igualdad y Feminismos, en sede parlamentaria con lo que consiguió el aplauso de Vox. Cabe recordar, además, que desde el partido de esta última se acusó a los inmigrantes de ser los responsables de los nefastos resultados de la pruebas PISA. Pero los racistas son siempre los otros y desde la izquierda se ha impedido que se pudiera realizar un análisis serio y sin demagogia sobre el tema de la inmigración y con un supuesto discurso abierto y tolerante han acabado perjudicando, sobre todo, a las mujeres.

«Se ha ocultado sistemáticamente la incidencia del origen de los violadores y de los asesinos de mujeres»

Por un lado, no solo se han dejado abandonadas a las mujeres y niñas que se ven obligadas a ir tapadas de arriba abajo en nuestro país, sino que se ha promocionado el hiyab, terrible símbolo del machismo y de la sumisión de la mujer. Y, por otro lado, se ha ocultado sistemáticamente la incidencia del origen de los violadores y de los asesinos de mujeres y se ha acusado de racismo a quien ha hecho públicos las cifras, como mi compañero Marcos Ondarra. Pero la realidad es que estos datos, proporcionados por el Ministerio de Igualdad, nos dicen que casi la mitad de los asesinatos de mujeres los han cometido extranjeros, pese a que no llegan al 13% de la población. Algo similar ocurre con las agresiones sexuales (en 2022 el 41,56% fueron cometidas por personas de otros orígenes) y con las violaciones (el 52,17%), porcentajes que no contemplan a los ya nacionalizados como españoles.

Es evidente que la mayoría de personas vienen a España a ganarse la vida honradamente y no a delinquir, pero eso no puede hacer que obviemos los datos para poder realizar un buen análisis de la situación e intentar ponerle remedio. Cabe destacar que estas cifras no son iguales para todas las nacionalidades: los chinos, por ejemplo, ofrecen unos porcentajes similares a los de los autóctonos, por lo que parece claro que la explicación no tiene que ver con el haber nacido en otra parte del mundo o por las situaciones de mayor vulnerabilidad económica, sino con el tipo de cultura. Hay países en los que las mujeres son consideradas inferiores a los hombres; países en los que si has nacido mujer, tienes muchas posibilidades de que te violen a lo largo de tu vida; países en los que la mujeres han de ir totalmente cubiertas para no provocar la concupiscencia de los hombres. ¿Por qué extraña razón esos señores iban a cambiar su mentalidad nada más atravesar la frontera? 

El tema de la inmigración empieza a centrar la agenda por dos motivos fundamentales: el desbordamiento de la inmigración irregular que creció un 82% en 2023 y el éxito electoral de Sílvia Orriols en Ripoll que amenaza con extenderse por el resto de Cataluña. Estaría muy bien que, por una vez, el debate no estuviera marcado por la demagogia de uno y de otro lado. Me parece tan racista asociar indiscriminadamente inmigración con delincuencia como negar el componente intrínsecamente machista de algunas culturas y tratarlos con la condescendencia del mito del buen salvaje multiculturalista, que puede acabar llevando a extremos tan aberrantes como cuando hace dos semanas la presidenta del Parlamento catalán, en nombre del antirracismo, pidió respeto por los violadores de una cría de 14 años y no, señora mía, los violadores no merecen ningún respeto, hayan nacido en Manresa o en Tombuctú.

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