Razones para entrar y salir de la política (o casi pero no…)
«Estaría bien que todo esto nos ayudara a parar a tomar aire y pensar. A preguntarnos a dónde vamos y de dónde venimos. Y para hacer ¿qué?»
La carta de Pedro Sánchez nos sacudió a todos por razones distintas. A mí me hizo reflexionar sobre la importancia de dar explicaciones sobre cómo y por qué se entra y se sale (o casi pero no…) de la política. Más cuando yo misma anuncié hace poco (sin trampa ni cartón y completamente en serio…) mi decisión de no volver a concurrir en las listas de Ciutadans al Parlamento catalán, donde he tenido el honor de ser diputada tres años.
Si comparo mi caso con el de Pedro Sánchez, lo primero que salta a la vista es un abismo de ganas de picar alto. Yo me afilié a Ciudadanos justo al día siguiente de la primera gran debacle electoral de 2019, la que se llevó por delante el liderazgo de Albert Rivera, y, después de rechazar dos invitaciones para ir en listas con todo a favor, acepté ser candidata cuando pintaban bastos en Cataluña en 2021 y no digamos en Barcelona en 2023. Dejo a la discreción del lector decidir si es que soy tonta, o si es que mi idea de ambición personal es muy distinta de la del señor Sánchez.
Sánchez no ocultó nunca su afán de ser presidente del Gobierno. En este país, si uno aspira a eso sólo puede ser del PP o del PSOE. Todos los sucesivos líderes de lo que se dio en llamar «nueva política» se han ido estampando uno tras otro contra los muros de Génova y de Ferraz. Que estaban y están dispuestos a todo para perpetuar su hegemonía. Pero la «nueva política» ha colaborado no poco en su propia estampada. Visto lo visto, cuando un partido joven pierde integridad, coherencia y frescura, lejos de contribuir a mejorar la política, la estropea aún más. Cuando al amateurismo se le suma el cinismo, cuando alguien que supuestamente compensaba la carencia de experiencia con un plus de ilusión te empieza a justificar casi cualquier cosa porque «la política es esto»… apaga y vámonos. Que la realpolitik ya está inventada y los profesionales siempre la harán mejor.
La ambición no es mala. Pero es el motor o la brújula, no la X del mapa. Si no sabes a dónde quieres llegar ni para qué, toda ambición deviene humo. Humo tóxico.
Algunos que llevamos años asfixiados por ese humo nos hemos quedado un tanto perplejos al leer la carta de Sánchez. Sin quitarle hierro a lo que se sufre al estar en el ojo público del huracán, tú y tu familia, sorprende ver argumentos así en boca de quien ha hecho de la polarización virtud. Sánchez no habría aguantado al frente de la Moncloa después del 23-J si muchos votantes (y abstencionistas…) no se lo hubieran perdonado todo en nombre de una supuestamente sacrosanta obligación de «parar a la ultraderecha». Que se dice pronto, eso de parar a la ultraderecha, cuando blanqueas a Carles Puigdemont. Y a otros todavía peores.
«Quien resiste gana, dicen todos los manuales de resistencia, no sólo el de Sánchez»
La flexibilidad y la capacidad de adaptación a escenarios políticos volátiles, la habilidad de doblarse como un junco y no romperse, es otra virtud en política. Quien resiste gana, dicen todos los manuales de resistencia, no sólo el de Sánchez. La cuestión es: ¿resistir cuánto? ¿Y para ganar qué, exactamente?
Cuando yo tomé los hábitos parlamentarios, una pregunta recurrente era cómo llevaba lo de «dejar” el periodismo. Yo siempre contesté que no lo podía dejar ni queriendo. Un periodista no deja de ser lo que es por obtener un acta de diputado, por lo mismo que un taxista no se olvida de conducir o un médico del juramento hipocrático. No es sólo que mi mirada periodística haya empapado toda mi visión política, y la siga empapando. Es que una cosa llevó a la otra. Cuando a muchísimos periodistas, no sólo a mí, se les podía y se les puede hacer la vida imposible, profesional y humanamente, sólo por decir lo que piensan, es que ya están metidos en política aunque no quieran. Yo, desde el atril del Parlament, he podido soltar verdades -o que yo creo con toda mi alma que lo son- que si las suelto en un medio de comunicación, me la juego. Como se la juegan todos los periodistas que se han atrevido a informar de los negocios de Begoña Gómez y de los que no son Begoña Gómez, y a hacer preguntas. Muchas preguntas. Y por muchos años. Ahora más que nunca. Cuando el poder oculta menos que nunca su intención de matar al mensajero.
Yo entré en política porque tenía fe y esperanza. Perdida cualquiera de ellas, no tiene sentido enrocarse por miedo a saltar al vacío. Te sales, a ser posible sin montar un drama, sin insultar y sin ajustes de cuentas rastreros. Por mucho que te hayan podido decepcionar o incluso a veces maltratar. La dignidad es importante en esos momentos de la vida en que se deciden grandes cambios de rumbo. O de tribu. Yo ya he pasado antes la ITV de mis convicciones y compañeros de viaje. Es traumático. También regenerador. Si se hace de buena fe, claro.
Claro que yo y cualquiera como yo es una gota de agua al lado del tsunami Pedro Sánchez, su carta y todo lo que ha venido después. Estaría bien que todo esto nos ayudara a parar a tomar aire y pensar. A preguntarnos a dónde vamos y de dónde venimos. Y para hacer ¿qué, aparte de «parar como sea» a la ultraderecha? O a Sánchez. Que a este paso no sé yo.