Vencedores y vencidos
«El independentismo ha sido derrotado. Sin embargo, no sería de extrañar una repetición electoral en Cataluña y nuevas elecciones en España»
Las elecciones catalanas del pasado domingo presagiaban peligrosas tormentas. Tras las mismas, todavía no luce el sol, la niebla sigue densa y persistente, pero de todo lo malo esperable nos encontramos en mejor situación. Hablo desde el llamado constitucionalismo, los que pensamos que España está mejor con Cataluña dentro y, sobre todo, Cataluña está mejor dentro de España. Además, muy importante, eliminar los constantes conflictos y pensar que el orden constitucional y las normas democráticas deben cumplirse siempre. Expuestas con brevedad, podemos extraer cuatro conclusiones.
Primera. ¿Quién ha ganado? Sin duda, el PSC. ¿Es constitucionalista el PSC? Es de un constitucionalismo no fiable, tantas veces ha fallado. Esta vez, el ganador dentro del partido socialista ha sido Salvador Illa, su perfil serio y moderado ha contribuido poderosamente al triunfo. Esperemos que esta victoria, discreta pero indudable, reafirme al PSC por la senda constitucional.
Segunda. ¿Quién ha perdido? El independentismo, con menos dudas aún que en el campo de los vencedores. Ha perdido indudablemente ERC. Aragonès, además, ha dado muestras de honradez democrática al dimitir inmediatamente. Pero también ha perdido Puigdemont, un gallito que empieza a desplumarse y aspiraba a quedar el primero de la clasificación. No ha sido así.
Junts ha quedado segundo, sólo tres escaños más que en 2021 (y a siete del PSC que ha subido nueve escaños). Ello es meritorio, pero por debajo de sus expectativas de gran ganador, por sus actitudes supuestamente épicas, hasta heroicas, de «presidente legítimo», «presidente del Consell de la República» o falso «exiliado». Es, simplemente, un expresidente de la Generalitat, un fugado de la justicia que reside en Bruselas y sigue presidiendo un partido nuevo que poco tiene de continuidad con la CiU de Pujol, Roca y Duran Lleida. Si no reconoce su propia realidad, se dará de bruces y aún fracasará más estrepitosamente.
Tercera. ¿Ha terminado el procés? Michel Ignatieff, flamante nuevo Premio Princesa de Asturias, acaba de decir, sabiamente, que los procesos no terminan nunca. Es cierto, pero aquí nos referimos a otra cosa: nos referimos a si las ideas fuerza que llevaron a una crisis que empezó en septiembre de 2013 y suponía un nuevo paradigma del nacionalismo catalán han quedado finiquitadas o bien siguen vivas. Hasta ahora siempre he pensado, y escrito, que seguían vivas. Los adalides del proceso estaban ganando y se les concedía todo lo que pedían: confiaban, pues, en que la llama seguía encendida. Por primera vez tengo dudas. Por un lado, los partidos independentistas no han ganado y, por otro, es posible que un gobierno no independentista -y sin independentistas, pues ERC se ha excluido- gobierne la Generalidad.
«Hay que dejar pasar un tiempo para saber si el ‘procés’ ha concluido o sigue. De momento, sigue»
Según lo que haga este Gobierno, si se constituye, podría decirse que el procés ha concluido, aun sabiendo que el nacionalismo, una ideología legítima, sigue siendo una fuerza política importante en la sociedad catalana. Importante, pero ya más secundaria. Sería el triunfo del constitucionalismo. Esto puede ser así según se comporte el PSC, y dudas tengo: su ambigüedad es notoria y su supeditación al Gobierno de Pedro Sánchez se ha comprobado en muchas ocasiones. La última, la amnistía. Por tanto, hay que dejar pasar un tiempo para saber si el procés ha concluido o sigue. De momento, sigue.
Cuarta. ¿Cuál será la repercusión en la política española de los resultados del domingo pasado? Este es un punto crucial de todo el asunto. La debilidad parlamentaria del Gobierno Sánchez es palmaria: la aritmética es clara. ¿Seguirá triunfando Puigdemont en su pulso con Sánchez a pesar de estos discretos resultados electorales y el triunfo del partido de Illa? Esta es una incógnita y seguramente lo seguirá siendo por un tiempo, aunque los períodos para constituir la Mesa del Parlamento de Cataluña apremian y ya se sabe que la composición de la Mesa prejuzga en cierta manera al gobierno y a sus soportes parlamentarios.
Sánchez firmó unos pactos con Junts y Esquerra (y con el PNV y, verbalmente, se supone que con Bildu) que son incumplibles si la línea roja del PSOE es el respeto a la Constitución y el compromiso de no vulnerarla, al menos de forma flagrante. Estos imprudentes pactos pueden dar a Puigdemont y los demás, sobre todo ERC, fuerza suficiente para en caso de incumplimiento romper el imprescindible apoyo en el Congreso. A Junts se le sumaría seguramente ERC y quizás Bildu. Sin 14 o 20 diputados le sería imposible gobernar.
«Todos estos partidos – y el PNV por supuesto – saben que nunca se sentirán tan confortables como con Sánchez»
Pero todos estos partidos -y el PNV por supuesto- saben que nunca se sentirán tan confortables como con Sánchez. Se les presenta un grave problema y Sánchez, en estos momentos, está en posición de verlos venir y esperar al resultado de las europeas para comprobar su verdadero apoyo electoral en toda España. Complicada situación acerca de la que no se pueden dar ahora opiniones, sólo manifestar que el problema existe y que hay que estar atentos a su desarrollo para advertir sobre su posible resolución.
Las elecciones catalanas han dejado certezas -los vencedores y los vencidos- pero muchas incógnitas de cara al futuro. En general, puede decirse que el balance es moderadamente positivo: el independentismo ha sido derrotado. No sería de extrañar, sin embargo, una repetición electoral en Cataluña y nuevas elecciones en España. En ese supuesto, sería sin duda un fracaso de la estrategia política que inició Pedro Sánchez con su moción de censura en 2018.
No se puede gobernar contra las reglas no escritas del parlamentarismo y vivir siempre en la incertidumbre y colgado de un hilo. Necesitamos otra estrategia: formar mayorías amplias mediante pactos entre partidos centrales, no mayorías justísimas para gobernar en el alambre, siempre a punto de tropezar y caerse. Este viejo principio sirve para España y también para Cataluña, ambos son gobiernos parlamentarios. De estas elecciones catalanas pueden salir vencedores y vencidos en Cataluña y en España.