THE OBJECTIVE
Adrián P. Pérez

En defensa de THE OBJECTIVE

«Sois difíciles de encasillar, y vuestros críticos lo son no partiendo de vuestros hechos informativos, sino de sus propios prejuicios»

Opinión
34 comentarios
En defensa de THE OBJECTIVE

Paula Quinteros y Álvaro Nieto, en la redacción de The Objective. | Eva Cubas

Ya sé que excusatio non petita y todo eso, pero no: nadie me paga por escribir en defensa de THE OBJECTIVE. No tengo relaciones familiares, afectivas, económicas, laborales ni profesionales, ni con su director Álvaro Nieto, ni con ninguno de los miembros de su plantilla o colaboradores. Tengo tantos lazos de obligada atención con este periódico como los que pueda tener con el ministro Óscar Puente. Cero patatero. Rien. Ninguno. Nichego. Null.

Tengo veteranía, unas cuantas batallas, y un viejo título que dice que mi alter ego podría haberse ganado las habichuelas en el periodismo, pero la vida le llevó por ahí solo hasta entrada la treintena; y luego se le torció o no supo llevarla, qué más dará a estas alturas. Desde entonces ha llovido (más de lo que proclaman los cambioclimatistas antropogénicos, menos de lo que habría necesitado el campo), pero a pesar del tiempo guardo a muy buen recaudo algunos reflejos de aquella etapa.

Uno de esos reflejos es que el periodista no le baila el agua al poder. Nunca. Bajo ningún concepto. Tenga el color que tenga ese poder. Puede sentarse a su mesa a comer, departir amigablemente en su despacho, aceptar una exclusiva que tiene intereses «adicionales» e incluso consentir sus orientaciones para evitar buscarse problemas accesorios. Ahora bien, si por eso el poder cree que eres su amigo, o tú mismo crees que puedes hacer buenas migas con el poder… entonces no eres periodista. Probablemente seas un buen mamporrero a sueldo, pero no un periodista.

El periodista incomoda. El periodista de verdad, que es ese raro espécimen que pulula por THE OBJECTIVE y algún otro rincón. No es nada personal. Es su naturaleza, como en la fábula del escorpión. Ni pide favores ni los paga. O, mejor dicho: pide los favores que haga falta para seguir incomodando al poder, avisando de que nunca los devolverá, porque en el momento en que convierte sus objetivos en un intercambio de favores ha firmado su sentencia de muerte profesional. De por vida. 

El periodista no se vende por un plato de lentejas para defender según qué color tenga la lenteja, ya sea verde moco o morada trans. Podrá ganarse la vida como tertuliano a sueldo que ayer defendía «razones» y hoy recibe whatsapps, así por poner un «ejemplo ficticio» de entre tantos que se podrían poner. Podrá incluso ganársela estupendamente bien. Pero desde el momento en que aceptó teñir su imagen pública del color del billete que llegaba a su cuenta corriente, lo de «periodista», como propósito deontológico, sencillamente está entre bastante y muy fuera de lugar.

El periodista muerde la mano que cree que le da de comer, cuando dicha mano está enfangada en las mil y una trampas que son necesarias para medrar allí donde germinan todo tipo de poderes. El periodista tiene muy claro el uso de ciertos pronombres personales: dice «conmigo, si te apetece, sin esperar nada a cambio», que compatibiliza con un necesario «contigo no, bicho», cuando alguien busca comprar su voluntad. Es decir: sus titulares, su trabajo, su oficio. Dice, como máximo: «Hoy así, en atención a ti, de manera puntual, y sin que sirva de precedente». Y desde luego nunca acepta dirigirse a nadie como Fernando Galindo, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo.

«Es evidente que hoy por hoy en España THE OBJECTIVE es el periódico que más da por saco al poder»

Me refiero al periodista rara avis, por más que el rara avis debería ser el otro, el putañero, el chaquetero, el pisacharcos, el lameortos del poder. De facto, la mayoría son virtuosos recién licenciados, pero en una combinación letal de salarios raquíticos, horarios indecentes, ansias de estrellato, voces de radio y televisión engoladas hasta límites pornográficos, y repetidas dosis de narcotizante a base de romanticismo infantiloide mal curado, lo normal es acabar arrimando el ascua a la sardina que mejor color tenga: qué sé yo, Ferraz; qué sé yo, Génova. Con la garantía de que nadie le podrá afear nunca que se ponga de parte del poder en las decisiones que gozan de consenso nacional, que suelen ser aquellas que regulan la vida del ciudadano hasta la democrática náusea, le ahogan en resilientes impuestos improductivos, o le tratan como un cívico administrado enajenado de sus capacidades mentales y, a veces, incluso físicas.

La versión virtuosa de lo que el periodista debería ser está precisamente en THE OBJECTIVE, o THE OJETE, como sus enemigos lo han bautizado estos días haciéndole un inmenso favor, pues es evidente que hoy por hoy en España es el periódico que más da por saco al poder. Lo llaman así porque molesta, claro; incordia, claro; y lleva a los indigentes mentales que viven debajo del «Puente oscarizado» a cerrar filas con su líder de medio pelo. Pone en su sitio a los matones de discoteca metidos a ministros. Lee la cartilla a las hembras y machos alfa con vicios a veces más ocultados que ocultos. No da las gracias, ni ríe las gracietas de quienes nunca piden perdón por sus errores, a pesar de vivir de gorra y de nuestro bolsillo, y a pesar de que esos errores suelen repercutir en que usted y yo nos tengamos que rascar un poco más dicho bolsillo, ya exhausto, para reparar sus fallas y que se vayan de rositas, en lugar de arrastrarlos de las orejas a enmendar la plana.

Claro que hay que defender a THE OBJECTIVE. Porque no olvida que su legado es poner contra las cuerdas a quien tiene la capacidad, pocas veces meritocrática, de llevar las riendas; especialmente cuando tiene la obsesión, siempre ilegítima, de tratar a sus administrados como si fueran ganado. El poder cree que lo somos, en cierta medida, porque la mayoría acudimos de buen grado y de forma elocuente a la cita con las urnas, a pesar de que una y otra vez se nos deja meridianamente claro que solo se nos pide un salvoconducto para seguir estirando el chicle de las comisiones, las regalías, los enchufes, el nepotismo ilustrado y las promesas intercambiadas en el putrefacto álbum de cromos de las ambiciones, las mentiras y los chiringuitos multiplicados. 

Ladran, Álvaro. Luego cabalgáis. Os ladran por fachosos como os podrían ladrar por rogelios. Vivimos una rara época en la que los herederos de la izquierda son una amalgama de meapilas moralistas e hiperlegalistas. Tranquilo, que el día que la izquierda vuelva por sus fueros naturales antisistema, puede que os tachen justo de lo contrario que hoy. Esa es la prueba de que lo estáis haciendo bien. Que sois difíciles de encasillar, y que vuestros críticos lo son no partiendo de vuestros hechos informativos, sino de sus propios prejuicios. Que sepan que, con o sin ladridos, vosotros seguiréis cabalgando. Y quienes os leemos disfrutando.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D