El beato funesto Junqueras, hombre de rara doctrina
«Junqueras ha pasado demasiados años en la cárcel como para no atesorar un fondo de sufrimiento que cree debe ser redimido, resarcido, indemnizado. No puede ceder el papel de profeta visionario a un vivales como Puigdemont»
Notas sueltas tras la batalla al otro lado del Ebro. Empecemos por lo mollar. En las elecciones catalanas del pasado domingo, el PP y Vox lograron agrupar el 19% del voto, voto más voto menos. Este es, y no se engañe nadie, el resultado obtenido en términos de voto de castigo a Sánchez y a su manera, digamos técnicamente, salvaje de gobernar el asunto catalán. Indultos, supresión de delitos, negociaciones en el extranjero, amnistía blindada y prebendas a tutiplén pagaderas en cómodos plazos hasta el día último de la legislatura, allá por el mes de julio de 2027.
El 81% de los demás votantes se inclinaron por diferentes opciones, todas ellas reclamándose de la etiqueta “catalanista” (esa enseña consensual con la que hasta el PP juguetea), y lo hicieron por diversas razones, naturalmente, pero ninguna de ellas perseguía castigar a Sánchez o sus manejos. En este sentido, la política de apeasement ha dado los frutos esperados en Moncloa. Dos veces los siete votos “catalanes” necesarios para seguir en el poder. Y esta es la gran victoria de la que, en justicia, puede jactarse nuestro Hamlet sentimental de La Moncloa: muy pocos votan en Cataluña contra mí, y esos están del otro lado del muro. El murismo me funciona.
Es penoso pues sacar pecho por parte de PP y Vox, el uno por quintuplicar su representación y el otro por mantenerla. Si solo ellos encarnan a los catalanes que están en contra de la amnistía (la mayor violación de la Constitución habida hasta la fecha), será verdad la mentira que cuenta el CIS sobre el 80% de catalanes a favor de dicha ley. Hay mentiras verdaderas, a veces.
Otra de la peculiaridades de estos comicios reside en el hecho de que, precisamente, la amnistía que sigue su curso, no ha sido “tema de campaña” para nadie, cuando se trata, a todas luces, del hecho político más relevante de las últimas décadas: una reinterpretación torticera de la Constitución para favorecer a aquellos que pretenden subvertirla y diseñada por ellos mismos. El porqué no lo hayan sacado en campaña los favorables se puede medio entender (¡pa qué, ya está en el saco!); más incomprensible es que PP y Vox no hayan querido hacer bandera de ello: pertenece al mundo de las preguntas políticas sin respuestas, que solo algún spin doctor podría explicar y no lo hará nunca (salvo si es Iván Redondo).
En el capítulo de obituarios, el único que sí habló del elefante en la cacharrería: Ciudadanos, al que no cuento en el 19% por sus testimoniales y heroicos 28.000 votos (menos que el PACMA, que algún día debería sacar un escaño, leñe), dio sus últimas boqueadas, justo en el lugar donde nació, con un discurso, eso sí, enérgico y un mensaje regenerador, probablemente el más necesario de todos, hoy como ayer.
Que el electorado le haya dado definitivamente la espalda demuestra, una vez más y por si hiciese falta, que el votante es en general un ser irracional que se mueve por impulsos (algo consabido) pero que huele muy bien la sangre: a un partido en declive siempre le dará la puntilla.
En el rincón de exotismos, el partido Aliança Catalana, partido racista (ojo: no es el Vox catalán, pues este solo quiere expulsar a los no españoles, el otro a los extranjeros y a los españoles), logró un excelente resultado, por ser la primera vez y sin estructuras institucionales, lo cual presagia un futuro de los más prometedor en una tierra tan dada a expedir pasaportes a sus residentes. Al tiempo.
De Puigdemont se ha dicho ya todo, desde su cobardía proverbial a su tontiastucia estratégica, pasando por su mesianismo, que antes que nadie la CUP supo ver, y que por eso lo apoyó.
