THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

Los nacionalistas en el callejón del gato

«Cuando a los nacionalismos se les ve en un espejo cóncavo, emerge su verdadera faz: una oligarquía que se beneficia de un tinglado artificialmente construido»

Opinión
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Los nacionalistas en el callejón del gato

Manifestación independentista. | Agencias

Valle Inclán en Luces de bohemia intenta definir el género literario que va a utilizar en varias de sus obras: el esperpento. Se trata de descubrir lo que se encuentra detrás del disfraz social que cada uno lleva. «Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del gato… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento». Los espejos cóncavos deforman la imagen o, más bien, muestran la verdadera.

El esperpento lo inventó Goya, afirma Max Estrella en Luces de bohemia. La pintura negra, pero sobre todo los tres caprichos en los que aparecen personajes mirándose al espejo son enormemente expresivos: un petimetre que ve su imagen trocada en un mono; la maja que contempla en el espejo una serpiente enroscada en una guadaña; un mosquetero convertido en un gato enfurecido. El espejo habla. Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas, sentencia el protagonista de Luces de bohemia.

Hay que llevar al independentismo catalán a pasear a un imaginario callejón del Gato para que asome su auténtica imagen. Que caigan el disfraz y la máscara. Pongamos fin al carnaval. Un primer paso en esa dirección lo han dado Tabarnia y su presidente, Boadella. Se instalaron enfrente del procés y asumieron el papel de espejos cóncavos. Colocando a los independentistas ante su verdadera figura y sus incoherencias, ponen de manifiesto el esperpento que se halla detrás de su épica. Boadella tiene una larga trayectoria dedicada a desmitificar, caricaturizar a todos los poderes fácticos: ejército, Iglesia, Franco… En el lote entró también en su día Pujol, confirmando que detrás del gran padre de la patria solo había un fantoche avaro y corrupto.

La constitución de Tabarnia colocó a la cúpula del secesionismo frente a sus propias contradicciones y ante la falsedad de sus argumentos. Detrás de la grandilocuencia y la petulancia de su discurso, de sus grandes ideales patrióticos y de su pretendido heroísmo, se esconden tan solo los intereses más bastardos y el más ramplón de los provincianismos. Su verdadera imagen es esperpéntica, un fantoche extravagante. Quienes cifran toda su legitimidad en un estrafalario derecho a decidir no pueden negar a la parte más importante de Cataluña, Tabarnia, la facultad de exigir lo mismo.

Si el soberanismo quiere convertir Cataluña en un nuevo Estado -lo que es patentemente ilegal y anticonstitucional-, con más razón los tabarneses están legitimados para crear una nueva comunidad autónoma, posibilidad que concede la Carta Magna. ¿Una broma? No en mayor medida que el independentismo. Ya lo dijo Boadella en el discurso de toma de posesión de la presidencia de la entidad: «Sí, soy un payaso, pero no mayor que quienes están al frente del secesionismo».

«El derecho reclamado para los catalanes es al tiempo el expolio de la soberanía de la totalidad de los españoles»

La independencia de Cataluña no solo afectaría a esta región sino a toda España. El derecho de un grupo de catalanes aunque fuese mayoritario (ahora no lo son) chocaría con el derecho de otros catalanes e incluso con el derecho del resto de españoles. ¿Puede la mitad de Cataluña cambiar sustancialmente las condiciones de vida de la otra mitad, obligándola a separarse de España, a la que se encuentran unidos desde hace muchos siglos? El derecho reclamado para los catalanes es al mismo tiempo el expolio de la soberanía de la totalidad de los españoles. Por otra parte, ¿quiénes son los catalanes?, ¿los que ahora residen en la Comunidad Autónoma aunque hayan llegado ayer o todos los nacidos en Cataluña vivan donde vivan? ¿Por qué van a poder votar los catalanes residentes en Costa Rica y no los residentes en Madrid?

¿Quién es el sujeto de ese derecho a decidir que se invoca? ¿Dónde radica la soberanía, la capacidad para cambiar las reglas de juego? Según la Constitución de 1978 -la que fue votada por una inmensa mayoría de catalanes-, el pueblo español en su conjunto. Pero es que, además, cualquier otra respuesta nos introduce en un laberinto de difícil salida. ¿La Comunidad Autónoma de Cataluña, definida curiosamente de acuerdo con la Constitución del 78, formada por cuatro provincias, con los límites que estableció el ordenamiento jurídico en 1833? ¿Y por qué no todos los países catalanes o el antiguo Reino de Aragón, con lo que seguramente el resultado sería muy distinto? ¿O cada provincia tomada individualmente? ¿Qué ocurriría si la mayoría en Barcelona y Tarragona se pronunciase en contra de la escisión, aun cuando la mayoría de la comunidad se mostrase a favor?, ¿se independizarían tan solo Lérida y Gerona? ¿Y qué sería de los municipios que se pronunciasen en contra de lo decidido por sus correspondientes provincias?

La única respuesta lógica sería precisamente la que los independentistas no quieren confesar: recurrir a lo racial, a lo biológico. En las pasadas elecciones tan solo Silvia Orriols y su partido Alianza Catalana han dicho la verdad de lo que piensan, verdad que los demás no quieren reconocer, aunque consciente o inconscientemente esté implícita en su discurso y sobre todo en su comportamiento. El nacionalismo solo tiene sentido -un sentido si se quiere perverso y de fatales consecuencias, pero sentido, al fin y al cabo- cuando las diferencias se pretenden fundamentar en los factores raciales.

