THE OBJECTIVE
Antonio Caño

En defensa del 'régimen del 78'

«La ley de amnistía permite a los enemigos del pacto constitucional reescribir la historia y diseñar nuestro futuro»

Opinión
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En defensa del ‘régimen del 78’

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la Constitución y el Congreso. | Ilustración: Alejandra Svriz

No creo que sea chovinismo decir que España es un buen país. Quizá peor que alguno, seguro que mejor que muchos y, sin necesidad de alharacas ni fábulas nacionalistas, un lugar seguro en el que llevar una vida digna, bajo la protección de la ley y al amparo en lo fundamental de un Estado democrático y justo. Si lo dudan, pregunten a los millones de extranjeros que viven con nosotros y que a veces son más conscientes de las muchas razones por las que vale la pena cuidar lo que tenemos.

Todo eso es mérito de la Transición y de su gran obra: la Constitución. O de lo que algunos despectivamente llaman ‘el régimen del 78’. Es curioso, porque algunos de los que usan ese lenguaje se encuentran entre los más favorecidos por un sistema político que permite la defensa de todas las ideas, incluso las que quieren destruirlo -y les otorga dinero del erario público para que lo hagan cómodamente-, así como facilita la prosperidad económica que ha permitido a muchos hijos de familias trabajadoras mejorar su posición social y alcanzar una notoriedad sorprendente.

Todo lo que tenemos es mérito de la Transición porque fue la Transición lo que permitió que, por primera vez en nuestra historia, los españoles trabajáramos unidos en pos de un objetivo común, el de ser libres, gobernarnos de forma democrática, integrarnos en Europa y elevar nuestra calidad de vida de forma armoniosa, intentando, en la medida de lo posible, no dejar a nadie atrás.

«Hay algunos valores característicos de la Transición que deberían seguir vigentes en cualquier circunstancia, como son los de la renuncia al objetivo máximo de cada cual, la consideración hacia el adversario y el respeto a las reglas del juego»

El resultado es bastante exitoso. Es cierto que algunos episodios del pasado se han edulcorado y que algunos obstáculos se ven aminorados con el paso de los años. Eso no minimiza, sin embargo, un logro que, aunque muchas veces repetido en ceremonias y actos oficiales, los españoles no acabamos de hacer propio con orgullo y voluntad de preservarlo.

Una de las formas más acertadas de hacerlo es reconociendo que en la última década el motor del ‘régimen del 78’ se ha gripado. El crecimiento económico se ha frenado, la diferencia entre ricos y pobres se ha agudizado, la calidad de nuestra democracia se ha deteriorado y han aparecido los primeros síntomas de quiebra de la convivencia entre los ciudadanos. La degeneración del liderazgo político y el reverdecimiento de choques ideológicos que parecían superados han hecho imposible hasta ahora las reformas que hubieran sido necesarias para conservar el vigor de nuestro sistema.

Pese a eso, o quizá por eso, tras diez años de pruebas con nuevos experimentos políticos en busca de soluciones imaginativas o fórmulas nuevas, cuando los españoles volvieron a las urnas en julio de 2023 se pronunciaron por más ‘régimen del 78’. Aquellos que denostaban la Transición quedaron enterrados en votos y todos los que ven la Constitución como una atadura a sus propósitos perdieron apoyo popular, salvo en un territorio del norte del país. Es probable que ese mismo sea el resultado de las elecciones del próximo domingo.

En el fondo, es lógico que un pueblo que ha protagonizado un momento histórico tan glorioso como el de nuestro tránsito de la dictadura a la democracia busque en aquellas recetas -bipartidismo entre ellas- el remedio a sus males contemporáneos. Tal vez eso sea imposible y hasta inconveniente, porque es natural que las nuevas generaciones creen el modelo de sociedad que mejor se adapta a sus preocupaciones. Pero hay algunos valores característicos de la Transición que deberían seguir vigentes en cualquier circunstancia, como son los de la renuncia al objetivo máximo de cada cual, la consideración hacia el adversario y el respeto a las reglas del juego.

Por esa razón, resultó tan doloroso escuchar a quienes celebraron hace unos días la aprobación de la ley de amnistía como una derrota del régimen del 78. Y es más doloroso aún admitir que tal vez tenían razón, y que esa derrota, de serlo, no se ha producido por los méritos de los enemigos de la Transición sino por la irresponsabilidad y la desmedida ambición del peor gobernante que ha padecido nuestra democracia.

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