THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Democracia y privilegio en España

«La brecha generacional es económica y también de valores. Los jóvenes creen menos en la democracia porque creen que tienen menos que ganar en ella»

Opinión
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Democracia y privilegio en España

Ilustración de Alejandra Svriz.

El principal conflicto de clase en la España contemporánea es también un conflicto generacional. Es entre una clase propietaria cercana a la jubilación o ya pensionista, con una renta mediana de casi 77.000 euros por hogar, y una clase inquilina que tiene una renta mediana de 28.000 euros por hogar. Es entre unas clases productivas que llevan años con los salarios reales prácticamente congelados y una clase jubilada que es el único colectivo que no ha perdido poder adquisitivo desde la crisis financiera y que tiene la renta y la riqueza más altas. Desde la revalorización de las pensiones, las pensiones de jubilación de los nuevos beneficiarios están ya por encima del salario medio en España. Los pensionistas son, desde el fin de la pandemia, el grupo social con más consumo de España, con un 16% más que los trabajadores.

El otro día, el ministro de cultura, Ernest Urtasun, hizo un anuncio que presupuestariamente no era muy relevante, pero sí lo era simbólicamente: el Gobierno dedicará 12 millones a subvencionar el cine a dos euros (solo los martes) para los pensionistas. El problema no es la cantidad de dinero, irrisoria para el presupuesto de un ministerio, sino su dirección: es un privilegio más para una clase privilegiada (mucha gente que cuestiona este supuesto privilegio no entiende que es una comparación con las clases trabajadoras, no un juicio absoluto: evidentemente hay pensionistas pasándolo mal, pero en general es una clase con una tasas de propiedad cercanas al 100%, con un nivel de ahorro muy alto; y hay que distinguir entre renta y riqueza).

«A las generaciones crecidas en la democracia ésta les suena más a un ideal abstracto que a un sistema que mejora sus vidas»

Hace poco el CEO, el CIS catalán, en su Encuesta de Valores, preguntó a los encuestados si preferirían vivir en un país gobernado democráticamente, aunque no garantice un nivel de vida adecuado a sus ciudadanos, o vivir en vivir en un país capaz de garantizar un nivel de vida adecuado a sus ciudadanos, aunque no sea del todo democrático. La diferencia de las respuestas era generacional. Como explica Ángel Villarino en El Confidencial, «la primera opción era mayoritaria entre los nacidos durante el franquismo, mientras que la segunda lo era entre los que vinieron al mundo tras la muerte del dictador. Resulta que los más mayores (+65 años) eran quienes más valoraban la democracia. Mientras que los más jóvenes (16-24 años), los que más valoraban el nivel de vida. Y el punto de inflexión se situaba precisamente entre los nacidos en los años de la Transición».

A menudo la dicotomía entre democracia y eficiencia es falsa: un régimen sin legitimidad democrática pero que da resultados puede acabar resultando ineficiente y autoritario (en los momentos de crisis la única manera que tiene el líder de mantener la estabilidad es la represión). Pero es comprensible la brecha generacional sobre ese dilema. Las generaciones que no vivieron la democracia la valoran positivamente. La mejor manera de comprender el valor de la democracia es vivir sin ella. Como ha dicho Enrique Krauze, «la libertad, como el aire, solo se vuelve tangible cuando falta». Las generaciones que crecieron en democracia, en cambio, quizá la dan por sentada. Y, sobre todo, les suena más a un ideal abstracto que a un sistema que mejora sus vidas. La brecha generacional en España no es solo económica sino también de valores. Los jóvenes creen menos en la democracia porque creen que tienen menos que ganar en ella. Es una perspectiva deprimente para el futuro de un país.

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