Maricones de Dios
«La izquierda española, de la mano del progresismo mediático, está enganchada a la idea de que este Papa es ‘progre’, ¿en qué es progresista Bergoglio?»
Era un martes del mes de septiembre de 2001 cuando una parte del mundo que ya jamás regresará se derrumbó ante nuestros ojos con las Torres Gemelas. El terrorismo golpeaba a los Estados Unidos en un ataque suicida y un cura, el padre Mychal Judge, rezaba a los pies de la torre sur, pese a la insistencia de los bomberos para que abandonara la zona por el peligro evidente de derrumbe.
Judge era un sacerdote franciscano, capellán del Departamento de Bomberos de Nueva York. No estaba allí cuando los aviones golpearon los edificios, pero en el momento en que los equipos se dirigieron a la zona cero de los ataques yihadistas, Judge agarró un casco y fue con ellos. A pesar de que todo el mundo huyó, él fue en sentido contrario a lo que manda el raciocinio, de eso están hechos los héroes. Son los que permanecen cuando otros huyen.
A falta de un minuto para que dieran las 10 de la mañana, la torre sur del World Trade Center se vino abajo, y con ella, la vida del padre Judge, que fue sacado en volandas por un grupo de hombres en una de las imágenes que más se recuerdan de la mañana que todo el mundo quisiera olvidar. El cura, querido, bondadoso, servicial, estaba tocado por la muerte que le acabó alcanzando oficialmente minutos después. En el registro oficial, Judge es la víctima 0001 el 11 de septiembre, el primer muerto oficial del 11-S era un cura y era gay.
La condición homosexual de Mychal Judge se fue conociendo después, cuando los diarios, atraídos por la historia del «santo del 11-S», comprendieron su inmensa figura. El experimentado capellán de los bomberos neoyorquinos, se había erigido en un ministro de la Iglesia muy cercano a la comunidad LGTB. Fue él quien organizó a un grupo de voluntarios en los 80, cuando todo el mundo les daba la espalda a los enfermeros de SIDA, para dar su oración, aplicarles la extrema unción, conociendo la homosexualidad de muchos de ellos. Como fue también un cura que se opuso públicamente a las tesis de la Iglesia sobre el «pecado» o la «desviación» que conlleva haber nacido gay.
Judge era un hombre católico, pero gay. Y digo «pero gay», porque a la vista está que ser homosexual en la Iglesia Católica sigue siendo un problema. Un tema que tensiona a la institución, que enturbia los sermones y genera recelos entre los más aperturistas y los abnegados conservadores que no quieren a gays con sotana. El Papa Francisco, que juega al despiste en esta época donde un gesto vacío vale más que una acción transformadora, se ha apuntado un tanto para el sector inmovilista del Vaticano.
«Bergoglio cree que hay ‘demasiado mariconeo’ en los seminarios. ¿Este es el Papa progresista que defiende Yolanda Díaz?»
Bergoglio cree que hay «demasiado mariconeo» en los seminarios. Son las palabras que habría pronunciado el Pontífice en una reunión privada con los obispos, el Papa habría pedido a los prelados que «acompañen» con «respeto y delicadeza» a los candidatos rechazados, o sea, a los homosexuales que no son queridos. Y que en caso de que entraran al seminario, lo mejor es que no alcanzaran el estatus de sacerdote, eso no.
¿Este es el Papa moderno y progresista que defiende Yolanda Díaz?, ¿este es el sumo pontífice que iba a llevar a cabo una revolución en la Iglesia?, ¿el mismo Francisco con el que Pablo Iglesias «estaba a muerte»? Anda la izquierda de este país de la mano del progresismo mediático enganchada a una teoría que se ha comprobado falsa, la de que este Papa poco menos que es «progre». ¿En qué es progresista Bergoglio? Se lo podríamos preguntar a Díaz, aunque me temo que aún sigue buscándole el significado a aquello de «desde el río hasta el mar», y hay que darle tiempo.
Sí, Bergoglio se desenvuelve muy bien frente a las cámaras. Por supuesto, Bergoglio ha dado pasos aperturistas en el habitual inmovilismo católico. Ahí están sus críticas duras contra la pederastia, su intento de abrir las ventanas de las finanzas de la Santa Sede, su bondad y cercanía para con los fieles y no tan fieles. Y sin embargo, ¿qué hay tras sus palabras? De momento, la nada. Tras su «¿Quién soy yo para juzgar a los gais?», el asunto de la homosexualidad en la Iglesia está marcado por la continuidad del argentino con sus antecesores. Es verdad que permitió la bendición de parejas homosexuales, aunque con el mismo estatus con el que un cura puede bendecir a una cabra o a un barco.
Hace unas horas el Papa pidió perdón: «En la Iglesia hay lugar para todos». Aunque este sea de nuevo un ademán en ese artificio vaticanista donde seguir hablando, mientras nada se mueve. La doctrina para la entrada de seminaristas lleva siendo la misma desde la elaborada en 2005, «la Iglesia no puede admitir a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas—¿se puede ser muy gay? —o sostienen la llamada cultura gay—a saber qué es eso—» Y la duda que me surgió al saber de las palabras del santo Padre, ¿Mychal Judge hubiera entrado en un seminario de haber manifestado su homosexualidad?, ¿o acaso eso sería generar «demasiado mariconeo» en la Iglesia?