El caso Koldo podría ser el caso Sánchez
«Si Sánchez sigue dando estas lanzadas al aire puede correr la misma suerte suicida que Casado y su escudero cenizo Teodoro»
«Que nadie imagine que Sánchez adelantará las elecciones, como hizo tras la derrota de mayo de 2023, para pedir la confianza del elector tras el varapalo. Ni después de las vascas, ni de las europeas ni de las catalanas, por malos que sean sus resultados en todas estas citas electorales…»
El caso Koldo puede ser el caso Ábalos, el caso Armengol, el caso Illa, el caso Marlaska. Y podría ser asimismo el caso Sánchez, in vigilando. Pero es sobre todo la venganza poética de Ayuso frente al frutero Sánchez, quien cree que su mejor defensa es seguir vendiendo la misma fruta averiada. Y ahí comete tal vez el primer error de cálculo de su ya dilatada carrera de trilero. Ya a nadie le importa el hermano de Ayuso. Ni a Ayuso, ni siquiera al propio hermano. La justicia habló.
Si Sánchez sigue dando estas lanzadas al aire puede correr la misma suerte suicida que Casado y su escudero cenizo Teodoro.
El último gobierno de Felipe González (hoy rehabilitado y tan bien visto por la derecha) se vino abajo no tanto por los GAL como por la corrupción de algunos de sus miembros, que sí tuvo un castigo electoral. Hay votantes de izquierdas que pueden con todo menos con el choriceo. Y ese día se lían la manta a la cabeza… y se abstienen.
Sánchez caerá igualmente solo en las urnas. Por sus pactos con el diablo nacionalista no es nada seguro; mucho más probablemente por casos de corrupción como éste. El electorado de izquierdas podía transigir con la guerra sucia y chapucera contra ETA (el de derechas, también por cierto) pero no con el top manta de Corcuera. Y la amnistía, por muy sucias que sean sus razones, no deja de ser una limpia y generosa medida de perdón y olvido para las bellas almas socialistas que hacen de su gran virtud una mera necesidad. Pero robar tan cutremente mientras la gente moría…
Pero que nadie imagine que Sánchez adelantará las elecciones, como hizo tras la derrota de mayo de 2023, para pedir la confianza del elector tras el varapalo. Ni después de las vascas, ni de las europeas ni de las catalanas, por malos que sean sus resultados en todas estas citas electorales. Ya contaba él, Pedro sin miedo, que en las próximas elecciones legislativas habría de rendir cuentas por sus pactos de investidura con los nacionalistas desleales y todo lo que ello supusiera en términos de cesiones durante los próximos tres años y medio. Pero bien sabe él que la alianza con el nacionalismo periférico puede ser un tándem ganador. ¡Hasta Feijóo lo sabe!
Pero ay del latrocinio… Eso en la izquierda no se perdona. Ya Andalucía no perdonó los ERE. Y sigue sin perdonarlos.
Así que hay algo irónico (a lo al Capone: fue su amañada declaración fiscal lo que le llevó a la cárcel) en que el final del sanchismo pueda estar vinculado a una sórdida trama de comisiones y retrocomisiones para la compra de unas mascarillas chinas durante la pandemia orquestada por un conseguidor gañán de un ministro que fue apartado del gobierno por sus malas compañías.
Lo que tuvo que sufrir Rajoy con la Gürtel no será nada comparado con el vía crucis tipo gotero que se le avecina al icono de la izquierda caviar. Pues si Ábalos dimite, mal, pero si no dimite, peor.
Cuánto le va a gustar la fruta a Feijóo.
Sabía a lo que iba)
Tras más de un año de prisión preventiva (¡por el riesgo de huida a Brasil! No bastaba con la retirada del pasaporte y algún dispositivo electrónico que garantizase que el acusado no se hurtaba a los trámites judiciales) con su correspondiente juicio mediático, y tras una vista rápida y aún más rápida deliberación, se hace pública la condena a Dani Alves por agresión sexual (entiéndase violación): cuatro años y medio de cárcel. Por unos hechos, según los jueces, probados. Probados.
Sin embargo, lo que ocurrió durante unos minutos en el escudado de la discoteca entre dos adultos sólo lo deberían de saber los interesados, suponiendo que su estado mental, afectado por el alcohol, les permitiese hacerlo con plena lucidez.
Pero como la justicia es ciega, el tribunal se permite practicar, a oscuras, el voyeurismo. Dictando sentencia sobre lo que no vio. Porque la palabra de una vale más que la del otro. Porque era Alves, como hombre, quien debía demostrar que era inocente. Porque sólo sí es sí. Porque es así. In dubio le arreo.
Y de este modo llegamos a la prueba diabólica de la Inquisición: cuando uno es culpable por lo que es y no por lo que hace. La base de todo genocidio. Un genocidio de género, en este caso.
Pero incluso si hubiera habido imágenes, no está claro que el visionado aportase la respuesta definitiva: recordemos el tan criticado voto disidente del magistrado Ricardo González en la primera sentencia de 2018 a La Manada, cuando valoró las imágenes en un sentido diametralmente opuesto al de los otros dos magistrados «mayoritarios». Vio la misma filmina que los otros dos jueces, pero vio lo contrario a la violación que vieron ellos; y sobre todo se atrevió a ponerlo a lo largo de 237 páginas: «En las imágenes no percibo en su expresión [de la denunciante], ni en sus movimientos, atisbo alguno de oposición, rechazo, disgusto, asco, repugnancia, negativa, incomodidad, sufrimiento, dolor, miedo, descontento, desconcierto o cualquier otro sentimiento similar».
En el escusado de Barcelona bien pudo ocurrir lo que declara la denunciante, o lo que afirma el acusado; o ni lo uno ni lo otro: y no se trata aquí de la tantas veces indecente equidistancia (ni siquiera de la más noble ecuanimidad). Es que en estos asuntos, el consentimiento, cuya ausencia es lógicamente el núcleo del delito, puede a veces entrañar la aceptación de cierto grado de inconsentimiento; y no entraremos en mayores detalles.
Pero lo más chocante de la sentencia, calificada por muchos de pionera tras la aprobación de la ley del sí es sí, es esta argumentación que bien podría convertirse en jurisprudencia: «…ni que la denunciante haya bailado de manera insinuante, ni que haya acercado sus nalgas al acusado, o que incluso haya podido abrazarse al acusado, puede hacernos suponer que prestaba su consentimiento a todo lo que posteriormente pudiera ocurrir».
Obviamente «todo» lo descrito no puede ni debe ser un consentimiento a «todo» lo que pudiera ocurrir a la bailarina (ser robada, herida o asesinada…), pero si ella entró voluntariamente (ella dijo luego en el juicio que entró por la insistencia del acusado: ¡razón de más para no entrar si tenía reservas!) es porque, como le oyó decir uno de los empleados del local, «sabía a lo que iba». Pero ningún juez, fiscal o abogado defensor le preguntó concretamente a qué iba.
Cuestionario maldito a Dani Alves:
-¿Se arrepiente de algo? – Solo de una cosa: de haberme ido del Barça y de no ser independentista.