No es un genocidio
«La crítica a algunas actuaciones de Israel es legítima, pero negar su derecho a defenderse y apelar a un inexistente genocidio no es pacifismo, es antisemitismo»
La politización del dolor no sólo pasa por instrumentalizar la desgracia y el sufrimiento ajenos para colocarlos en el centro del debate político y convertirlos en un catalizador social, sino que va acompañada a menudo de discursos maximalistas que persiguen conferir una dimensión colectiva a la angustia particular, desdibujando la responsabilidad individual del autor material y presentando la comisión del hecho delictivo como parte de una componenda del sistema capitalista, eurocentrista y patriarcal. Por eso la izquierda valedora de estas estrategias discursivas gusta de calificar a los desahucios de terrorismo financiero o los actos de violencia contra las mujeres como terrorismo machista: para poder incorporarlos a su retórica populista antisistema.
El término genocidio, sin embargo, lo suelen reservar para ocasiones especiales, ya que la responsabilidad de tan abominable acto no se diluye en la masa, sino que tiene un nombre y rostro asociados con el neoliberalismo y la derecha. Jamás les verán ustedes relacionar tan execrable crimen con líderes, políticas o regímenes vinculados con la izquierda. Así que a nadie sorprende que sólo califiquen de genocidio la muerte de ancianos en las residencias madrileñas durante la pandemia de la covid para imputarle miles de muertos a Isabel Díaz Ayuso, mientras soslayan sin rubor alguno las acontecidas en otros lugares de España.
«El conflicto entre israelíes y palestinos dista mucho de poder considerarse un genocidio y ni podría hablarse de crímenes de guerra»
Pero cuando de Israel se trata, entra también en escena su indisimulado antisemitismo, pues incorporan a sus proclamas antisistema y a sus alianzas geopolíticas la deshumanización del judío, a menudo recurriendo a técnicas propias del Nationalsozialismus del que tanto dicen abominar. Eso los lleva a presentar una versión reduccionista y burda del actual conflicto bélico en Palestina, mintiendo abiertamente tanto en lo relativo a sus causas como, por supuesto, en su calificación como genocidio, amén de no tener problema alguno en hacer seguidismo de las informaciones sesgadas, cuando no falsas, propagadas por Hamás, el grupo terrorista que gobierna Gaza. La vertiente más repugnante de la máquina del fango roja.
Pero no, el conflicto entre israelíes y palestinos dista mucho de poder considerarse un genocidio y ni tan siquiera podría hablarse de crímenes de guerra por parte del ejército de Israel, con arreglo a lo estipulado por la Convención de Ginebra. A este respecto, el Convenio de la ONU para la prevención y sanción del delito de genocidio entiende como tales los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. En el mismo sentido lo aborda el artículo 607 de nuestro Código Penal.
«El 7 de octubre buena parte de la izquierda patria guardó un atronador silencio»
Pues bien, si de algunos de los bandos puede predicarse la intención de aniquilación del contrario como grupo nacional o religioso es del palestino, que jamás ha aceptado la propuesta de los dos Estados ya que su aspiración es la de destruir a Israel y barrer a los judíos de la faz de la tierra: desde el río hasta el mar es el eslogan con el que manifiestan tal intención.
La masacre del 7 de octubre en Israel, donde terroristas de Hamás perpetraron el asesinato de 1.200 judíos inocentes, muchos de ellos mujeres y niños, fue grabado y difundido entre proclamas antisemitas y de apología del exterminio. Ante ese inconmensurable horror, buena parte de la izquierda patria guardó un atronador silencio, cuando no abonaron su justificación. No hubo apelaciones a la paz ni se mencionó el genocidio. Un mutismo que terminó en cuanto Israel anunció represalias: poco tardaron en hacerse eco de los bulos de los terroristas sobre el ataque a un hospital para justificar sus discursos de odio contra el pueblo judío. Eso sí, ni una palabra sobre el uso de edificios civiles para actividades militares por parte de Hamás, ni la existencia de cientos de kilómetros de túneles excavados en Gaza para amparar y facilitar las actividades de los terroristas.
Desde entonces, repiten incesantemente las proclamas que presentan al pueblo de Israel como genocida, cuando no hay bombardeo o ataque del ejército de Israel que no vaya precedido de una orden de evacuación de los civiles palestinos, a los que sus propios gobernantes de Hamás les impiden la huida para abonar el odio antisemita con sus cadáveres. Por supuesto que la crítica a algunas actuaciones de Israel es absolutamente legítima, pero negar que tiene derecho a defenderse de quien busca exterminarlos y apelar constantemente a un inexistente genocidio para justificar el boicot y sembrar el odio no es pacifismo, es antisemitismo.