THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

¿EVAU, ABAU, EAU o PAU? El acceso a la Universidad y su galimatías

«Miles de estudiantes se presentan estos días a esas pruebas –el año pasado fueron más de 300.000- que ni siquiera cuentan con una única denominación»

Opinión
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¿EVAU, ABAU, EAU o PAU? El acceso a la Universidad y su galimatías

Estudiantes en un aula. | Europa Press

«Pero ¿qué más le dará a la Autónoma de Madrid cuánto euskera sabe mi hijo?».

La conversación sucedió hace unos años. El hijo de este conocido había hecho la EAU, es decir, la prueba de acceso a la universidad que rige en el País Vasco, entre cuyos exámenes obligatorios figura la Lengua Vasca. La nota obtenida había sido tan baja que su media se había resentido, de forma tal que no alcanzaba por muy poco el corte para estudiar el doble grado en Derecho y Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Este amigo me preguntaba si cabía recalcular la nota descontando esa parte. «Es su sueño, estudiar en Madrid, en tu Universidad», me decía. «No es porque lo diga yo, pero es muy listo. De hecho, tiene ya una preadmisión en la Universidad de Ámsterdam, por si acaso». Por supuesto, ni yo, ni nadie, ni podíamos ni pudimos hacer nada, y el hijo de este conocido se ha graduado recientemente en la Universidad de Ámsterdam. Algo parecido hubiera ocurrido de haber hecho la ABAU gallega, o la PAU catalana o valenciana. Y no es descartable que a este paso pronto se incorpore a esta liga una prueba específica de llingua asturiana con su opción de eonaviego para los estudiantes que hayan cursado el bachillerato en los 30 kilómetros que median entre Castropol y Navia.

Cientos de miles de estudiantes se presentan estos días a esas pruebas – el año pasado fueron más de 300.000- que ni siquiera cuentan con una única denominación. Este galimatía nominal es, por supuesto, lo de menos. Lo de más es, por supuesto, si lo hacen en condiciones de igualdad; si, ulteriormente, a la luz de ciertos propósitos u objetivos, estas pruebas de acceso, tal y como están diseñadas, se diseñan con buen sentido. 

Llama la atención en primer lugar el número de «aprobados»: el 94,4% de los que se presentan, de lo cual por sí mismo no cabe inferir que nuestro bachillerato, o los bachilleres españoles que lo cursan, sean tan extraordinarios, sino más bien la depreciación del aprobado, una nota con la que apenas se accede a casi ningún grado de los ofertados en la Universidad pública.

En el estudio de Lucía Cobreros, Lucas Gortázar y Juan Manuel Moreno publicado en junio del año pasado por el Esade Center for Economic Policy, se muestra cómo esa nota final de admisión (calculada con la media del bachillerato, que cuenta un 60%, y las fases general y específica, que cuentan un 40% y permiten llegar a la nota máxima de 14 puntos) se ha incrementado desde el 8,75 en el curso 2015/2016 hasta el 10,34 en 2021/2022. Las notas de bachillerato han sufrido un efecto inflacionario, especialmente constatable en el curso 2017 dada la incertidumbre generada por el cambio de normativa de la prueba, pero, destacan aquéllos, el mayor peso de la subida se encuentra en la prueba específica, es decir, en las materias de las que los estudiantes pueden examinarse opcionalmente y que les permiten alcanzar la nota máxima de 14.

«¿De verdad un bachiller que haya obtenido un 7,5 sobre 10 no está en condiciones de estudiar Matemáticas en ninguna universidad pública?»

¿Opcionalmente? Si el año pasado se quiso acceder a alguna de las Facultades de Medicina de las universidades públicas madrileñas se tuvo que sacar al menos 13,1 sobre 14 y un 13,7 si se pretendió cursar el doble grado en Matemáticas y Física de la Universidad Complutense de Madrid. Con excepciones que solo se deben a la mera oferta de plazas, o alternativamente a esos intangibles de las modas o coyunturas reputacionales, o quien sabe si no a los nombres mismos de los estudios (en la Politécnica de Madrid, a la Ingeniería de Minas se accede con un 9, pero a la «Ingeniería de la Energía» con un 11,1), quienquiera estudiar grados o dobles grados con buenas o al menos razonables salidas profesionales no puede sino aspirar a estar muy por encima de los 11 puntos.

¿De verdad creen ustedes que un bachiller que haya obtenido una nota de 10,61 sobre 14, es decir, un 7,5 sobre 10, no está en condiciones de estudiar el Grado en Matemáticas en ninguna universidad pública española (la nota de corte más baja fue de 10,628 para acceder a la Universidad de las Islas Baleares)? ¿O qué no podría llegar a ser un magnífico médico, salvo que se lo costee privadamente, quien no obtuviera el curso pasado una nota de 12,436 (8,8 sobre 10) para acceder a la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, la nota de corte más baja para cursar el Grado de Medicina en cualquier universidad pública española? 

