THE OBJECTIVE
Anna Grau

Tan sencillo como querer gobernar bien

«El electorado catalán ha mandado un mensaje: quiere pasar página de la pesadilla del ‘procés’, pero no a cualquier precio. No más mentiras, no más abusos»

Opinión
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Tan sencillo como querer gobernar bien

Carles Puigdemont, Salvador Illa y Pere Aragonès. | Ilustración de Alejandra Svriz

El 12-M ha dejado en Cataluña (y por extensión, en el resto de España) un sudoku tan aparentemente indescifrable como obvio a poco que uno se tome la molestia de discernir los hechos de la propaganda electoral de unos y otros. Es usual que los partidos políticos, todos ellos, inflamen en campaña sus promesas, oculten sus contradicciones y se guarden ases en la manga. La extrema polarización actúa además como eficaz opio del electorado. Y sin embargo, pocas veces las cosas habían estado tan claras como ahora.

Es posible que el socialista Salvador Illa haya ganado estas elecciones por algo tan sencillo como querer gobernar Cataluña. De verdad. A fondo. Ese y no otro ha sido, desde el principio, el propósito del PSC, la hoja de ruta de la que no se ha desviado ni un milímetro desde que la sensacional anomalía pujolista estableció una especie de ley catalana de excepción a la hegemonía ochentera de la izquierda en toda España.

A mí me sorprende ver a tanta gente inteligente y además bien informada en Madrid dar por hecho el mantra de que «Illa no puede ser presidente de la Generalitat, porque Sánchez no le va a dejar». Error. En estos momentos y en la práctica, la cosa funciona más bien al revés. Se comprobará en las inminentes elecciones europeas. Y aunque así no fuera, es impensable que el socialismo catalán desaproveche la primera oportunidad nítida de gobernar Cataluña (de verdad, a fondo), puede que con apoyos externos, pero siendo por primera vez mucho más fuerte que estos. Como dijo Javier Nart en una reciente y esclarecedora entrevista que le hizo Gemma Nierga, Illa no va a cometer el error que cometieron los dirigentes de Ciudadanos que desvistieron un santo para vestir otro, abandonaron Cataluña para comerse el mundo y Madrid les hizo un efecto parecido al que le hace al personaje interpretado por Paco Martínez Soria en la película La ciudad no es para mí.

De Ciudadanos, para qué hablar. Sobre este tema, quien esto firma vale más por lo que calla que por lo que dice. Baste apuntar que cuando uno pretende venir a regenerar la política tiene que estar dispuesto a dejar de vivir de ella cuando comprueba que se ha quedado sin nada que ofrecer. Si mañana se diera otro golpe como el de 2017, ¿alguien confiaría en lo que queda de Ciudadanos para salir a la calle y pararlo?

Que esa es otra cuestión, si el procés ya va de capa caída o si a la sombra de la amnistía se está mascando un nuevo golpe. Pues miren, yo creo que ni sí, ni no, ni todo lo contrario.

«El ‘procés’ no iba de otra cosa que de la fratricida guerra a muerte entre ERC y la exCiU»

Para empezar, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué entendemos por procés. Si entendemos un esfuerzo consecuente para trasladar la quimera independentista a la política práctica, no hay procés que valga, porque el procés nunca ha ido de eso. Ha costado que los votantes independentistas se dieran cuenta y empezaran a abstenerse masivamente, ellos también, en unas elecciones autonómicas. Al fin hasta el gato de Puigdemont, si lo tiene, se ha dado cuenta de que el procés no iba de otra cosa que de la fratricida guerra a muerte entre ERC y la exCiU por heredar el fabuloso entramado de poder institucional catalán acumulado por casi dos décadas y media de pujolismo. La dictadura blanca, que decía Tarradellas.

El independentismo catalán, como el comunismo, son utopías/distopías (al gusto del consumidor) que uno puede tener colgado a la cabecera de la cama (como un póster de Companys o del Che), que incluso pueden alimentar legítimos activismos, pero que si se intentan imponer antidemocráticamente desde las instituciones, aplastando política y civilmente a quien piensa distinto, pasan de irrealizables a insoportables. Por eso Pujol, en vida, nunca osó revelarse en público como el independentista irredento que íntimamente era. Porque sabía que la realidad no le acompañaba y que el coste del todo o nada era inasumible.

Otra cosa es defender la lengua, la cultura, los derechos históricos, una financiación justa y suficiente (para toda España) y hasta lo que se ha dado en llamar una mirada catalana abierta al mundo. Pero para eso no hace falta irse a ninguna parte. Te quedas y peleas por lo tuyo, que es lo de todos, y lo peleas bien. Sin trampas, sin corrupción, sin recortes en servicios públicos y sociales.

En el fondo, los líderes del procés han cometido un error muy parecido al de Ciudadanos: aburrirse de Cataluña, renunciar a gobernarla bien, o simplemente a gobernarla, para embarcarse en espejismos mayores. En puros trampantojos. Tanto follón para que al final, toda la fuerza del independentismo se reduzca a tener siete votos en el Congreso de los Diputados. ¿Es esto revolución o teletrabajo?

«Ha ganado Illa, pero la derecha no nacionalista sube como un cohete»

Y luego tenemos al PP, que con Alejandro Fernández al frente ha quintuplicado su presencia parlamentaria, todo ello sin que a Vox se le mueva un diputado ni una pestaña. O sea, que ha ganado Illa, pero la derecha no nacionalista (que no colona, ni ñorda, por favor…) sube como un cohete. Gana el que dice blanco y sube como la espuma el que dice negro, sin ir más lejos sobre la amnistía. ¿Conclusiones?

La mía personal es que el electorado catalán ha mandado un mensaje doble: quiere pasar página de la pesadilla del procés, pero no a cualquier precio. No más mentiras, no más abusos. Que la amnistía va a servir para normalizar la convivencia en Cataluña, nos cuentan los gurús socialistas. Bueno, eso no se lo cree ni Puigdemont, consciente de la extrema fragilidad jurídica de esta ley (por eso todavía no ha vuelto…), a no ser que la misma reposara sobre un consenso político verdaderamente amplio y granítico. Si la amnistía ofreciera incentivos no sólo a los condenados o fugados del procés, sino a los largamente machacados por ellos, podríamos hallarnos ante el equivalente catalán de los pactos de la Transición. Mientras no sea así, la amnistía sólo será un instrumento para que Pedro Sánchez tenga cogidos a sus aliados por las partes blandas, no al revés, como a menudo se dice.

En resumen, no estamos ante un punto de llegada, sino de partida. A lo mejor es ahora cuando de verdad puede empezar todo. Cuando se puede empezar a hacer política en serio en Cataluña. Por primera vez en muchos años, un socialista catalán tiene la posibilidad de ser president de la Generalitat (de verdad, a fondo), sea con un tripartito de izquierdas, explícito o implícito, sea con una geometría variable a la que los mismos de Puigdemont pueden acabar corriendo raudos a apuntarse mientras los de ERC se lo piensan.

Y a la vez, habrá una presencia reforzada y sensible en la cámara catalana del otro gran partido nacional, el PP. Ambos ganan en protagonismo, es decir, en responsabilidad. Si de las lecciones duramente aprendidas en todos estos años sale una voluntad de gobernar más y mejor Cataluña, por todos y para todos, y que eso irradie libertad y no oscuridad al resto de España, quizá muchos sueños rotos no hayan sido del todo en vano.

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