Gana Sánchez, pero Puigdemont tiene aún una bala de plata
«Lo más probable es que Illa gobierne con el apoyo externo de ERC, salvo que Junts consiga convencer a Sánchez de que puede caer en una moción de censura»
Se mire por donde se mire, lo único cierto de las elecciones del 12 de mayo en Cataluña es que Pedro Sánchez sale reforzado. Su partido allí, el PSC, ha logrado la victoria en votos y en escaños por primera vez en la historia. Y lo ha hecho gracias al hundimiento del independentismo, que ha cosechado sus peores cotas desde 1980.
Por tanto, Sánchez coge impulso para las elecciones europeas del 9 de junio y puede vender a los cuatro vientos (sobre todo en Bruselas) que su política de cesiones constantes a Cataluña es el camino adecuado. Pero tampoco conviene entregarse a la propaganda monclovita: por mucho que nos intenten convencer de que los indultos y la amnistía han derrotado al independentismo, lo cierto es que más bien han sido la política de mano dura anterior a Sánchez (juicio y cárcel para sus líderes) y la constatación por parte de cierto electorado catalán de que la independencia era una estafa. De hecho, la amnistía solo ha servido para resucitar a Carles Puigdemont, que estaba completamente fuera de juego hasta que el PSOE necesitó sus siete votos en Madrid. Sin amnistía, el batacazo el 12-M hubiera sido aún mayor.
En consecuencia, el socialista Salvador Illa tiene todas las papeletas para gobernar en Cataluña, pues no se vislumbra otra suma posible más que la de PSC, ERC y Comunes. Como a Esquerra parece que le penaliza encamarse con los socialistas, lo lógico es pensar en un apoyo externo sin formar un tripartito. Si la cerrazón de ERC acaba provocando una repetición electoral, el tortazo puede ser antológico, pues ya sabemos cómo castigan los electores a los que tienen la llave de la gobernabilidad y no la utilizan (véase el caso de Ciudadanos con Sánchez en el año 2019).
«Si a Puigdemont le hubiera importado algo más que salvar su propio trasero, se hubiera plantado en Cataluña durante la campaña electoral»
Por su parte, Puigdemont es prácticamente un cadáver, por mucho que se quiera ahora hacer el interesante. Como es lógico, amenazará con tumbar a Sánchez en Madrid apoyando una moción de censura del Partido Popular si el PSC no permite su elección como ‘president’. Pero sabe que nadie se va a creer semejante órdago. Es un cobarde y lo ha demostrado sobradamente. Solo busca su salvación personal vía amnistía, y hasta que no la tenga bien atada, y aún no lo está, no dejará caer al gobierno del PSOE. Si a Puigdemont le hubiera importado algo más que salvar su propio trasero, se hubiera plantado en Cataluña durante la campaña electoral, por ejemplo el día que murió su madre, y hubiera provocado su detención. Pero no quiso arriesgarse a pasar unos días en el calabozo. Ha perdido su último tren.
Lo bueno de las elecciones del 12-M es que se ha constatado con mayor rotundidad que Cataluña es una tierra plural. Nunca fue verdad que hubiera una mayoría social independentista, y ahora por primera vez incluso se visualiza en el Parlament, donde siempre ganaban los nacionalistas por culpa de un reparto de escaños entre provincias que les beneficia descaradamente. Y conviene recordar que hoy la suma de PSC, PP y Vox da justo mayoría absoluta. Si tuvieran altura de miras, sería el momento de aprovechar la ocasión y empezar a gobernar para todos los catalanes, no solo para los que se creen superiores al resto de españoles.
Lo malo del 12-M es que no parece que para los catalanes sea motivo de castigo nada de lo que hace Sánchez en Madrid. Ni sus políticas durante los últimos seis años, ni sus escándalos de corrupción (caso Koldo) ni sus absurdos cinco días de reflexión. En este sentido, se ha vuelto a constatar que Cataluña sigue siendo un oasis que se mueve con otra escala de valores respecto al resto de España.