Oportunidad de la Taberna Garibaldi
«Sus promotores habrán de aplicar a rajatabla los principios que dicen profesar y predicar con el ejemplo; bastará con abolir el despido, el precio, el dinero»
Pablo Iglesias, egregio has-been de la política española, ha abierto un bar. Se llama Taberna Garibaldi en homenaje a los italianos que lucharon en el bando republicano durante nuestra Guerra Civil; un poeta y un cantautor acompañan al exvicepresidente del Gobierno en su aventura empresarial. Tal como podía esperarse a la vista del menú, verdadero atlas sentimental de la izquierda revolucionaria, la noticia ha provocado una cierta irrisión: resulta que el hombre que vino a asaltar los cielos termina explotando su marca personal —¿es que no ha leído a Byung-Chul Han?— para ganarse unos cuartos, integrándose de paso en el sistema y admitiendo con ello su derrota ideológica. ¡Un empresario en el Madrid de Ayuso!
Es una forma de verlo. Una lectura más compasiva trae a la memoria al Jake LaMotta que pone en pantalla Robert De Niro en Toro salvaje, la película de Martin Scorsese: en caída libre tras abandonar el cuadrilátero, el excampeón abre club en Miami y, tras ser detenido por relacionarse con una menor, acaba haciendo stand-up comedy en un decadente garito neoyorquino. Y es que una cosa es lo que nosotros queramos hacer con la vida y otra lo que la vida hace con nosotros: dejemos a Iglesias languidecer locuazmente en su neutral corner.
Pero cuidado: la Taberna Garibaldi puede llegar a ser algo muy distinto. Recordemos que el ensayista norteamericano Hakim Bey —seudónimo elegido por Peter Lamborn Wilson a cuenta de su interés por el pensamiento sufí— denominó «zona temporalmente autónoma» a los espacios creados con objeto de eludir temporalmente las estructuras del control social; lugares donde el trato entre semejantes escapa a las lógicas habituales y se dibuja el modelo de una posible comunidad futura. Si hay tiendas pop-up, ¿por qué no va a haber utopías pop-up? Se las llama también «comunidades intencionales» y en ellas viven a su manera quienes así lo desean, ofreciendo al resto del mundo un modelo a imitar.
«¿Por qué no convertirla en un espacio ‘contrahegemónico’, emancipado de las lógicas depredadoras del capital?»
Entre nosotros, el concepto se hizo relativamente popular cuando ‘Los Planetas’ lo usaron para dar título a su excelente álbum del año 2017. Quien busque coherencia se preguntará si esa condición —la de zona temporalmente autónoma— puede atribuirse a la fiesta que reunió a Jota —líder de la banda— con el presidente del Gobierno Pedro Sánchez en un bar granadino el pasado mes octubre. Y es verdad que el sarao, pagado con fondos públicos, parece contradecir la postura rebelde característica del rock en general y de Los Planetas en particular. Pero una cosa es arremeter guitarra en mano contra el poder en abstracto y otra enfrentarse al poder con nombre y apellidos: solo un adolescente confunde las dos cosas.
Con todo, no hay que perder la esperanza de que nuestros inconformistas puedan llevar sus ideales a la práctica en este mundo despreciable donde los románticos están condenados a sacar tarde o temprano la calculadora. ¿Por qué no convertir la Taberna Garibaldi en un espacio contrahegemónico, emancipado de las lógicas depredadoras del capital y dedicado a mitigar los efectos de la captura neoliberal de la subjetividad contemporánea? Para ello, sus promotores habrán de aplicar a rajatabla los principios que dicen profesar; a eso se le llama predicar con el ejemplo. Bastará con abolir el despido, el precio, el dinero; para facilitar la conciliación y el descanso, el establecimiento cerrará a las once de la noche; solo habrá música en directo a fin de no hacerle el juego a Spotify. Y habrá aplausos para quienes decidan pasar allí la tarde sin consumir: la aceleración turbocapitalista no debe ganarnos la partida.
Demostrando que otro mundo es posible, en fin, la Taberna Garibaldi corroerá al sistema desde dentro y abrirá el camino de la sociedad decrecentista. Démosle tiempo.