THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

No se habla bastante de la regla

«En la lucha contra los tabúes sobre las funciones biológicas y su dimensión personal y social, la conversación abierta sobre la regla sólo es un principio»

Opinión
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No se habla bastante de la regla

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Saldrá a las plataformas el próximo mes de noviembre, pero, dada la trascendencia del tema, ya el pasado miércoles lo llevaba el prestigioso The New York Times en portada: MNSBC Films presenta Periodical, traduzco literalmente, «un documental iluminador que celebra la menstruación y la menopausia, y rompe el estigma históricamente vinculado al cuerpo femenino. Un tema que sigue siendo tozudamente tabú. En vivaces declaraciones que duran tres minutos y 33 segundos, diez personas describen sus sentimientos sobre sus respectivas menstruaciones, desde el amor y el orgullo a la incomodidad y el odio. El amplio coro de voces muestra un abanico de cómo cada mujer tiene una forma diferente de experimentar y relacionarse con su propio ciclo menstrual. 

«Sencillamente no se ha hablado lo bastante de ello», declara una participante, una afirmación que se expone mientras la película llama a la acción.

¿A la acción? ¿A qué clase de acción llama esa película? Pues a la acción de hablar más de la regla. Desde luego, como afecta muy directamente a la mitad de la humanidad, es un tema que merece ser puesto sobre la mesa, y comentarse por extenso y no, como a menudo sucede, en susurros absurdamente vergonzantes, no en confidencias de boca a oreja, de mujer a mujer, sino abiertamente, intercambiando experiencias, anécdotas, información, por ejemplo en la pausa del café, a la hora del aperitivo o en las reuniones familiares.

El disruptivo documental se estrenará un mes antes de las fiestas de Navidad, de manera que llega a tiempo de que sea tema de conversación en los banquetes familiares, donde a menudo, para evitar acaloradas discusiones políticas con el cuñado –uno está a favor de los palestinos, el otro de los israelitas; uno es partidario de Feijóo, el otro de Sánchez, y ya la tenemos armada-, se instala un diálogo desfalleciente y banal sobre restaurantes, y lugares de vacaciones, y las gracietas de los niños, conversaciones de las que todos los comensales salen con sabor a ceniza en la boca.

La comida y sobremesa de Navidad será una ocasión ideal para que las mujeres –perdón: los seres menstruantes- de la familia se explayen a gusto sobre sus reglas y menopausias. ¡Nada de pudor mal entendido, bastante silencio ha habido ya! Rompamos el tabú.

«No pido todavía un ministerio de la regla, pero una subsecretaría en el Ministerio de Educación no estaría de más»

También el tema puede animar las cenas de empresas, mientras los comensales se reparten el «amigo invisible». Pero ¿por qué no ser más audaces, por qué no organizar además debates y ciclos de conferencias en el Círculo de Bellas Artes? No pido todavía un ministerio de la regla, pero una subsecretaría en el Ministerio de Educación, para llevar la problemática a las aulas de primaria, no estaría de más. Todo se andará, queda gente por colocar.  

En estas conversaciones a tumba abierta la verdad es que los seres no menstruantes no tendrán mucho que aportar, y cuidadito con intervenir porque corren alto riesgo: si el no menstruante opina en serio, se expone a una mirada despectiva y a un «¡tú qué sabrás!». Si suelta una ocurrencia, incurrirá en deplorable machismo, será un Arévalo. 

Yo me atrevería a recomendar a los varones que, salvo que un ser menstruante les pida su opinión, guarden un respetuoso silencio, y sólo cuando ellas se hayan explayado a gusto hablando de sus reglas y menopausias, de su orgullo o su vergüenza, y demás sensaciones y sentimientos, y acaben de una maldita vez de derrotar al tabú, introduzcan ellos en la conversación otro tema que quizá no tenga tanta trascendencia pero también reviste, a mi modesto entender, vital interés.

«¿Tenía razón Nabokov cuando dijo que todo hombre, al afeitarse por la mañana, rejuvenece un día?»

Me refiero al afeitado diario, esa maldición del varón. El gasto económico persistente que supone. La pereza que da por las mañanas, la irritación cutánea, la calidad de apurado de las diferentes cuchillas, si el jabón en spray, en pastilla o tubo, si es mejor la navaja o la máquina eléctrica, y entre éstas, si mejor la Braun o la Philips. Las lociones suavizantes. ¿Dejarse barba, o no? Afeitarse cada día, ¿no es una muestra de cortesía para con todas las personas con las que vas a cruzarte? Si te pones corbata -prenda que ya indica formalidad y respeto al interlocutor- ¿puedes ahorrarte, ese día, el afeitado? (La corbata lo compensa, ¡ésa es mi tesis!) ¿Tenía razón Nabokov cuando dijo que todo hombre, al afeitarse por la mañana, rejuvenece un día? Y si tenía razón, ¿no sería mejor afeitarse cada tres o cuatro horas, rejuveneciendo así varios días cada día? El tema admite infinitas conversaciones. 

Por no hablar –y aquí sí que podrían participar tod@s en pie de igualdad, estableciendo un abierto diálogo intersexual- del lavado de los dientes, la ducha (¿ducha o baño? ¡Hablémoslo!) y las funciones escatológicas: el estreñimiento que un@s padecen, a lo peor durante toda la vida, mientras que otr@s, más afortunado@s, liquidan el molesto trámite en un plisplas. ¿Por qué afortunados? ¿Lo son de verdad, o por el contrario se ven privados de esos ratos en soledad que los estreñidos dedican a la meditación o la lectura? ¿Por qué no se habla sin temor de estas cosas que al fin y al cabo son culturales y/o naturales?

En la lucha contra los tabúes sobre las funciones biológicas y su dimensión personal y social, la conversación abierta sobre la regla sólo es un principio. La portada de The New York Times acaba de dar el pistoletazo de salida. Quedamos a la espera de Periodical, muertos de interés.   

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