De Madrid al monte
«El sueño madrileño es un Chicago que cabe en un cuplé y le van creciendo las manifestaciones, los toros, los festivales y todo el folklore»
Madrid está viviendo una alegre varicela de casticismo, Madrid, el Madrid de las manis domingueras es una comunidad lírica donde el santo, o sea San Isidro, ese labrador tan vago que llegó al milagro de que los ángeles le arasen la tierra, marca la pauta, el ritmo. Ese Madrid, éste, aquél, está rodeado de una arboleda. El Pardo es un parque de melancolía ferroviaria que al paso de sus trenes y su tristeza, se muestra vacío pero lleno de vida. El Gamo, aquel restaurante de El Pardo, que Cela frecuentaba, tenía una alegría menestral.
Este fenómeno de sociología de café se da o ha dado con algunos escritores españoles populares. En España, Unamuno y Ortega llegan a ser filósofos populares, cuyas frases y leyenda andan entre el gran público. Por las plazuelas del Pardo anduvo pues, Cela, dialogando con el pueblo madrileño. Hoy, solo algunas tardes el barrio echa a la calle, se llena de ancianos que viven de la jubilación y la emoción que les da el Real Madrid.
«El barrio les atrapa, y acaban siempre bailando sobre el gris adoquín»
En lo alto de una colina se asoma El Cristo de El Pardo, donde los Padres Capuchinos rezan a gritos. Aquel monte de encinares está tajado por el río Manzanares. Una vez, Madrid se enamoró de su río, y aquí construyó una playa artificial al compás de una corriente de pensamiento que defendía el desarrollo físico del individuo, el deporte y el contacto con la naturaleza. La naturaleza es mucho más poderosa que el yoga o el Mindfulness, pero por alguna razón, hay madrileños que salen al campo una vez al año a lo sumo.
El barrio les atrapa, y acaban siempre bailando sobre el gris adoquín. Ya dijo Borrell, frase atroz, que «las encinas del Pardo no son sagradas». Lo único sagrado, ya, va siendo el automóvil. Ganó el bullicio municipal con todas las madrileñas vestidas de madrileñas y todo ese gentío que se pasea para ser visto. Un poco más concurrido está el parque del Oeste, pero nada como los Sanisidros. Hay un fragor político en los Sanisidros de este año, donde se ha visto un toro de Miura saltando al callejón de Las Ventas en búsqueda de un verde prado. Todas las corridas parecen goyescas y se diría que San Isidro está más de moda entre los jóvenes.
Tenemos ya más kilómetros de Metro que de parque y pero hay esperanzas, como hay un sueño madrileño. Madrid quiere ser Madrid sin dejar de parecerse a Chicago. El sueño madrileño es un Chicago que cabe en un cuplé y le van creciendo las manifestaciones, los toros, los festivales y todo el folklore. El sueño madrileño es la alternativa política, social y espiritual, pero aún no conocen su naturaleza. Madrid es que es demasié. Hoy se reúnen en la Puerta de Alcalá, toda la pancarta y el griterío, para decir que Madrid no se rinde. Madrid es popular, Madrid es del pueblo, y no hay otra gloria que el sueño de Madrid.