El PSC de Salvador Illa, hombre de tres misas diarias, captando muchos votos constitucionalistas de Ciudadanos y algunos desengañados del Procés, ha ganado claramente las elecciones, remontando las cifras del PSC año tras año, pues en 2017 vivió sus horas más bajas. Es legítimo que aspire a gobernar, sea esto más o menos cómodo para Sánchez tener que lidiar con un Puigdemont chantajista durante unas semanas.
Lo importante es cómo llegará al poder y de la mano de quién.
Pues la madre del cordero es Esquerra, el partido del gobierno saliente, cuyo líder, el nen de la barba, convocó las elecciones antes de que la amnistía permitiera a Puigdemont volver, con la esperanza de que no pudiera hacer campaña, y que no sólo ha perdido 13 escaños sino que ha hecho que por primera vez no hubiese una mayoría absoluta de fuerzas independentistas. El tiro por la culata. Por qué esta debacle en la formación que había logrado ocupar, en cierto modo, la centralidad y la institucionalidad de la Convergència de Pujol y luego de Mas, dejando a los neoconvergentes el papel de enragés, convertidos en cupaires con corbata: porque su pactismo y su gestión lo han convertido en un partido aburrido y ambiguo, dos defectos insuperables.
Ahora su dirigencia amaga con el paso al lado o directamente la salida, a la espera del momento de la verdad que dictará la militancia, que es lo que ocurre cuando los partidos no saben qué hacer: consultan con la militancia, que todavía sabe menos de nada, y por eso se permite opinar. (Sólo en Francia se le ocurrió a algún partido hacer una consulta a la votancia, previo pago de una módica cantidad de dinero. Al menos la muestra era más representativa. No es mala idea y debería extenderse a los comicios: que fuera de pago, y previo aprobado de un test de cultura general).
Hasta que no se resuelvan las europeas, termómetro en el trasero del electorado, y se despeje la dude del ímpetu que tiene o deja de tener el gran timonel de la Moncloa, la partida de póquer catalana quedará en pausa.
En el juego del gallina entre Sánchez y Puigdemont, esto es, quién llegará más al borde del precipicio respecto al otro (moción de censura o elecciones anticipadas), los resultados europeo pueden tener su valor en esa carrera loca hacia lo desconocido.
Está claro que Puigdemont se juega seguir en la política, pero Sánchez el seguir en el poder tres años más.
El beato Junqueras ha pasado demasiados años en la cárcel (no le fue del todo mal, perdió unos cuantos kilos, QDMP, y conoció paisaje y paisanaje) como para no atesorar un fondo de sufrimiento que cree debe ser redimido, mejor dicho resarcido, indemnizado. No puede así como así ceder el papel de profeta visionario y milenarista a un vivales como Puigdemont, que se ha pegado la vida padre en el casoplón de Waterloo y sin pegar un sello en el Parlamento Europeo. Nada hay más peligroso que un victimista que lleva razón.
Coda 1
Por europeos. Afganistán: mueren asesinados tres turistas españoles, todo apunta a un atentado “contra europeos”, según el ministro de exteriores; un hombre y dos farmacéuticas, madre e hija. Morir por ser europeo… Nunca sabremos si las víctimas se plantearon en algún momento que podían morir no por lo que hicieran, los riesgos que corriesen, sino por lo que eran. Europeos. Pero más misterioso es que eligieran como lugar de turismo uno de los sitios más peligrosos del planeta.
Coda 2
Los díscolos. Lambán y Page: el primero, muy crítico contra la amnistía, lleva sus ideas hasta las penúltimas consecuencias (se ausenta, solo se ausenta, eh, para evitar votar con el PP contra la amnistía), sabiendo que se juega una multa, pero nunca la expulsión. El segundo, también muy crítico con la amnistía, nunca pensó en encabezar un revuelta con sus diputados manchegos. La disciplina del partido ante todo, que es como decir el poder por encima de todo. Para sobrevivir a Sánchez hay que estar dentro.
Coda 3
El magnicidio de un populista de derechas. Sorprenden las morigeradas muestras de apoyo al atentado contra el premier eslovaco. Los magnicidios siempre llevan coloratura política.