Nota sobre la hipótesis federalista
«Afirmar que el centroderecha haría bien en abrazar la reforma federalista del Estado se antoja disparatado. Sin embargo, yo mismo lo he defendido»
Se dice que el líder de la oposición conservadora, Alberto Núñez Feijóo, carece de un proyecto para la reorganización del poder territorial en la España de las Autonomías; se dice también que, mientras no lo tenga, carecerá de la fuerza persuasiva necesaria para gobernar: aunque ya ha ganado las elecciones, necesita además obtener una mayoría parlamentaria suficiente. A mi juicio, este argumento sobrevalora las capacidades intelectivas del votante español; al fin y al cabo, se cuentan por millones los votantes progresistas que han dado su apoyo a un líder —Pedro Sánchez— dispuesto a favorecer a las regiones ricas a costa de las pobres. Claro que no todos los votantes desconocen sus propios intereses objetivos: que el mismo Sánchez sea tan querido en Cataluña no se debe a su retórica en favor de la diversidad, sino al trato de favor que acompaña a esa retórica.
De ahí que Feijóo se sienta inclinado —ratificación de Alejandro Fernández no obstante— a cortejar a la sociedad catalana: la idea es que no haya grandes cambios en el panorama autonómico español y que con la ayuda de un poco de seny volvamos a llevarnos bien, solo que con él en vez de Sánchez durmiendo en la Moncloa. Bastaría debilitar un poco más a Vox para que el horizonte de un gobierno en minoría se hiciera plausible. Y quienes crean que puede darse una recentralización en la España de la cogobernanza, harían mejor en abrir los ojos: sea eso o no deseable, por ahí no van los tiros.
Bajo estas condiciones, afirmar que el centroderecha haría bien en abrazar la idea de una reforma federalista del Estado se antoja disparatado. Sin embargo, yo mismo lo he defendido en una tribuna de opinión. ¿Acaso he perdido el juicio? Espero que no; y me explico.
«La idea es que no haya grandes cambios y que con la ayuda de un poco de seny volvamos a llevarnos bien, solo que con él en vez de Sánchez durmiendo en la Moncloa»
Hablar de federalismo es hacerlo de poder político distribuido entre distintas unidades territoriales, que es lo mismo que hace el Estado de las Autonomías; por eso suele considerárselo un régimen federal al que solo le falta el nombre. Por desgracia, le ha faltado también el cierre del sistema; y eso es lo que ha permitido reorientarlo en una dirección confederal o asimétrica: los nacionalistas han ejercido su poder de transacción para contestar el café para todos e ir ganando competencias e inversiones públicas del Estado central, al tiempo que contaban con la ayuda de la izquierda para difundir la noción de la España «plurinacional». ¿Y quién dice que ser federales en vez de autonómicos reforzaría esa tendencia? En absoluto: el centroderecha, idealmente en compañía de los liberales y la izquierda jacobina, habría de defender un federalismo simétrico al estilo alemán. Esto significa incluso someter a crítica el Concierto Vasco, un disparate feudal que conduce a un régimen de obsceno privilegio regional a costa de los demás españoles. Pero nótese que no es lo mismo denunciar la insolidaridad del concierto —o de su cálculo a través del cupo— desde una posición centralista que hacerlo desde una posición federalista. Y lo mismo vale para la crítica de la inmersión lingüística o la del etnocentrismo de las políticas autonómicas.
Así las cosas, el principal argumento contra esta hipótesis es justamente aquel que confirma la oportunidad de defenderla: que el problema no está en el diseño autonómico, sino en la falta de lealtad al proyecto común por parte de nuestros nacionalistas; sin esa lealtad no puede plantearse un proyecto semejante. Y menos aún ahora que la izquierda —también la socialdemócrata— ha abrazado el marco plurinacional y asimétrico preferido por los nacionalistas. ¡Claro! De eso justamente se trata: de poner en evidencia ante los votantes a quienes defienden un modelo parasitario e insolidario, basado en un supremacismo étnico al que se disfraza de «diferencia», ofreciendo a cambio una alternativa racional que no suponga —como desean los críticos— una defensa del centralismo a la francesa.
Recordemos la función de la retórica en la filosofía política de la primera modernidad: tener razón nunca basta, pues hay que ser capaz de comunicarla de una forma persuasiva a través de la argumentación elocuente. Para eso serviría, en primer lugar, un centroderecha que se hiciera federalista. Pero también permitiría crear una agenda reformista en la que podrían confluir personas y partidos de distinta sensibilidad, todos ellos deseosos de preservar la herencia del 78 y de frenar el proyecto destituyente que defienden sus enemigos con la ayuda interesada de este gobierno. No es poco. O no me lo parece.