Disolver las Cortes es inevitable
«Sánchez es un hombre público que, por autoestima, no puede admitir bajo ningún concepto que se equivocó al tomar la decisión más importante de su carrera política»
El fundamento de la superioridad moral de la izquierda reside en que es hija de la Ilustración y de la Revolución Francesa, no de las concentraciones folclóricas en la Plaza de Mayo para vitorear al coronel Juan Domingo Perón y a su esposa, Evita. Porque si algo repugna al racionalismo laico que inspira desde sus mismos orígenes históricos la ética y la estética propias de la izquierda, ese algo es el uso obsceno de las emociones y de la sensiblería kitsch en tanto que instrumentos de la acción política. Decía Josep Tarradellas que en política se puede hacer cualquier cosa, excepto el ridículo. Y el espectáculo definitivamente pueril que Pedro Sánchez viene ofreciendo ante la atónita sociedad española desde el miércoles pasado, todo un magno alarde de pornografía sentimental sin mayor soporte que lo justificase que la muy prosaica apertura de unas simples diligencias previas por parte del Juzgado de Instrucción número 41 de la Plaza de Castilla, solo se puede definir como ridículo.
Y es que ni siquiera yo, que resido durante la mayor parte del año a muy escasos metros de la casa natal de Don Ramón María del Valle Inclán, en Vilanova de Arousa, me siento competente para tratar de descifrar las razones últimas que han inspirado el guion de este esperpento. Algo, esta grave limitación de partida, que ahora solo me deja abiertos dos caminos posibles a fin de seguir escribiendo este artículo hasta que logre completar su extensión habitual. El primero pasaría por adentrarme a partir del presente párrafo en los terrenos especulativos y fantasiosos propios de las novelas baratas de espías, asunto que me provoca demasiada pereza. El segundo, que es el que seguiré, exige asumir la premisa teórica previa de que el hasta ahora presidente de la cuarta economía del euro razona en su fuero interno como un mayor de edad. Aceptada esa conjetura hipotética, el proceder de Sánchez comienza a compadecerse un poco con una cierta racionalidad lógica.
La racionalidad de un hombre público que, y por pura autoestima, no puede admitir bajo ningún concepto que se equivocó al tomar la decisión más importante de su carrera política, pero que en este momento sabe a ciencia cierta que sí se equivocó. Con la misma ingenuidad temeraria de Zapatero en su día, otro presidente que sin conocer casi nada sobre la naturaleza del nacionalismo catalán se lanzó a abrir la caja de Pandora de la reforma del Estatut – el polvo del que luego vendrían los lodos del procés -,Sánchez dio por hecho que la amnistía sería el bálsamo que condujera a los posconvergentes por el camino de vuelta hacia el redil de los acuerdos estables en las Cortes, el viejo mundo previsible y feliz de cuando Pujol y su Minoría Catalana. Pero ni Puigdemont es Pujol, ni Junts per Catalunya se reconoce ya en el recuerdo de la difunta y enterrada CiU. No haber advertido eso a tiempo es lo que le va a costar la presidencia del Gobierno; eso, no las diligencia previas del señor que lleva el 41 en la Plaza de Castilla.
«Guste o no admitirlo, Puigdemont ejerce la representación política del grueso de la derecha sociológica catalana»
Los posmodernos, categoría psico-biológica a la que pertenece Sánchez, creen que la realidad carece de existencia objetiva e independiente; para ellos, apenas se trata de un simple relato. Pero la realidad existe. Y la realidad es que Junts per Catalunya, ese grupo antisistema al que el presidente del Gobierno encomendó la continuidad de la legislatura hasta que llegase su conclusión natural, es una formación tan independentista como de derechas. De hecho, guste o no admitirlo, Puigdemont ejerce la representación política del grueso de la derecha sociológica catalana. Obviedad en la que Sánchez tampoco reparó lo suficiente. Y es que, una vez lograda la amnistía, cuesta trabajo imaginar qué incentivos podría tener la derecha catalana mayoritaria para seguir sosteniendo a un gobierno español de izquierdas que sus bases electorales repudian tanto o más que las del PP. La disolución de las Cortes es inevitable.