La religión taurina (y otras metafísicas nacionales)
«Uno tiene unas ideas más o menos flexibles hasta que el adversario las critica; entonces se vuelven religión. Si tenías dudas, olvídate: quien matiza, pierde»
Esta semana, Manuel Arias Maldonado reflexionaba en Letras Libres sobre las reacciones que tuvo un artículo que escribió contra la tauromaquia. En la pieza original, publicada en THE OBJECTIVE, decía que «las razones aducidas por el aficionado a los toros exhiben a primera vista una pobreza alarmante; en realidad, de lo que se trata es de eludir el debate moral acerca del dolor infligido al animal». Muchos comentarios a su artículo, dice el autor, le recordaban a algunas expresiones de fe religiosa o ideológica «que presuponen la interiorización de un cuerpo de creencias que se basta a sí mismo como forma de justificación: a quien permanece fuera de ellas se lo considera incapacitado para entender el fenómeno al que se refieren y, desde luego, desautorizado para emitir juicio alguno sobre el particular».
El argumento les sonará. El independentismo y parte del catalanismo llevan años diciendo que desde fuera de Cataluña no se entiende el «conflicto catalán». Hay que vivir ahí para comprenderlo. Pasa igual con otras cuestiones, del género a la raza o la nación: el verdadero compromiso o conocimiento político es «experiencial», hay que haberlo vivido íntimamente para comprenderlo. Y, sobre todo, es la experiencia personal la que te legitima para debatir sobre la cuestión. No hay, por lo tanto, un intento de persuasión. Lo que uno siente como verdadero no necesita explicación. ¡La verdad no se discute!
«Muchos ciudadanos piensan que hay cuestiones políticas que no admiten discusión»
La política es cada vez más extrapolítica: muchos ciudadanos piensan que hay cuestiones políticas que no admiten discusión y que están por encima del debate público. La tauromaquia es una de esas cuestiones metafísicas. Su justificación es siempre una abstracción (a menudo cursi y pomposa y pura retórica) incomprensible para los no conversos. No hay, obviamente, un intento de persuasión. Arias habla de «metafísicas impermeables» para referirse a «aquellos colectivos humanos en los que la adhesión a una doctrina se convierte en fundamento de un modo de vida o en la base que justifica alguna práctica compartida».
Hay otra cuestión clave en el debate de la tauromaquia (también aplicable a muchos otros debates parecidos). Muchas de esas «metafísicas impermeables» en realidad son bastante permeables a las críticas; de hecho, sirven como combustible para las propias posiciones. Cuanto más atacan la tauromaquia, más la defienden. Por eso cuando el Gobierno eliminó el Premio Nacional de Tauromaquia, la reacción en la derecha fue enorme. Recuerda a la tesis de la «amenaza normativa» de Karen Stenner: se ha tocado algo esencial de mi paquete ideológico y toca defenderlo.
«Es una reacción puramente defensiva; no tiene nada que ver con las convicciones»
Si no se hubiera producido esa noticia, los gobiernos autonómicos que han creado premios de tauromaquia como respuesta quizá no habrían hecho nada. Es una reacción puramente defensiva; no tiene nada que ver con las convicciones. Hay muchos fans contemporáneos de la tauromaquia que parecen que lo son menos por convicción que porque la consideran contracultural, algo que hace «rabiar a los progres».
Pasa mucho en la política española. El votante de Ayuso se activa al ver cómo la izquierda la ataca; si no está del todo convencido con ella, los ataques a su persona lo convence. A un tipo de votante de Sánchez quizá no le gusta mucho el presidente, pero le encanta ver cómo rabia la derecha con Bildu y los independentistas y la amnistía… Es un mecanismo psicológico fascinante y muy común en esta era de política adversativa: uno tiene unas ideas más o menos flexibles hasta que el adversario las critica; entonces se vuelven religión. La polarización lo que hace es aclarar las trincheras, eliminar los matices, tiene una función de ordenación. Si tenías alguna duda, olvídate: quien matiza, pierde.