THE OBJECTIVE
Ricardo Gómez Díez

Tanto monta, monta tanto

«Nuestra pareja presidencial, quizás más que los Reyes Católicos, parecen tal para cual: tanto monta, monta tanto, Begoña como Pedro»

Opinión
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Tanto monta, monta tanto

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez. | Ilustración: Alejandra Svriz

La divisa de los Reyes Católicos contenía solamente la primera parte, pero el pueblo español, tan dado a interpretaciones particulares, chanzas y motes, añadió la segunda: es decir, daba igual uno que otro, mandaba tanto ella como él (aunque no fuese cierto), reflejando el carácter dual de aquella monarquía. Algo así ocurre hoy en nuestro país, no con los reyes, sino con el presidente y su mujer.

El escándalo de la esposa del líder socialista alcanza ya tales dimensiones que la pareja presidencial es casi tan conocida como la real a uno y otro lado del Atlántico. La prensa internacional se hace eco (drama kings) del que es ya el mayor escándalo desde la democracia que afecta a ambos cónyuges, a las dos partes de ese particular yugo (Y) monclovita que une hoy en sus actos y parece que en su destino al matrimonio Sánchez Gómez.

Y no será porque la estrategia del último mes y medio, desde el famoso retiro de cinco días, no haya contribuido a ello: probablemente es la peor decisión que Sánchez ha tomado desde que llegó al poder hace ahora justo seis años, porque extendió el conocimiento de la cuestión a nivel mundial, confrontó luego con Milei ampliando aún más la notoriedad de los hechos investigados y ha vuelto a utilizar ahora el género epistolar rosa para huir de la tormenta y esperar a que escampe (Sánchez es un escapista nato).

«Sánchez y Gómez practican la ética teleológica, las cosas son buenas o malas en función de si obtienen un resultado bueno para ellos mismos»

Además, para una parte de los suyos ha pasado de ser admirado a acabar dando lástima (‘Free Bego’), porque no hay nada peor para un español que sentir que te están llamando tonto a la cara y por la cara. En los relatos, en las series y en los cuentos -que nos cuentan desde el poder para convencernos y que nos contamos a nosotros mismos para autoconvencernos- tememos a los villanos, admiramos a los héroes, despreciamos a los secuaces, pero nos dan lástima las víctimas.

Y aunque actualmente la víctima en nuestra sociedad sea el héroe, la víctima por la que sufrimos y nos compadecemos es aquella que lo es de forma involuntaria y, por tanto, es inocente, no participa de lo que le sucede; pero la víctima que es culpable es aquella que provoca su situación con sus actos, como el estafador que es víctima de su propia estafa, o aquel que simula un delito  inventándose un suceso falso, por ejemplo una persecución o una caza de brujas contra él. Es el perfil prototípico del líder despótico o, directamente, dictatorial.

Lo más sorprendente es incluso comprobar los paralelismos existentes entre ambos personajes en su evolución, tanto en términos de sus personalidades como de sus valores,  comportamientos y reputaciones. Si los Reyes Católicos eran diametralmente opuestos (Isabel era, según las crónicas, sufrida, inflexible y altiva; Fernando era astuto, valiente y avaro), Begoña y Pedro no lo son tanto, son más bien tal para cual.

Empecemos por el final, sus reputaciones: Pedro tiene fama merecida, además de como escapista, como equilibrista en la pista y como protagonista de la pasarela; Begoña ama la cámara y gusta también del reconocimiento público, además de moverse en distintos registros y escenarios como pez en el agua; Pedro es conocido por su urticaria a la crítica y a dar explicaciones de cualquier tipo, Begoña huye del rendimiento de cuentas y la transparencia que dice defender en su máster.

Sigamos con sus comportamientos: ambos tienen interés en los títulos y honores académicos, conseguidos de manera, como mínimo, poco ortodoxa; los dos gustan de presumir de internacionalidad y de nivel de inglés, aunque ahí sí que exista alguna diferencia; a los dos les encanta cuidarse mucho estéticamente, pero les preocupan menos las consideraciones éticas, sobre todo si se interponen en el camino de sus objetivos; el uno y el otro comparten interés por alcanzar las metas que consideran que están, nunca mejor dicho, a la altura de sus aspiraciones; tanto este como aquella tienen afición por firmar misivas para apoyar a los suyos y defender con uñas y dientes lo que consideran suyo, haciendo lo que sea necesario para ello; los dos son quizás demasiado amigos de sus amigos, incluso sus respectivos amigos son amigos entre sí porque, en muchos casos, son los mismos.

Acabemos con sus valores: tanto Pedro como Begoña son más amantes de Maquiavelo que de Kant; Sánchez y Gómez practican la ética teleológica, las cosas son buenas o malas en función de si obtienen un resultado bueno para ellos mismos; rechazan los dos cualquier tipo de deontología que los ate a un deber moral que no sea el propio; la segunda autoridad del país y la segunda dama tienen en común un aprecio por llenar sus discursos y vídeos de valores, convicciones e ideales muy elevados, incluso alejados de su alcance.

Nuestra pareja presidencial, quizás más que la real de hace más de cinco siglos, parecen, en resumen, tal para cual: tanto monta, monta tanto, Begoña como Pedro. A lo mejor por eso también se presenten -aunque la candidata formalmente sea otra- juntos, cogidos de la mano como en el mitin de Benalmádena, a estas elecciones europeas que se celebran hoy en España.

Unas elecciones en las que los ciudadanos escogemos en realidad, más allá del plebiscito presidencial, si seguimos caminando, también de la mano, hacia la unidad, la libertad, la igualdad ante la ley, la democracia y el Estado de derecho, o nos dejamos deslizar por una pendiente de plagada de populismo, nepotismo y autoritarismo, en una especie de huida hacia delante sin salida a lo Thelma & Louise (con las consecuencias, en la película, por todos conocidas).

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