THE OBJECTIVE
Andreu Jaume

Real sobrasada

«La democracia se ha ido llenando de signos y hechos diferenciales, acentos y agravios ancestrales hasta llegar a la actual confederación de idioteces folclóricas»

Opinión
4 comentarios
Real sobrasada

El rey Felipe VI. | Ilustración: Alejandra Svriz

«Con esta peste catastrófica de las autonomías, las identidades, las peculiaridades distintivas, las conciencias históricas y los patrimonios culturales, la inteligencia de los españoles va degradándose a ojos vista y se la ve ya acercarse peligrosamente a los mismos umbrales de la oligofrenia». Rafael Sánchez Ferlosio escribió estas proféticas palabras hace cuarenta años en un artículo titulado Situación límite. ¡Ultraje a la paella! (El País, 8-VII-1983). El motivo de su indignación era la queja que el entonces diputado del Grupo Popular Ignacio Gil Lázaro –hoy en Vox– había elevado al ministro de Cultura de la época –Javier Solana– por una campaña contra los incendios forestales cuyos eslóganes rezaban: «Hay paellas que matan» y «La paella es el plato más caro del verano», con la intención subliminal, por supuesto, de despertar en la conciencia del dominguero el peligro que suponía cocinar el arquetípico arroz en nuestros agostados bosques. 

Como buen valenciano, a Gil Lázaro le parecía que esa campaña demostraba un intolerable desprecio por «el patrimonio cultural autóctono» e instaba al señor ministro a retirarla de inmediato en aras de la dignidad autonómica. Cuatro décadas después de aquel artículo, los españoles ya hemos traspasado de largo el umbral de la oligofrenia. En lugar de evidenciar y preservar su espacio neutro y supranatural, la democracia se ha ido llenando de signos y hechos diferenciales, acentos, purezas étnicas y agravios ancestrales hasta llegar a la actual confederación de idioteces folclóricas. La última ha sido la noticia de que la Casa Real ha amparado nada menos que una academia dedicada a reivindicar la existencia de la lengua balear, que por tanto ahora ha pasado a llamarse Reyal Acadèmi de sa llengo baléà. (Lo mejor son los acentos, de una sofisticación inigualable. Yo recomendaría poner un par de circunflejos sobre las eles, para así recordar el ball de bot, una especie de sardana un poco menos soporífera.)

El gonellisme –que es como en Mallorca se conoce al paletismo que reivindica una esencia isleña libre de imposiciones foráneas– es una consecuencia de los excesos que el nacionalismo pancatalanista, igual de obtuso, ha cometido en el archipiélago con el concurso de toda la clase política y especial entusiasmo de una izquierda que en las islas, con el actual PSOE de Armengol a la cabeza, se ha distinguido por un grado superlativo de estupidez e intransigencia. La sujeción a los mitos inventados por Pujol, primero, y luego por sus cachorros independentistas, ha hecho estragos tanto en la universidad como en general en la enseñanza pública y aun en la sanidad. El sectarismo está tan arraigado que ni siquiera el PP se atreve a molestar a los custodios del fuego sagrado.

«La respuesta a esa concepción tan empobrecedora y castrante de la cultura no puede ser en ningún caso el reconocimiento de lenguas que no existen, basadas en delirios filológicos y defendidas sin el más mínimo rigor y sobre todo con una absoluta falta de sentido del ridículo»

Pero la respuesta a esa concepción tan empobrecedora y castrante de la cultura no puede ser en ningún caso el reconocimiento de lenguas que no existen, basadas en delirios filológicos y defendidas sin el más mínimo rigor y sobre todo con una absoluta falta de sentido del ridículo. ¿Alguien se imagina la creación de la Reà Academia del andalú? Bien podría ser, por otra parte, pues hace muy poco Isabel Franco, cuando era diputada de Unidas Podemos, reivindicó una ortografía propia y singular para el andalûh, así, con su sombrerito y todo. Y Jorge Pueyo, otra luminaria de Sumar, ha hecho en esta legislatura una reivindicación heroica del aragonés en el Congreso. Por su parte, Jorge Campos, diputado de Vox y por tanto compañero de Gil Lázaro, se ha apresurado a felicitar a la  Reyal Academi por su defensa del «mallorquín, el menorquín, el ibicenco y el formenterense». Como se ve, la estupidez no conoce fronteras ideológicas y campa a sus anchas en la España invertebrada.  

Buena parte del problema estriba en haber claudicado frente a una entelequia tan artificiosa como la de Països catalans, una etiqueta vacía, rescatada de la propaganda decimonónica por Joan Fuster en el siglo pasado. En realidad, la verdadera tradición cultural en la que Baleares, Cataluña y Valencia pueden insertarse es la que representa la Corona de Aragón en la Edad Media y el Renacimiento. Ahí ya no hay ninguna disputa entre nacionalismos, a cada cual más tronado, sino una constelación de autores y de lenguas –el catalán, el castellano, el provenzal, el toscano de Nápoles y Sicilia– que nos devuelven a un periodo histórico fascinante y muy fértil en todos los ámbitos.

La Corona de Aragón, por ejemplo, sirvió de puente entre Al-Andalus y la cristiandad, gracias a escritores como Pedro Alfonso, judío converso de Huesca, autor de la Disciplina clericalis, colección de cuentos ejemplarizantes de la tradición oral árabe, cristiana y hebrea, cuyo eco puede rastrearse tanto en Cervantes como en Shakespeare. No hace falta recordar a Ramón Llull, de quien Umberto Eco, que lo leyó muy bien, dijo que su nacimiento en Mallorca fue determinante porque entonces la isla era una encrucijada entre tres grandes culturas. Están por supuesto los trovadores, entre ellos Cerverí de Girona, que siendo hijo del condado de Barcelona trabajó en la corte toledana del rey de Castilla. Y las novelas de caballerías que empiezan con el Tirant lo Blanc, siguen con el Amadís y alumbran al fin el Quijote. Igual que la maravillosa e irreductible poesía de Ausias March –que fue traducida al castellano por Jorge de Montemayor y por Quevedo–, tan influyente en el Renacimiento español. 

El Alto Patronazgo de las Reales Academias es una prerrogativa del rey reconocida en el Título II de la Constitución y hunde su raíz en la Ilustración, cuando Felipe V se trajo el modelo de Francia. Es algo por tanto demasiado serio como para exponerlo a este tipo de bromas. La Casa del Rey ha esgrimido unos informes internos para justificar su decisión. Además de despedir a esos asesores, Felipe VI –en cuyo escudo de armas se distingue la señal real de Aragón– haría bien en rectificar y no poner la Corona al servicio de una pseudoacademia que compara el baléà con el arameo y que arguye como principal mérito la gloriosa incorporación al español de palabras como ensaymada y sobressada.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D