THE OBJECTIVE
Dante Augusto Palma

¿De quién es la máquina de fango?

«La máquina del fango existe, pero, en todo caso, como mínimo, es una máquina que los salpica a todos y es de propiedad compartida»  

Opinión
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¿De quién es la máquina de fango?

Ilustración de Alejandra Svriz

Bulos, política de la vergüenza, desinformación, lawfare, fachosfera, máquina de fango. Lo que parece ser un nuevo universo conceptual político-comunicacional está invadiendo el debate público español impulsado por el propio Pedro Sánchez.

Claro que no se trata de creaciones del presidente del Gobierno, pero llama la atención la presencia casi obsesiva de toda esta terminología en los discursos oficiales. Sin ir más lejos, en la entrevista que Sánchez brindara a Pepa Bueno en El País algunos días atrás, la idea de una «máquina de fango» aparece mencionada al menos cinco veces solo en los primeros minutos de la extensa charla. 

Dado que ya ha habido suficientes análisis sobre los insólitos días de reflexión que el presidente decidió tomarse para encontrar un sentido a su permanencia en el cargo, solo cabe agregar que, en esta entrevista, Sánchez confirmó el culto al personalismo cuando justifica su sobrerreacción -de una desmesura pocas veces vista- y establece una correlación directa entre una investigación sobre su esposa y un ataque contra las instituciones. La democracia soy yo (y Begoña). 

Asimismo, y en este punto también ha habido interesantes notas de opinión incluso en medios cuya línea editorial es oficialista, no son pocos los periodistas que le han marcado la cancha a Sánchez respecto a la posibilidad de leyes o intervenciones sobre los medios de comunicación bajo la excusa de acabar con las fake news que intoxican el debate público. El punto es por demás interesante porque, aunque va a tono con los nuevos liderazgos más humanos y sensibles, el presidente ha quedado preso de su «confesión sentimental» ya que, al ser interrogado por la ejecución de políticas concretas contra los bulos, no posee un discurso unificado. Por momentos es capaz de decir «esto no se soluciona con una ley» y por eso «llamo a la reflexión», para luego referir a leyes contra la desinformación que provienen de Europa o a una legislación que tienda a transparentar el financiamiento y la propiedad de los medios en España. 

Ahora bien, más allá de la discusión acerca de los pro y los contra de este tipo de iniciativas, quisiera centrarme en el trasfondo de la perspectiva del presidente, la cual, por cierto, no es ninguna novedad y no se desplaza ni un ápice del canon progresista con el que se analizan los fenómenos políticos tanto en España como en el mundo. 

«Cuando gana el que queremos, la gente no es tonta y triunfa la racionalidad. Cuando gana el malo, es mentira y manipulación»

Un buen ejemplo de esta perspectiva se puede observar en el libro de Ignacio Ramonet, La era del conspiracionismo, lanzado en el año 2022, a propósito de la presidencia de Trump y el asalto al Capitolio. 

La tesis del prestigioso exdirector de Le Monde Diplomatique, cuyos análisis, más allá de acuerdos y desacuerdos, suelen ser lúcidos, es sorprendentemente burda y puede sintetizarse así: el triunfo de Trump en 2016 se explica por el modo en que el magnate manipuló, a través de fake news y de una «guerra cognitiva», a la gran masa de varones blancos de una clase media empobrecida con tendencia a abrazar teorías conspirativas. 

Para desarrollar esta idea, Ramonet hace especial hincapié en QAnon, el espacio de ultraderecha que más sobresalió en la toma del Capitolio y donde confluyen las teorías de la conspiración más delirantes. 

Como bien describe Ramonet, QAnon considera que «el mundo estaría dominado por una perversa sociedad secreta formada por miembros de alto rango del Partido Demócrata, celebridades del espectáculo, periodistas famosos, multimillonarios adoradores de Satanás que controlan el Estado profundo, fomentan la pedofilia, el tráfico de menores y –para conservar su juventud- extraen el valioso adrenocromo de la sangre de los niños raptados». 

«Cualquier alternativa a Sánchez es Vox, o la caricatura de Vox; el disenso es antiderechos y la denuncia es bulo»

Si con esto no alcanzara, en QAnon también es posible hallar a aquellos que creen que la pandemia fue, en realidad, una gran conspiración para vender vacunas y controlarnos, a terraplanistas y a diversos grupos a los que llamaremos «supremacistas blancos» para no señalarlos directamente como «neonazis». 

Dado que es imposible imaginar que la mitad de Estados Unidos sea parte de todos estos delirios, Ramonet, como sucede con otros puntos de vista progresistas, busca fundamentar su tesis complementándola con el hecho de la facilidad con la que las redes sociales propagan desinformación y con su propia teoría de la conspiración, algo más sofisticada, pero igualmente conspirativa. Me refiero a esta idea de que las derechas del mundo controlan los medios y las redes.

Dicho esto, y dado que habría una tendencia a que se viralicen más las falsedades que las verdades, las buenas performances de las derechas en el mundo obedecerían a la proliferación de mentiras y a la manipulación de las mentes. Entonces Trump ganó por ello, Bolsonaro ganó por ello, Milei ganó por ello y el Brexit sucedió por ello. Pizzagate terraplanista más Cambridge Analytica. Eso es todo. Apenas unos años después Trump y Bolsonaro perdieron, pero eso no importa. Cuando gana el que queremos, la gente no es tonta y triunfa la racionalidad. Cuando gana el malo, es mentira y manipulación.

Para el enfoque progresista, en España, el lugar de QAnon lo ocupa «el fascismo». Entonces cualquier alternativa a Sánchez es Vox, o la caricatura de Vox; el disenso es antiderechos, la crítica es financiada y la denuncia es bulo que adopta la forma de «pseudomedios» y «pseudosindicatos». Verdad y realidad de un lado. Mentira y ficción del otro. Planteado así se produce una paradoja: Sánchez dice estar defendiendo las instituciones democráticas y acusa a la derecha de no admitir la legitimidad del Gobierno. Sin embargo, la oposición no es representada en términos políticos como un adversario sino en términos morales como una construcción basada en la falsedad. 

«Lo más preocupante es la moralización del debate político y la deslegitimación del adversario»

Para concluir, digamos que tanto o más preocupante que el evidente personalismo de Sánchez o las eventuales iniciativas que pudieran poner en peligro la libertad de expresión, es la moralización del debate político y la deslegitimación del adversario y de sus representados. Esto también sería parte de la máquina de fango que se encuentra en marcha para silenciar voces disidentes con las que se puede acordar o no pero que tienen, a priori, la misma legitimidad. 

Porque por supuesto que existen, en todo el mundo, operaciones de prensa o estructuras más sofisticadas donde esas operaciones actúan de la mano de actores políticos, jueces e instituciones de la sociedad civil contra un gobierno o un espacio político. También es real que candidatos y/o gobiernos de derecha reciben el apoyo de espacios minoritarios conspiranoicos poco afectos a las reglas democráticas. Pero reducir la oposición a esta caracterización es una mezcla de pereza intelectual y falta de autocrítica.      

Entonces, ¿de todo este desarrollo deberíamos inferir que la máquina de fango es un invento de Sánchez y la progresía? Para nada: la máquina del fango existe, pero, en todo caso, como mínimo, es una máquina que los salpica a todos y es de propiedad compartida.  

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