THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

Punto y aparte presidencialista

«El modelo parlamentarista de nuestra Constitución ya no se sostiene más allá de espantajos aparentes. El problema es que populismo y presidencialismo riman demasiado bien en este contexto crítico»

Opinión
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Punto y aparte presidencialista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Entre el plebiscito popular y el culto al líder providencial, el presidente Sánchez decidió que no iba a dimitir tras las muestras de devoción de su militancia y aledaños (en su jerga unas «movilizaciones masivas»). O, al menos, nos quiso hacer creer que se lo había planteado en la intimidad del hogar. A la mayoría nos cuesta comulgar con ruedas de molino y sospechamos de que esto fuera así. No es lógico que, en cuestión de cinco milagrosos días de descanso y reflexión, Sánchez haya pasado de abrirse emocionalmente en clave epistolar ante la ciudadanía española a insinuar que quiere continuar muchos años más en el cargo y transformar el país. Eso sí, parece que esta vez solamente ha engañado a los más fieles -que, por cierto, no son pocos-.  Algunos de sus antiguos defensores han criticado esta especie de paripé electoralista, que ha resultado vergonzoso incluso para quien le votó con convicción hace unos meses. 

El diablo está en los detalles. Quizá el mejor testimonio de todo ello fue aquel «buenas tardes» que lanzó a los españoles a las once de la mañana. Es cierto que, a veces, nuestro horario está desnortado, pero no para justificar semejante desmán. Quien atendió a este pequeño indicio en el principio de su comparecencia comprendió que ese saludo había desnudado ya todo lo que viniese después. Era una evidencia de que, como en tantas otras cuestiones, las palabras del presidente eran de cartón piedra. Y vaya que lo fueron. Hasta sacó el comodín de la ciencia contra el fango cotidiano de los adversarios de la democracia, el progreso y la convivencia. Sin despeinarse, además, lo más mínimo. 

Dicen los que saben que el populismo se define por una división social entre los puros y los que no lo son. Por supuesto, la pureza nace de la firme pretensión de implantar la voluntad popular. También los que saben de esto nos han enseñado que el populista es el defensor de un monismo moralista. El pueblo comparte unos valores que son atacados por corruptos y enemigos, una elite tradicional que ahoga a la ciudadanía. No hay posibilidad de un pluralismo real con semejante planteamiento. En el fondo, las batallas del líder tienen que ver con la pervivencia moral del grupo. Por esa razón, se intenta azuzar la polarización afectiva. No hay posibilidad de descanso o conciliación. ¿Les suena de algo? Me sorprende que nuestros más conspicuos anti-trumpistas no sean capaces de reconocer estos rasgos en su propia casa. Les pasa lo que le sucedía a ese cazador de brujas llamado Joseph McCarthy, de quien insinuaban que era incapaz de «encontrar a un comunista en la plaza Roja».

«Después de ver las entrevistas de Pedro Sánchez en la prensa amiga, la pregunta que podemos hacernos es si el populismo le ha llevado a querer iniciar el camino presidencialista o si el proceso ha sido al revés»

En fin, parece como si no hubiera espacio entre Sánchez y la ultraderecha. El mundo de la cultura nos enseñó que defender a «Pedro» era defender a la democracia y un grupo de periodistas comprometidos se levantaron, mediante manifiesto, contra el «golpismo judicial y mediático». Las cabezas del sindicalismo patrio alientan la «democratización de la justicia». Y hasta algún altar en su memoria se ha visto por ahí. Esta deriva atufa a lo que hemos venido definiendo como populismo hasta el momento. Después de ver las entrevistas de Pedro Sánchez en la prensa amiga, la pregunta que podemos hacernos es si el populismo le ha llevado a querer iniciar el camino presidencialista o si el proceso ha sido al revés.

Punto y aparte. No puede sorprendernos que Sánchez haya aprovechado la ventana de oportunidad que se abrió con la moción de censura de 2018. Los mimbres habían estado siempre sobre la mesa. El parlamentarismo se ha ido vaciando de realidad desde hace tiempo. El presidencialismo era una tentación con la que habían tropezado la mayoría de presidentes de la democracia. La cultura política española y el diseño  institucional tampoco han ayudado. El modelo parlamentarista de nuestra Constitución ya no se sostiene más allá de espantajos aparentes. El problema es que populismo y presidencialismo riman demasiado bien en este contexto crítico. Se han desactivado algunos de los principales mecanismos de la democracia liberal que nos hemos dado para comprar apoyos, sortear la debilidad gubernamental o juguetear con los límites de los usos tradicionales de las instituciones públicas. Quizá ya no haya vuelta atrás porque no veo a nadie que quiera levantar la bandera del parlamentarismo de nuevo. Ya veremos qué sucede cuando unos pierdan el poder y otros quieran seguir el mismo recorrido trazado. Porque esto pasará.

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