Un derrotado y un triunfador
«El derrotado temporal es el independentismo. Los ganadores son Alejandro Fernández y el Partido Popular, puesto que sin Cataluña el PP cojea en España»
Parece ser que al final ha ganado Illa, como podría no haber ganado. Las cosas suceden así; el triunfo o la derrota se deciden por un puñado de votos: algo más de un centenar en Lérida, menos de mil en Tarragona. Sin embargo, nadie pierde del todo; ni siquiera los que pierden de verdad. Y, al revés, cualquier victoria es parcial. Mucho más cuando pasa el tiempo y las cenizas acaban por enterrar el pasado. La muerte y la resurrección constituyen un ciclo mítico que ha conformado nuestra civilización occidental y que nos ha hecho ser como somos. No ha sido la primera vez ni será la última, por tanto.
Ha ganado Illa, aunque también Puigdemont (en menor medida), y es acertado pensar que todo ha cambiado para que todo siga igual. La victoria de Illa beneficia a Sánchez lógicamente, porque en cierto modo avala su telaraña de alianzas parlamentarias. Nadie sabe cuánto tiempo más podrán sostenerse estos pactos, que van en contra de la cohesión del país, antes de que estallen por algún punto de sutura. Pero Sánchez, a lo largo de todos estos años, ha demostrado ser capaz de cruzar prácticamente todas las líneas rojas a fin de mantenerse el poder. ¿Lo seguirá haciendo? Por supuesto. Entre otros motivos, porque la atomización de la política no conduce sino al vaciado de la moral.
«El ‘procés’ no ha terminado ni lo hará en un futuro cercano»
Puigdemont es un ejemplo interesante de ese retorno de la historia. Fracasó como presidente de la Generalitat y huyó al no querer asumir sus responsabilidades. Este falso exilio lo ha convertido, sin embargo, en un mito del independentismo y en una figura lo suficientemente divisiva como para concentrar el voto de la confrontación. La víctima inmediata ha sido ERC, que ha visto como los exconvergentes fagocitaban el liderazgo de Pere Aragonès al frente de la Generalitat. Tampoco ha ayudado mucho el hartazgo social con el procés, lo cual se ha traducido en unos resultados históricamente negativos para el independentismo. De todos modos, yo matizaría la lectura positiva para el constitucionalismo que se puede hacer de estas elecciones: el procés no ha terminado ni lo hará en un futuro cercano, a pesar de que la coyuntura –especialmente entre los jóvenes– parezca indicar algo distinto.
El nacionalismo es un credo obsesivo que se alimenta del miedo a perder la lengua, el territorio, la cultura o el poder; y del miedo a que la realidad no responda a la ideología y, por tanto, a la ficción. Decía con razón el historiador John Lukacs, haciéndose eco de un viejo axioma, que conviene fijarse en el filo de las ideas porque terminamos pareciéndonos a aquello en lo que creemos. El postprocés no constituirá, me temo, una excepción a esta regla.
«Illa no las tiene todas consigo, ni siquiera es seguro que logre gobernar»
Salvador Illa ha logrado capitalizar parte de este desencanto hacia el soberanismo tras una larga década perdida que ha dejado una Cataluña más pobre, más dividida y con peores indicadores sociales. Pero no las tiene todas consigo, ni siquiera es seguro que logre gobernar. Una segunda vuelta asoma en el horizonte como hipótesis de trabajo. De convocarse, beneficiaría al PSC y al PP más que a ERC y Junts, porque la ciudadanía no entiende de bloqueos.
Termino con un último apunte: hay un derrotado y un ganador en estas elecciones. El derrotado temporal es el independentismo, aunque ya he dicho que la muerte y la resurrección forman parte del mito cíclico en Occidente. Los ganadores, sin embargo, son Alejandro Fernández y el Partido Popular, puesto que sin Cataluña el PP cojea en España. Y con estos resultados, Núñez Feijóo apunta hacia La Moncloa. Es algo que el dirigente gallego tendrá que agradecer al líder de los populares catalanes.