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Tadeu

Camps, nadie o tal vez las urnas

«La opinión pública estará siempre más interesada en lo que ocurre con un potencial culpable que con un probable inocente…»

Opinión
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Camps, nadie o tal vez las urnas

El expresidente de la Generalitat valenciana Francisco Camps. | Agencias

Después de un esperpéntico calvario mediático y judicial, que ha durado 16 años y 10 causas judiciales, el pasado miércoles la Audiencia Nacional absolvió por fin a Francisco Camps en el último procedimiento que aún coleaba (absolución junto a varios consellers y funcionarios de la Generalitat que lo acompañaban en ese cirineo compartido).  

Sin embargo, la prensa que se ha cebado todos estos años con él, contrariada seguramente por esta sentencia de punto final, ha seguido con sus insidias, cuestionando de este modo la limpieza de la sentencia (como cuestionaron en su día la anterior dictada por un jurado popular), algo que naturalmente sale siempre gratis; es una de las prerrogativas del Cuarto Poder: alabar o denigrar las resoluciones judiciales, a voluntad, y sin consecuencias.

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¿Por qué una sentencia, por firme que sea, debería arruinar un relato tan bien urdido de denigración y demonización a lo largo de los años? No en balde, la opinión pública estará siempre más interesada en lo que ocurre con un  potencial culpable que con un probable inocente. En el delirio inquisitorial a Camps hasta se le llegó a achacar un plagio inexistente (alguna cita tal vez mal entrecomillada; compárese con el burdo plagio de mal estudiante de Sánchez) en un libro, por cierto, originalísimo, que es una propuesta de reforma electoral; él que tanto sabe de votos y de elecciones y de ganarlas escandalosamente. El libro, publicado en 2016, en pleno hostigamiento, se titula ¿tal vez premonitoriamente? nada menos que Votar a un candidato

Para quien ha sufrido injusta y probadamente persecución judicial (¡e incluso cárcel!) ya sabemos que el Estado de derecho (por no mostrar debilidades, o bien imbuido de su omnipotencia), no prevé reparación. Pero al menos las causas extinguidas lo están con todas sus implicaciones jurídicas. Sin embargo, la persecución injusta de unos medios no prescribe ni tiene remedio alguno. Sólo hace falta ver la reacción en este caso: desde los que minimizan la noticia relegándola a la irrelevancia (la mayoría), como el diario (pero no él solo) que más accionó la máquina del fango (esa con la que tanto le gusta llenarse la boca Sánchez) contra la presunción de inocencia (El País y sus 169 portadas de la vergüenza, que Arcadi Espada diseccionó magistralmente en su día: ver el libro señalado al final); o aquellos que siguen burlándose de la sentencia y recalentando las infamias: la venganza es un plato que ellos prefieren siempre servir caliente. Aquí un diario ¡que se hace llamar diario!  

Llama la atención por su encarnizamiento, al día siguiente, una diatriba fallera de Rodrigo Terrasa en El Mundo, especialista en orgías y paellas. Este libelista declaraba sobre un libro suyo sobre la corrupción del PP en Valencia: «Los medios de comunicación estamos en una crisis perpetua y cada vez es más difícil que sean rentables (…) [se pueden abrir] nuevas vías para explotar el periodismo en nuevos formatos y eso es fantástico, de hecho la editorial [de mi libro] está negociando ya para la coproducción y el desarrollo de una serie inspirada en La ciudad de la euforia«. El explotador.

¿Pero a quién benefició tal cacería al hombre? El que Camps abandonase la política, cuando estaba en su mejor momento y se perfilaba como candidato a presidente del Gobierno, benefició sin duda a sus rivales, tanto los de la oposición como los internos dentro del partido. ¿Actuaron pues los medios como sicarios de estos y aquellos? Nunca se podrá demostrar. Otros de los «beneficiados» por la caída de Camps han sido aquellos procesados que intentado implicarlo podían obtener un mejor trato de la fiscalía o de los instructores, de la que tantas cosas penden y sabiendo de quien depende. Hoy los condenados por la Gürtel valenciana son pues los que están y están los que son. De nada les funcionó intentar atenuar su culpa a base de señalar a inocentes.

El Partido Popular, y eso quizá sea lo más doloroso, no ha realizado todavía, y ya han pasado cuatro días, ninguna declaración institucional, congratulándose de la absolución y restitución del honor de Camps que se daba por perdido, e invitando a éste a ocupar algún cargo de relevancia en el organigrama del partido. La rueda de prensa de Camps en la que no oculta su ambición de volver a la primera línea habrá metido el susto en el cuerpo de más de uno… y de una.

¿Quién resarcirá a Camps (y a su familia, amigos y allegados) de la persecución propiamente kafkiana de que ha sido objeto durante 16 años? Nadie o tal vez… las urnas.

Coda 1) Amnesía. La Ley de Amnistía (es decir de amnesia) que se aprobó el otro día, con algo de marejada en el Congreso, probablemente sea el acontecimiento político más relevante de la historia de la democracia española: con ella se compra la permanencia en el poder de un presidente del Gobierno a los beneficiarios de la medida y, sobre todo, se legitima la tentativa de golpe en Cataluña de 2017, una secesión que duró unos segundos, cierto, básicamente porque el «pueblo catalán» decidió ese fin de semana irse al campo y a la playa en lugar de ocupar las plazas hasta que se arriase la bandera de España de todos los edificios públicos, lo cual habría supuesto un punto de no retorno y una situación inédita en Europa, y probablemente una mediación de las instituciones europeas para evitar un enfrentamiento armando entre los mossos d’esquadra y las fuerzas de seguridad o del ejército españolas. 

Esto es lo que pudo haber ocurrido con una secesión unilateral llevada hasta sus últimas consecuencias. Se tiende a olvidar. No es seguro que al pueblo español le preocupe mucho la memoria histórica, pero la memoria inmediata, en absoluto.

Siete años después, esos mismos insurrectos no sólo quedan absueltos de cualesquiera delitos cometidos, o bien respecto de las investigaciones aún en curso, como si nada de todo aquello hubiera ocurrido, sino que tienen ahora expedita la vía para volver a intentarlo tal como lo anuncian, a sabiendas de que un reformado Código Penal les permitirá llegar prácticamente hasta la antesala de una declaración unilateral de independencia.

Puigdemont ha ganado pues la partida, tanto en Europa como en España. Sólo le queda, para que su victoria sea total, convencer a Esquerra de que él y no Salvador Illa ha de ser el nuevo presidente de la Generalitat, poniendo mafiosamente para ello sobre la mesa sus 14 votos en el Congreso.

P.S. El Partido Popular, que lleva tanto tiempo oponiéndose a la amnistía (ahora sus comunidades autónomas acudirán al Tribunal Constitucional), no quiso bloquear la ley en el Senado, donde su mayoría absoluta apenas la demoró un mes, puro pro forma. ¿Por qué no se negó a tramitar la ley, provocando así un conflicto institucional? Si estaba en juego la democracia misma, ¿a qué actuar como si esta ley fuese, procedimentalmente, una más? ¿Por qué tampoco se ausentó en pleno en la votación en el Congreso el otro día? 

La democracia, el Estado de derecho y la igualdad no se votan.

Para leer, especialmente en las facultades de periodismo: Un buen tío. Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres.

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