THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

La risa, bálsamo y vacuna contra la carta de Sánchez

«Hay ciertos temas que arrastran el riesgo de cancelación. El problema de Sánchez es el contrario: que todo es y ya para siempre motivo de risa»

Opinión
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La risa, bálsamo y vacuna contra la carta de Sánchez

Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

No importa, y no importó desde el principio, si Pedro Sánchez se va o se queda. El problema para él es que su «Carta a la ciudadanía» mueve a risa. La amenaza abierta a la democracia que implican los postulados de la misiva no ha logrado evitar una sonora carcajada. El texto, sin el filtro de sus asesores, ha dibujado su verdadero pensamiento político. Y algunas aterradoras pinceladas de su personalidad. ¿La democracia española está en peligro porque algunos medios han documentado el posible tráfico de influencias de su mujer con la suficiente solidez como para que un magistrado abra diligencias? De risa loca.  

Una postal jocosa le costó al protagonista de La broma de Kundera un descenso a los abismos. La expulsión de la universidad y del partido convierten a Ludvik Jahn en un paria social. Su prometedor futuro ha colapsado: el sistema no estaba para bromas. Me lo dijo, en una memorable cena en la Ciudad de México hace años, el fotógrafo Josef Kouldelka, que inmortalizó la toma de Praga por los soviéticos en 1968: lo que más molestaba a los rusos era nuestra risa. El humor revela la verdadera naturaleza de las cosas. También consuela y relativiza. Por eso, los mejores chistes se escuchan en los funerales. Es un bálsamo y una vacuna. Umberto Eco –«famoso escritor italiano» en la descripción de Sánchez– jugó con su corrosivo poder en El nombre de la rosa

El bufón fue una lenta conquista en las sociedades estamentales del Antiguo Régimen. Del bobo de Lope de Rueda, ajeno a la trama, al criado gracioso de Lope de Vega, motor de la intriga, hay toda una evolución liberadora. El poder se acataba sin discusión o se sufrían las consecuencias implacables de la rebeldía, pero al menos quedaba la catarsis del humor. 

Frente al Senado de la República, en el México del PRI, escondía sus puertas el Teatro Blanquita, donde todas las noches los cómicos formados en las carpas callejeras ridiculizaban con sus chistes a los altos potentados que en la acera contraria se repartían impunes las prebendas del poder. Algunos analistas del movimiento estudiantil de México que acabó en la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre del 68, están convencidos de que una de las causas del ataque fue la susceptibilidad del presidente Díaz Ordaz ante las caricaturas que se hacía a su costa. Cuanto más cerrada es una sociedad, menos espacio hay para la risa. Lo saben los humoristas profesionales: hay ciertos temas que arrastran el riesgo de cancelación. El problema de Sánchez es el contrario: que todo es y ya para siempre motivo de risa.  

Los 130 autobuses fletados por el partido y la corneta de alarma antifascista sólo consiguieron mover el corazón de unos diez mil españoles, puras lágrimas de cocodrilo. En las redes sociales, la verdadera plaza pública, la burla ha sido despiadada. Los memes, las parodias y las adaptaciones musicales compiten en ingenio y maledicencia. No inspira ni miedo, ni respeto, ni admiración. Sólo risa. Y por lo tanto su poder es agónico. Fueron los cinco días en vilo más ligeros de la historia. Ha sido divertido leer que alguien que ha peleado con el cuchillo en la boca para permanecer en el poder, primero en Ferraz y luego en La Moncloa, diga por escrito, de su puño y letra, que no tiene «apego al cargo». Es puramente cómico que alguien que ha usado todos los instrumentos a su alcance para triturar a sus enemigos y deshacerse de sus amigos cuando no le son útiles recuerde que no todo vale en la política. Y también me río del «soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer», convertido en bolero o en ranchera gracias a la inteligencia artificial.

A qué humorista se le habrá ocurrido la idea de hacer desfilar a todos los líderes socialistas con las mismas líneas de un guion de teatro del absurdo: «Pedro, quédate». Cruel paradoja de un partido que pasó de defenestrarlo porque los llevaba la ruina a rogarle, a pesar de que el destino sea el mismo: la ruina moral y política. Así de peligrosos son los liderazgos carismáticos que privilegian la lealtad personal a las convicciones. Incluso el pobre de Page tuvo que hacer aspavientos de paje en la tribuna. Hilarante.

—¿Y qué hacemos ahora que estamos contentos? 

Nada. Estamos esperando a Godot. 

René Girard profundiza en El chivo expiatorio el papel clave que esta figura juega en toda comunidad. Y cómo la solución que encuentran los brujos de la tribu es siempre el sacrificio ritual de los señalados, como enmienda. Lo que no dice Girard es que ninguna ceremonia soporta la risa de los feligreses.

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