Catalanismo y victimismo
«El victimismo se ha convertido en la coartada perfecta para callar al adversario e imponer un relato que marque la política y llegue a la legislación»
Lo siguiente no se refiere solo al catalanismo como nacionalismo, sino a esas ideologías basadas en la nación como sujeto sufriente que precisa justicia.
Es evidente, o eso creo, que nos hemos dejado invadir por la política sentimental. La gestión no importa, ni la racionalidad. Ni siquiera la ciencia. En política solo es capaz de vender algo el victimismo, que se acompaña de una buena dosis de demagogia emocional y de desprecio al otro. Es el triunfo de la teoría crítica y del posmodernismo. Esto ha cobrado fuerza a medida que la clase política ha sido peor, con menos estudios, profesionalizada y privilegiada, y, a la vez, se ha infantilizado el electorado. Ojo, ya no importa la sociedad o la ciudadanía, sino quien vota. Los mensajes son para quienes tienen el capricho, la responsabilidad, o se creen en la obligación de ir a depositar una papeleta en una urna para confiar en alguien a quien desconocen y al que luego no controlan.
El victimismo se ha convertido en la coartada perfecta para callar al adversario e imponer un relato que marque la política y llegue a la legislación. Eso es el nacionalismo catalán, una narrativa de ficción sobre una nación mágica que se defiende de quien quiere su eliminación. Nada de eso es verdad, pero los partidos nacionalistas lo presentan como su razón de ser y, por supuesto, como el gran motivo para que la gente les vote. Por eso compiten a ver quién es más nacionalista.
Estas elecciones en Cataluña son así. De hecho, el verdadero proceso ha sido el acercamiento de los partidos no nacionalistas hacia los postulados defendidos por los nacionalistas. Véase la amnistía y el próximo referéndum de autodeterminación negado hasta tres veces por Salvador Illa. ¿A qué viene ese acercamiento al matrix nacionalista? A que consideran que es de justicia histórica y una obligación moral. ¿Cómo no resarcir a una nación víctima de un Estado? Además, y esto no lo reconocerán nunca, han dejado que en los últimos 40 años, desde la Generalitat, los indepes construyan una Cataluña nacionalista, victimista y sentimental.
El victimismo es una coartada que va más allá de Cataluña. Se extiende a otros territorios e identidades. El modelo explicativo lo cuenta bien Luis María en su obra La fuerza del relato. Cómo se construye el discurso ideológico en la batalla cultural (Almuzara, 2024). La clave de la identidad nacionalista, como de otras colectivistas que anulan al individuo, es el victimismo. Esto se construye a través de una narrativa de ficción que transforma a alguien corriente en el protagonista de un hecho histórico, eso sí, vinculado a un grupo humano en la misma situación.
«Los nacionalistas elaboran un argumentario victimista sobre el que reivindican justicia»
Esa narrativa, dice Luis María, se basa en dos elementos: un lenguaje propio y tramposo, y la nacionalidad como un mérito no reconocido. De aquí, por ejemplo, que los independentistas usen eufemismos como «soberanismo» o «derecho a decidir», y digan cosas como «los catalanes, primero», como si se tuvieran más derechos humanos por ser catalán que los que no lo son. Hay más. Al ser la nacionalidad un mérito, en las oposiciones a lo que sea o en la contratación pública se dan puntos por hablar catalán aunque no sea necesario. De esta anormalidad provienen cosas como los vigilantes del idioma en escuelas, hospitales y centros deportivos. Ojo, porque esto también ocurre con las mujeres cuando el sexo femenino se considera un mérito para ocupar una plaza, y ser hombre, no.
Los nacionalistas, da igual que sea Junts, ERC o Aliança Catalana, elaboran un argumentario victimista sobre el que reivindican justicia. La trampa es considerar que la política es hacer justicia moral -como la dichosa «memoria histórica»-, porque al presentarse como víctimas se erigen en portadores de la moral y, por tanto, en los únicos legitimados para legislar. Vuelvo al ejemplo de la memoria histórica: cómo se ha puesto la izquierda porque la derecha ha aprobado leyes de concordia.
A eso lo llamamos hegemonía, que supone una imposición al resto. Por eso el nacionalismo catalán, como el progresismo, no puede ocultar su complejo de superioridad moral. Se creen mejores que el resto. Es algo que no pueden ni quieren ocultar. Y se piensan superiores simplemente por tener la nacionalidad catalana, que otorga un ADN especial, como dice el entrenador del Barça.
La imposición de este matrix cultural provoca miedo en los que no encajan, como señala Luis María. No sentirse integrado es ahora aterrador. En esta sociedad infantilizada hacemos casi lo que sea para pertenecer a la tribu dominante. Los catalanistas no permiten que los demás se autodefinan, que adopten su identidad libremente, sino que los clasifican en buenos y malos -como hace este Gobierno para referirse a la derecha- al objeto de someterlos y anular su personalidad.
«Los que no creen en la nación víctima histórica del Estado opresor simplemente no existen»
Esos nacionalistas, en nombre de la diversidad, el progreso y la inclusión, escribe acertadamente Luis María, no respetan el pluralismo en igualdad de condiciones. Es más; les molesta porque los que no comulgan son una parte de la sociedad que todavía no se ha sometido a su narrativa de ficción victimista y moralizante. Esta es la razón de que persigan a los no creyentes, y los cancelen. Los que no creen en la nación víctima histórica del Estado opresor simplemente no existen. La situación se vuelve irrespirable cuando esos individuos se enfrentan a la maquinaria administrativa de la Generalitat, en un entorno hostil o pasota, y con unos medios de comunicación, educativos y culturales financiados por los nacionalistas.
Téngalo en cuenta cuando oigan los discursos de los nacionalistas después de este 12-M. No quiero destripar más el libro de Luis María, que cuenta más formas de construir relatos, constituyendo una obra que se me antoja muy necesaria para comprender los tiempos liberticidas que vivimos, donde está asediada la individualidad.