Uno de los problemas que tiene el nacionalismo surgido en el siglo XIX es que, en los tiempos actuales, resulta difícil -en muchos casos, imposible- determinar el contorno de la teórica nación. ¿Dónde empieza y dónde acaba?, ¿qué es lo que los distingue de los demás?: los famosos hechos diferenciales. Acudir a la entidad étnica (y al RH) está muy mal visto después de la Segunda Guerra Mundial, de manera que los distintos nacionalismos no tuvieron más remedio que refugiarse en la identidad cultural. Pero hoy en día, tras la globalización, la integración financiera y comercial, la movilidad de las personas y los negocios, resulta muy difícil mantener la ligazón con el terruño y encontrar la llamada identidad cultural. Las distintas civilizaciones y las teóricas naciones se difuminan y solo permanecen las entidades políticas y jurídicas, es decir, los Estados».

«García es el más común de los apellidos en Cataluña. A continuación, se encuentran Martínez, López, Sánchez y Rodríguez»

En el siglo XIX y principios del XX, el nacionalismo catalán, en su gran mayoría, lo tenía claro: eran las características étnicas las que determinaban la nacionalidad, que además venía a coincidir si bien asumiendo cierta flexibilidad en los límites- con determinado territorio. Pero en el momento actual, aunque se quisiera, cómo acudir a lo racial, al linaje, cuando en los últimos 70 años Cataluña, al igual que Madrid y el País Vasco, ha recibido una fuerte emigración del resto de las regiones españolas.

Según el Instituto Nacional de Estadística, García es el más común de los apellidos en Cataluña. Un total de 168.733 personas lo tienen como primer apellido, mientras que 173.500 lo tienen como segundo. A continuación, se encuentra Martínez para pasar a López, Sánchez y Rodríguez. La lista sigue con Fernández, Pérez, González, Gómez, Ruiz y Martín. Hasta el puesto 20, no encontramos ningún apellido que pueda tenerse como autóctono de Cataluña.

El mestizaje es evidente y evidente es la falta de lógica del discurso independentista cuando arremeten contra españoles, ya sean castellanos, andaluces, murcianos, etc., porque la gran mayoría de los secesionistas cuentan entre sus ancestros, en primera o segunda línea, con españoles de otras regiones.

Pero si miramos hacia el futuro, los datos demográficos cuestionan aún más la racionalidad del nacionalismo. En Cataluña, mueren el doble de españoles de los que nacen, (en eso no es muy distinta de otras partes de España), Sin embargo, en el caso de los inmigrantes extranjeros (los que no son españoles), el resultado es el opuesto, por cada fallecimiento se producen seis nacimientos. «En 2023 los nacimientos de extranjeros han sobrepasado ya el 50%. Y a comienzos de 2024, el 30% de la población catalana la constituían los nacidos en el extranjero y sus hijos nacidos en España menores de 25 años».

«No es de extrañar que el nacionalismo considere la emigración un gran peligro»

Se podrían seguir aportando cifras extraídas del informe Cataluña: declive demográfico de una sociedad multicultural, publicado por el Observatorio Demográfico del CEU y que indica bien a las claras las transformaciones demográficas que está sufriendo y va a sufrir Cataluña. Por supuesto, nada distinto de otras partes de España, pero en ellas no hay hechos diferenciales que salvar ni espíritu del pueblo que conservar.

No es de extrañar, al margen de posturas éticas o ideológicas, que el nacionalismo considere la emigración un gran peligro. Le cuestiona su misma razón de ser y su capacidad para subsistir. Hay un factor que agudiza aún más el problema, la preeminencia que por razones idiomáticas el soberanismo catalán ha venido dando a la presencia de africanos (más de un 75% de ellos, marroquíes) y asiáticos (sobre todo, paquistaníes), en detrimento de latinoamericanos, estos últimos más fáciles de asimilar.

Al nacionalismo solo le queda como elemento identitario el lenguaje. Es por eso por lo que le conceden tanta importancia, por lo que lo convierten en un concepto casi ontológico. Lo asimilan con el espíritu del pueblo. De ahí que los independentistas pretendan que el catalán sea hegemónico en Cataluña y, en consecuencia, su lucha en contra del castellano; de ahí que planteen como un acto de reafirmación que el Gobierno español reclame el catalán como idioma oficial en Europa; y de ahí que hayan exigido también la autorización para poder utilizar, casi como un acto de desafío, las lenguas cooficiales en el Congreso.

En el siglo XXI los nacionalismos particularistas, en la terminología de Ortega, están condenados a desaparecer. Cuando se les ve reflejados en un espejo cóncavo, emerge su verdadera faz. La de una oligarquía que se beneficia enormemente de ese tinglado artificialmente construido y que se resisten a abandonar. Pujol decía que había que hacer país. Era consciente de que este no existía más que en la imaginación y en los intereses de algunos. Si la nación no existe, habrá que crearla forzando a la sociedad; así ocurre con el idioma. Hay muchos intereses en juego. La imagen del nacionalismo catalán que ofrecen los espejos cóncavos es la del 3%, y la del España nos roba.

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