El que Cobreros et. al., llaman «efecto competición» es perfectamente esperable: las notas de bachillerato suben para compensar, y por supuesto, también, la oferta de títulos universitarios en universidades privadas que solo exigen «aprobar» la EVAU. A ello súmese, más allá de las idiosincrasias plurinacionales, la falta de homogeneidad de las pruebas para materias iguales, y el hecho constatado de las diferencias de nota en el bachillerato entre centros públicos y privados, que son significativas en la zona alta, es decir, en el porcentaje de sobresalientes.

Y también entre las oportunidades y correspondientes niveles de exigencia que mantienen los institutos privados o concertados durante los años de bachillerato: es vox populi que hay centros que ofrecen exámenes de subida de nota a los que han aprobado en las evaluaciones ordinarias, frente a los que solo dan una única opción además de la general recuperación a quienes hayan suspendido.

«Como todos los años se alzan las hipócritas voces que recuerdan nuestra diversidad y la dificultad de desandar lo andado»

En estos días, la prueba única, es decir, la misma para todas las CC.AA. vuelve a ser el reclamo, a veces con la pretensión de ser el bálsamo de Fierabrás. Y como todos los años se alzan las hipócritas voces que recuerdan nuestra diversidad y la dificultad de desandar lo andado. Esas voces no dudan, en cambio, de la oportunidad, pertinencia u operatividad del distrito único, es decir, que la chica de Vigo que ha tenido que responder anteayer en el examen de Lengua Gallega y Literatura sobre el significado de «xurdiu» o «caveiras», términos que aparecen en un texto de un antropólogo gallego en el que se reivindica que el Halloween estadounidense procede de la tradición celta del «Samaín», debe poder estudiar Medicina en Salamanca. Eso sí: el salmantino difícilmente lo hará en la Pompeu Fabra a poco que descubra la fabulosa barrera de entrada que supone el porcentaje abrumador de asignaturas impartidas en la lengua minoritaria de Cataluña. 

Pero lo que la equidad, la meritocracia bien entendida y, si me apuran, y orteguianamente, la misión de la Universidad nos invita a considerar, es también si debemos frenar ese efecto competición rebajando el peso de la nota de bachillerato y así hacer competir más justamente a quienes pueden permitirse llevar a sus hijos a colegios privados o, en el más tramposo todavía, a concertados (como los padres de Irene Montero) y quienes solo disponen de la pública; y también si las Universidades no deberían poder modular, en aplicación de su tan cacareada pero no siempre practicada «autonomía», los criterios de admisión a partir de esos mínimos. La normativa se lo permite, siquiera sea excepcionalmente, tal y como dispone el artículo 10.1. del Real Decreto 412/2014 por el que se establece la normativa básica de los procedimientos de admisión a las enseñanzas universitarias oficiales de Grado, pero, sorprendentemente, o quizá no tan sorprendentemente, pocas se han animado a hacerlo. 

En estas horas, miles de estudiantes de la Comunidad de Madrid que se han examinado esta semana firman una iniciativa para que se impugne el examen de Matemáticas II de la EVAU por su dificultad. Pablo J. Triviño, un reputado profesor de Matemáticas de instituto –como otros muchos- confirma la exigencia y complejidad de algunas de las opciones brindadas a los estudiantes en ese examen, pero su correspondencia con el temario obligatorio y, por tanto, su legitimidad. «Os aseguro» –ha afirmado en un tweet– «que no se hace en bachillerato con la didáctica que se predica… alto conocimiento del profesor y trabajo duro».

«Los incentivos y la excelencia labrada con mucho esfuerzo es, ya se sabe, muy de fachas ‘fachosféricos’»

¿Acaso no querría la Universidad de Vigo o cualquiera, que entre los que formarán la cohorte del grado en Matemáticas el año que viene se encuentre esa estudiante que, desconociéndolo todo sobre las fiestas galaicas celebratorias del final de las cosechas, ha logrado resolver las opciones más complejas de ese examen de Matemáticas II de la EvAU de Madrid? ¿Y acaso no querría indagar el consejero de Educación de la CAM en qué institutos públicos sus estudiantes han logrado responder bien a ese exigente examen de matemáticas y doblarles el presupuesto o los medios para mejorar todavía más su enseñanza y resultados? 

Claro que, si bien todo eso tiene como objetivo el promover a los menos favorecidos en la carrera por las carreras, también exhala el aroma infame de la competición, los incentivos y la excelencia labrada finalmente con mucho esfuerzo, todo lo cual es, ya se sabe, muy de fachas fachosféricos y españoles españolazos.

Siempre nos quedará Ámsterdam, eso sí. Para el que se lo pueda permitir y sepa inglés, claro.        

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