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Gabriela Bustelo

Quien hizo la ley, hizo la 'trumpada'

«Trump es el primer candidato presidencial de un partido nacional que va a hacer una campaña electoral para llegar a la Casa Blanca en calidad de delincuente»

Opinión
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Quien hizo la ley, hizo la ‘trumpada’

El candidato republicano a la presidencia de los EEUU, Donald Trump, durante un mitin en el barrio neoyorkino del Bronx. | Sonia Moskowitz Gordon (Zuma Press)

En el Viejo Continente sorprenderá que Donald Trump —declarado culpable de 34 delitos de falsedad documental, fraude fiscal y violación de las leyes— se vaya a presentar tan campante a las elecciones presidenciales de noviembre. En España, donde ya prácticamente cualquiera se considera un legum magister, la noticia habrá dejado a más de uno boqueante.

Pues sí. Trump va a ser el candidato del Partido Republicano a la Casa Blanca, porque la ley estadounidense, por insólito que parezca, lo permite. La Constitución de Estados Unidos apenas pone requisitos para ser aspirante a presidente de la nación: 35 años de edad, nacionalidad estadounidense «por nacimiento» y residencia en el país durante 14 años. El texto de la Ley Suprema de EEUU no pone obstáculo alguno a postularse al máximo cargo público del país con antecedentes penales.

Por tanto, un soleado penúltimo día de mayo de 2024, Donald Trump se ha convertido en el único expresidente de la historia de Estados Unidos con una condena penal. Y de la misma tacada, también es el primer candidato presidencial de un partido nacional que va a hacer una campaña electoral para llegar a la Casa Blanca en calidad de delincuente, por así decirlo.

Pero volvamos por unos segundos a aquel memorable 9 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump, constructor y estrella televisiva sin ninguna experiencia política, se alzaba en las urnas como el cuadragésimo quinto presidente de la primera potencia mundial. Trump obtuvo un margen convincente según el sistema de voto indirecto del colegio electoral. Aquella primera trumpada dejó a buena parte del país en shock, en especial a los medios de información y expertos autoproclamados que —pese al antecedente del Brexit— erraron drásticamente en sus predicciones. Parecía vislumbrarse ya una prensa occidental no solo desconectada de la realidad, sino ridículamente capaz de sobrevalorarse. «¿Cómo nos hemos podido equivocar tanto?», gimoteaban los titulares de cabeceras estadounidenses como New York Times, Politico y Huffington Post. No conseguían entender qué había podido ocurrir para que un superconservador multimillonario de 70 años, políticamente novato y con estrambóticas tendencias antisistema, fuera el presidente de la primera potencia mundial.

«Los sondeos de opinión parecen indicar que Donald Trump aventaja al demócrata y todavía presidente Joe Biden»

¿Y qué va a pasar ahora, ocho años después? El juicio está visto para sentencia, pero falta precisamente la sentencia. El juez Juan Merchan podría decretar una multa elevada, conceder la libertad condicional o supervisada o incluso decretar el ingreso en prisión. Los sondeos de opinión parecen indicar que Donald Trump aventaja al demócrata y todavía presidente Joe Biden. Tras el Crash de 2008, millones de estadounidenses, incluyendo amplias franjas de jóvenes y latinos, ven a Trump como el posibilitador de un regreso de ciencia-ficción a la América Feliz de 1950, con familias estructuradas, prosperidad económica, bienestar sociopolítico, un aluvión de electrodomésticos baratos y gofres con sirope para todos. Sin embargo, este sonado veredicto de culpabilidad múltiple todavía podría influir en las elecciones presidenciales de noviembre de este año. 

En el mundo actual de polarización, posverdad y manipulación mediática y futbolización de las redes sociales, los líderes políticos que ganan las elecciones no son los que eran. Y por grotesca que resulte una revolución política liderada por un ricacho bocazas y apoyada mayoritariamente por los rednecks del Medio Oeste, Trump podría regresar a la Casa Blanca. Tiene a su favor la desigualdad económica creciente y la atolondrada incertidumbre de un país cuyos principios filosóficos y sociopolíticos han sido remplazados por baldías ansiedades materiales. No en vano, el estilo de vida que el propio EE UU ha exportado a Occidente se basa en un consumo conspicuo, comparativo y defensivo, que genera una interacción social acelerada, sincopada, cada vez más incongruente conforme avanza la digitalización. 

Ahora bien, cuando tengamos una pulsión incontenible de loar la democracia estadounidense como la más antigua del mundo y la más venerable, recordemos que un delincuente convicto se puede presentar a presidente (y que un joven de 18 años puede comprar un rifle en prácticamente 15 minutos). Ya lo deslizaba John Ford en la última escena de La diligencia cuando el pistolero Ringo Kid y la prostituta Dallas trotan hacia el sol poniente en un coche de caballos. El doctor mira al sheriff y le dice: «Bueno, al menos se han librado de las bendiciones de la civilización».

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