THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Sujeto escindido

«El modus operandi de Sánchez ese situarse en el papel de víctima. De ahí la desvergüenza de convertir el ‘caso Koldo’ en el caso Ayuso»

Opinión
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Sujeto escindido

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Como había sido defenestrado por su propio partido, no pudo presentar en el Congreso la moción de censura que al final lo llevó al poder. Tenía entonces que escoger a un parlamentario de su partido para hacerlo, y la elección recayó en José Luis Ábalos, su apoyo más firme; primero, para alcanzar la secretaría general en las primarias, pero, sobre todo, un aliado clave, después, para recuperar el poder del partido apelando a la militancia. Ábalos no es una oveja díscola, sino parte de su núcleo duro.

Para humillar a Feijóo en su intento de investidura, decidió no ser él quien participara del debate que marca la ley y que favorece en tiempos e intervención final al designado por el Rey para intentar ser presidente del Gobierno. El seleccionado en esta ocasión fue Óscar Puente. Tampoco fue una elección fortuita. Su aparición estelar no fue por compartir con Feijóo la condición de ganador en las elecciones, pero derrotado en las negociaciones para formar mayoría de gobierno –en su caso, para el consistorio de Valladolid–, sino por su oratoria incendiaria, sus maneras patibularias y balanza moral rota, de la que hace gala en X todos los días, para vergüenza de su profesión. Puente no es un francotirador, sino parte de su guardia de corps. Y, como dijo el gran Tadeu ayer en estas páginas, espejo de su alma.

Se sabía que Nadia Calviño quería dejar el Gobierno. Y le preparó una salida que evitara la deshonra de la renuncia de su ministra de Economía y vicepresidenta, uno de los pocos perfiles técnicos y apartidistas en un cónclave de palmeros y mamporreros. Pelear por la dirección del Banco Europeo de Inversiones (BEI) parecía una salida dorada. Su nombramiento se logró vender a la opinión pública como un mérito del Gobierno de España y suyo en primerísimo lugar. Nadie sabe que la presidencia del BEI se debe abstener por ley en cualquier decisión que favorezca a su país de origen. Pero, sobre todo, nadie sabe que en la negociación para obtener ese puesto para «España» se tuvo que ceder en la ya casi apalabrada Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, cuya sede iba quedar en Madrid. ¿Por qué elegir un puesto de trabajo de lujo en Luxemburgo contra centenares de puestos de trabajo en España, ambos a cargo de la bolsa de Bruselas? Porque el primero le convenía más políticamente, su verdadero y único leitmotiv. Y el segundo le daba armas al único adversario político que realmente le inquieta y molesta. Ayuso le gana en la calle y en el discurso, en la gestión y en el carisma. Le desarma su mascarada feminista. Ella es un zoon politikon como no ha tenido España desde Felipe González y además, tiene al mejor spin doctor del país a su servicio (amoral, como todo consejero áulico en la sombra, pero esa es otra historia).

En un mitin reciente, dijo que los miembros de la oposición, todos ya ultraderecha, «quieren embarrar la política porque están de barro hasta arriba». Es «evidente», continuó, «que hay un partido que cuando lamentablemente tenemos un caso de corrupción actuamos con contundencia, ejemplaridad y rapidez; y otros partidos optan por elevar el ruido para que no se escuche el silencio de lo que no hacen». En otro cónclave partidista había dicho un poco antes que «hay gente que miente y gente que tratamos de hacer de la verdad nuestra forma de hacer política». Estas palabras desnudan su modus operandi: situarse en el papel víctima, la figura política emergente de nuestro tiempo, y bajo ese supuesto parapeto moral, hacer lo mismo que se dice sufrir, pero con dolo, y se tenga base fáctica o no. De ahí la desvergüenza de convertir el ‘caso Koldo’ (cuya punta del iceberg judicial dibuja ya a una trama mafiosa en el poder) en el caso Ayuso (que afecta a un particular con Hacienda). Lo grave no es que lo intente. Lo increíble es que lo consiga, gracias a unos medios aceitados olorosamente con dinero público. Cuando el aura protectora del poder desaparezca, se verá con prístina claridad que el emperador iba desnudo. Que el puño era real y que la rosa, sólo espinas. 

La instrumentalización de las personas para mantenerse en el poder era una obligación de El príncipe según Maquiavelo. Contra esta praxis se rebelaron, primero, los pensadores cristianos-reformistas Vives y Erasmo y, luego, una sucesión de filósofos unidos por la palabra tolerancia que parten de Sebastián Castellio, Hugo Grocio, Spinoza, David Hume y Kant y culminan en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789. El derrumbe de la ética política contemporánea, del que nuestro sujeto escindido es protagonista, nos retrotrae al mundo de las dagas y no de las togas, de las murmuraciones y no de los debates, de las intrigas palaciegas y no de la alternancia en el poder. Es obvio que a él no le importa. El problema es que no nos importe a nosotros.

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