THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Dame más gasolina

«A Sánchez lo persigue el fantasma de un complot encabezado por jueces fascistas y máquinas del fango periodísticas. Nada hay de original en su alegato»

Opinión
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Dame más gasolina

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

El pasado 31 de mayo, pronunciando un discurso ante los militares de su país, el presidente boliviano Luis Arce aseguró que había una conspiración en marcha para derrocarlo. ¿Se trataba de turbias intrigas en los cuarteles, un rezago de aquellas prácticas setenteras que él mismo, allí presente, intentaba desarticular encarando a los generales? En absoluto. «En la actualidad», dijo, «muchas fuerzas oscuras antipatrióticas internas y externas conspiran contra la integridad de la Patria, a través de operaciones híbridas como golpes suaves, el sabotaje a la economía mediante la siembra de zozobra, rumores y tácticas de manual de potencias imperiales que, sin disimulo alguno, quieren controlar el litio, las tierras raras, el agua dulce y los recursos estratégicos».

El fantasma que perseguía a Arce no tenía la forma del espadón ni de un escuadrón de tanques trepidando por las vías de La Paz; tampoco el de agentes rusos sembrando campañas de desinformación en redes, por supuesto, porque Putin es su aliado. Era, más bien, difuso: un golpe suave o blando que estaría cuajando en la opinión, en los chismes de pasillo, en el clima social. La zozobra pública se presentaba ahora como la prueba de una conspiración, como si a los gobernantes contemporáneos, además del poder, también debiera garantizárseles la aprobación total. 

La misma pesadilla persigue a Gustavo Petro, el presidente colombiano que cada vez que siente los pasos de la justicia indagando en los dudosos trapicheos de sus familiares o en las abultadas cuentas de su campaña, arroja la misma llamarada: «Ha comenzado un golpe blando». Presidentes que en el pasado sobresalieron por ser feroces opositores, y que incluso ahora, desde las tribunas presidenciales, acusan a sus rivales de vicios estrafalarios –esclavistas, masacradores, fascistas-, entienden el desánimo de la población, las críticas de los medios y la acción cotidiana de los jueces como un complot en su contra. Llegaron al poder como leones, trepando sobre cadáveres políticos que ellos mismos destriparon, para metamorfosearse luego en seres de luz, benevolentes e inmaculados, a quienes sólo almas podridas, enemigas de la patria, el pueblo o el progreso, podrían atreverse a fiscalizar.

«Presidentes que en el pasado sobresalieron por ser feroces opositores entienden el desánimo de la población, las críticas de los medios y la acción cotidiana de los jueces como un complot en su contra»

Pedro Sánchez es otro caso ejemplar. Aunque él no habla explícitamente de golpes suaves, blandos o duros, en la segunda carta que le envió a la ciudadanía, esa joya, mencionaba una deriva reaccionaria que habrían tomado sus rivales políticos, Feijoó y Abascal, para quebrarlo en el plano político y personal. Sus enemigos estaban usando todos los medios a su alcance, afirmaba, y con ese eufemismo daba a entender que lo querían tumbar con medios fraudulentos o inmorales. La frase con la que remataba el argumento ratificaba ese mensaje: «Lo que no lograron en las urnas, pretender alcanzarlo de manera espuria».

A Sánchez lo persigue el fantasma de un complot encabezado por jueces fascistas y máquinas del fango periodísticas: la fachosfera. Nada hay de original en su alegato. Al verse acorralado por el caso «Stormy Daniels», la desviación de dineros de su campaña para comprar el silencio de una actriz porno, Donald Trump hizo lo mismo, lanzó acusaciones similares a un «Estado fascista»: «Esto es una persecución política… es un asalto a los Estados Unidos… un país que está fallando, un país que está gobernado por un incompetente muy involucrado en este caso». Al caudillo de hoy no se le toca con el pétalo de la justicia ni con la hoja de la prensa.

En todo esto se intuye un guion similar, un complot -este sí- de la mediocridad, que convierte la vida política en la copia de la copia, en un meme viral o en una autoparodia involuntaria. Primero se viralizaron los desafíos tontos, luego las performances feministas y ahora la estrategia de la victimización política, el arte de convertir el malestar social, el contrapeso de los jueces y la investigación periodística en una trama del fascismo para derribar a impolutos y bienaventurados salvadores de la patria. Más creatividad lingüística y variedad temática se intuye en el reguetón que en los discursos y jeremiadas de nuestros gobernantes. No estamos en el mundo de Goebbels, sino en el de Daddy Yankee; los políticos lo intuyen y en eso radica su miseria y acierto. A todos nos gusta la gasolina -¡dame más gasolina!- y el mismo estribillo simplista nos tiene perreando durante cuatro, ocho, doce… años. Y en el fango, cómo no.

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