THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Fútbol y ratas

«¿Incurro en populismo si pienso que en Europa no se nos toma en serio ya que nuestros prófugos –asesinos, golpistas y liantes— campan por sus respetos?»

Opinión
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Fútbol y ratas

Josu Ternera en una imagen de archivo | AFP

El otro día, mientras caía la tarde, mientras esperaba la hora del partido, del partido de fútbol, simultáneamente pensaba: ¿qué hace nuestra diplomacia española?, ¿qué hace, cómo es posible que el jefe de ETA ande libre por París? ¿Dónde están nuestros contactos con Macron? ¿Cómo es que no chantajea, sutil o brutalmente, a su Gobierno, a partir, por ejemplo, de su línea de trenes de alta velocidad, Ouigo, que operan en España? ¿Esto, qué es?

Y al mismo tiempo me preocupaba pensando dónde podría ver el partido, el partido de fútbol trascendental. No tengo televisión, es cierto que en el cutrebar de la esquina tienen dos grandes pantallas, dos, pero es que en estas grandes ocasiones el bar suele estar abarrotado. 

Tenía la ventana abierta y se oía en la calle a una niña que lloraba. La estudiante de piano del entresuelo estaba extrañamente silenciosa. 

En buena lógica, con nuestra delantera, con una defensa sólida, nuestro equipo tenía que ganar, el frente de ataque es arrollador de puntería certera, y el portero tiene hielo en la sangre, pero los otros tampoco son mancos, y seguro que su entrenador tenía algo preparado para hacer daño.

Me preguntaba: ¿será que incurro en populismo si pienso que en Europa no se nos toma en serio ya que todos nuestros prófugos –asesinos empedernidos, golpistas y liantes— campan por sus respetos y si un juez de los nuestros los reclama le dicen poco menos que «calla, pijoso, sureño»? 

Mientras le daba vueltas a todo esto, estaba leyendo en Gallica, en el ordenador, Enculées, el diario erótico donde Pierre Louÿs (1870-1925) lleva la lista y describe someramente a todas y cada una de las putas que enculó entre 1892 y 1907, dónde las encontró, cuándo, en qué posición y cuántas veces. Si les dolía o no, si protestaban o lo encajaban bien. Un texto glacial, como suelen serlo los de este orden. 

Hasta ahí me había llevado, por referencias del texto de The New Yorker, un largo reportaje sobre el bulo contra Proust, malignamente difundido por Gide (amigo, y luego distanciado, de Louÿs), el bulo, digo, difundido sin duda por envidia a un autor que le adelantaba y le envejecía de forma inmisericorde, bulo luego repetido por otros y recogido como una verdad indiscutible por Painter en su celebrada biografía, de manera que ya es un hecho indiscutido, por más que sea improbable e inverosímil… de que Proust, visitante asiduo de un burdel para homosexuales, sólo alcanzaba el orgasmo observando la tortura de una rata a manos del patrón del establecimiento que a tal efecto manejaba una larga aguja de tricotar.

«La biografía es un subgénero de la ficción, y acaso el más ficticio de todos»

Una patraña y una majadería que confirma, por si fuera necesario, mi tesis de que la biografía es un subgénero de la ficción, y acaso el más ficticio de todos (sobre todo en su variante de la autobiografía). Bulo maligno de Gide, pinchado, por suerte, por Adam Gopnik en su ensayo Proust and the Sex Rats. 

Tranquilizado por Gobnik, se me ocurrió llamar a Nico Casariego, que vive cerca de mi casa, y ofrecerle ver juntos el partido, al mismo tiempo que en íntima conversación conmigo mismo me decía que tengo mucho trabajo pendiente y que el partido, el partido de fútbol, en el fondo me importaba un comino. 

Pero uno es como el fotógrafo Thomas de Blow Up, la película de Antonioni sobre un cuento de Cortázar. Una noche en el swinging London Thomas lucha encarnizadamente con una multitud de fans de una cabaretera para apoderarse de su bastón dorado, como si fuera un trofeo valiosísimo. Thomas lo obtiene, sale muy ufano del cabaret con él, da dos pasos por la calle… y lo tira a un alcorque.

Además de que Nico es fan del Rayo Vallecano (de ahí su estupendo Rayografía, llamado a ser un clásico de la literatura futbolera. ¡El partido de aquella tarde le importaría aún menos que a mí!

Mientras yo, en Madrid, me entregaba a estas divagaciones y cábalas, me imaginaba a Josu Ternera en París, no sé si entrando y saliendo de un hospital o tomando un café en la terraza de Aux deux magots, añorando las verdes montañas y los valles umbríos del País Vasco, o quizá contándose aventis con otros asesinos:

-Le disparé en el cogote y el tío se desplomó como un fardo. 

El asunto de las ratas de Proust me llevó a buscar en mi biblioteca Tiempo de silencio. Allí las ratas, o mejor dicho los ratones –cancerígenos, importados desde Illinois al laboratorio del protagonista en Madrid— aparecen ya en primera página, al mismo tiempo que un retrato de Santiago Ramón y Cajal, que obtuvo el premio Nobel en las circunstancias tan adversas de una España carpetovetónica, por su descubrimiento sobre el funcionamiento del sistema nervioso, sacrificándolo todo, incluso su familia, a su trabajo.

Ramón y Cajal me recordó una entrevista que muchos años después le hicieron en Blanco y Negro a otro premio Nobel, Severo Ochoa, que ya era anciano y estaba deprimido por el fallecimiento de su querida esposa. El periodista procuraba consolarle hablándole de la esperanza de Dios, del más allá… Y Severo Ochoa, en tono desanimado, pausado y lúgubre, respondía:

-Desengáñese, joven. Sólo somos física y química. Física y química.

¡De manera que yo soy sólo unas asignaturas que en el colegio detestaba!

Ya no cabía duda: ¡Seguro que el partido lo íbamos a perder!  

Ese entrenador que tienen ellos es un tuno, muy malicioso y hábil.

Llamé a Nico. No me cogió el teléfono. No se me ocurre qué tenía que hacer que fuese más importante que atenderme. 

Claro que –me dije en seguida— hay en el mundo 8.000 millones de habitantes: puede que Nico no me conteste porque está atendiendo a otro, a uno cualquiera de esos 8.000 millones. 

La tarde pasaba, silenciosa, en presagio de derrota del partido. 

¿Ocho mil millones? ¿Para qué tantos? Seguro que algunos están repetidos. ¿Cuántos habrá exactamente iguales que tú, y que yo, y cuántos son como Josu Ternera en “Aux deux magots”? 

¿Y cuántas ratas habrá en el mundo? Seguro que muchos miles de millones más. 

Seguro que están esperando ansiosamente a que nuestra especie se extinga, para ellas crecer y multiplicarse. 

Calma. Paciencia, amiguitas: heredaréis la tierra, os lo prometo, si es que no la habéis heredado ya.       

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