El 'procés' español (y nuestro destino sudamericano)
«Sánchez pretende excluir de la vida civil, extranjerizar, a la mitad como poco de la población. Aquí la extranjerización no es nacional, sino ideológica»
«En las fiestas patrióticas también los espectadores forman parte de los comediantes», escribió Nietzsche. Lo mismo en las fiestas partidistas. Así ocurrió en el histriónico espectáculo que montó el PSOE el pasado fin de semana, en apoyo e imitación de su líder. En la calle Ferraz se vieron imágenes como las del independentismo catalán y como las del peronismo y demás populismos latinoamericanos. Fue un paréntesis europeo, y el PSOE estuvo en el interior del paréntesis. Ahí sigue.
El último error de Sánchez, para Sánchez, fue no dimitir el lunes. Para España fue bueno, dentro de lo malo: una salida irregular de Sánchez hubiese consolidado su irregularidad, tal vez para siempre. No nos íbamos a quitar nunca de encima el sanchismo simbólico. Sánchez debe salir del Gobierno por el procedimiento reglamentario. Son los españoles los que deben darle la patada: en las urnas y solo en las urnas. Ya van tarde los españoles, pero en algún momento se pondrán al día. Eso sí: pagarán, con creces, el retraso.
«No es un presidente para todos, sino solo para los suyos: los que quedan de su lado del muro que él enarboló»
Está dejando un país invivible. No me refiero a la vida común: aquí siempre se vive bien (ya ocurrió en el franquismo, en cuanto se salió del hambre). Me refiero a la vida civil. Sánchez nos está metiendo en una suerte de procés español, en el que, como en el catalán, se pretende excluir de la vida civil, extranjerizar, a una parte de la población. Una parte grande: la mitad como poco. Aquí la extranjerización no es nacional, sino ideológica. Los malos han de quedar fuera. No es un presidente para todos, sino solo para los suyos: los que quedan de su lado del muro que él enarboló. Y contra los otros. El PSOE ha abandonado algo aún más grave que el constitucionalismo: ha abandonado el pluralismo.
Un presidente narciso como Sánchez no podía sino terminar desembocando en el peronismo, en el culto a su personalidad y su careto. Con el jaleamiento de los populistas que él introdujo en el Gobierno y de los nacionalistas y proetarras que ha legitimado, quiere ahora meterles mano a los jueces y a la prensa. Cada vez está más claro que Europa no nos va a salvar. Volveremos a ser una reserva bandolera y torera para el turismo típico de antes. Y nos vamos a encontrar, como en el poema conjetural de Borges, con nuestro «destino sudamericano». Nos las van a devolver todas los anticolonialistas. Los espadones del XIX, que imitaron y conservaron allí, los tendremos de vuelta. «Sigue el futuro», tuiteó Juan Cruz tras la decisión de Sánchez de no irse. Sí: el futuro de la España de siempre, de la que un día soñamos librarnos.
«Predica la regeneración el primer degenerado. Llama a limpiar la vida pública el que más la ensucia»
El sanchismo ha tenido ya algunas consecuencias en mí: me he polarizado, y todo por haber llevado una estricta vida política constitucionalista en este país de todos los demonios. También he pasado a despreciar a un número inasumible de compatriotas, por su fijación, sus tragaderas y su pancismo. En el, así llamado, mundo de la cultura mi desprecio se centuplica. Solo les faltaba tener un Franco propio para que su franquismo (no solo sociológico) se regodeara hasta las heces.
Sánchez nos ha envenenado con su discurso invariablemente falaz, en el que ataca con saña aquello mismo que él encarna como nadie. Predica la regeneración el primer degenerado. Llama a limpiar la vida pública el que más la ensucia. Aunque esta vez no va a haber una guerra civil en España, nos ha enseñado (inició esta tarea pedagógica Zapatero) cómo empiezan las guerras civiles. Es una porquería esto de estar tocando con la mano la piel de las guerras civiles.