Buñuel en Ferraz
«España, a pesar de todos los esfuerzos hechos en estos últimos cincuenta años, sigue siendo un país del Antiguo Régimen»
Al final de Mi último suspiro, sus estupendas memorias dictadas, Luis Buñuel cuenta que le gustaría poder regresar después de muerto al menos una vez al año para comprarse los periódicos, sentarse en un café a leerlos y volverse luego feliz a la tumba después de haber comprobado que todo seguía siendo un desastre. Pero si volviera hoy, las noticias no solo no le defraudarían, sino que incluso algunas de ellas le recordarían a escenas de sus mejores películas. En esta última campaña electoral hemos vivido algunos episodios que parecían dirigidos por el aragonés. ¿Qué escena más buñueliana puede concebirse que la congregación de fieles para rezar el rosario frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz justamente el día de reflexión antes de unas elecciones? La estampa probablemente hubiera desbordado sus expectativas.
«La alianza de la izquierda con el carlismo y la de la derecha con el nacionalcatolicismo están estrangulando los restos de modernidad que boquean al amparo de la Constitución del 78»
El decorado del rito, con esa imagen en pancarta de la Virgen, algunos orantes arrodillados y un tipo con un altavoz que iba recitando padrenuestros y avemarías mientras la grey le contestaba, parecía propio de una secuencia de Simón del desierto. Era fácil imaginarse al estilita en lo alto de su columna, cuando se le acerca el diablo en forma de la bella Silvia Pinal. Entonces Simón le dice al tentador: «Vade retro satanás». A lo que la mujer, con los pechos al aire, contesta: «¡Ni vade ni retro ni ná!» En otro momento se desata una polémica entre monjes que discuten acerca de algunos dogmas. Uno dice «¡Abajo la sagrada hipóstasis!», y el coro responde «¡Viva la sagrada hipóstasis!». El renegado, con la boca llena de espumarajos, insiste: «¡Muera la anástasis!», y el coro: ¡Viva la anástasis! A lo que el hereje –o quizá es otra vez el diablo– replica: «¡Viva la apocatástasis!» Entonces dos monjes se miran y se preguntan «oye, ¿qué es eso de la apocatástasis?»
España, a pesar de todos los esfuerzos hechos en estos últimos cincuenta años, sigue siendo un país del Antiguo Régimen. La alianza de la izquierda con el carlismo y la de la derecha con el nacionalcatolicismo están estrangulando los restos de modernidad que boquean al amparo de la Constitución del 78. No queda más remedio que tomárselo a guasa. En Matar el recuerdo, sus memorias españolas, Jean-Claude Carrière, el guionista francés, cuenta cómo José Bergamín y Buñuel solían tomarle el pelo al doctor José Luis Barros, hombre recto, republicano y ateo. Una vez, Barros llegó a una comida con ellos escandalizado porque en el autobús había visto a un hombre rezando ostensiblemente el rosario: «¡A veces me da vergüenza ser español! ¡Casi lo abofeteo!» Bergamín y Buñuel se miraron y exclamaron a la vez: «¡Pero qué maravilla! ¡Qué gran escena! ¿No ves que no hay ningún otro país en que pueda verse algo así?»
Por el lado de la izquierda las cosas no parecen andar muy lejos. Paseaba uno el viernes 7 por Chueca cuando en la plaza Pedro Zerolo le sorprendió la voz amplificada de Pablo Iglesias, que estaba dando un mitin ante una congregación, bastante menguada, por cierto, no muy superior a la del rosario de Ferraz. En ese momento, Iglesias, ataviado por supuesto con un pañuelo palestino, estaba arengando a su público con su particular y furioso padrenuestro: «¡Orgullosos y orgullosas de nuestros luchadores antifascistas, orgullosos y orgullosas de los militares de la UMD, orgullosos y orgullosas de Txiki y Otaegi, orgullosos y orgullosas de los cristianos de base, orgullosos [aquí el inclusivo decayó por cansancio y ahorro de esfuerzos, justificando la síntesis] de los que no bajaron las banderas tras las derrotas culturales de la Transición, orgullosos del pueblo catalán y del pueblo vasco que dijeron no a la OTAN, esa es nuestra patria, esa es nuestra patria, el ejemplo ético!» El público por supuesto se levantaba enfervorecido, incluso parecía que clamara: «¡Te alabamos, Señor!»
Se atribuye a André Malraux la cita apócrifa de que «el siglo XXI será religioso o no será». Y de momento parece que la profecía se está cumpliendo. El deplorable espectáculo que vivimos durante los cinco días de retiro espiritual del presidente del Gobierno, organizado para provocar la aclamación caudillista que se vio en Ferraz, fue el reverso perfecto del rezo del rosario. La vicepresidenta Montero, con un impudor nauseante, aplaude y jalea a su amo como si fuera el Cristo de las Tres Caídas. Solo faltaba la irrupción de Alvise, el payaso de las redes, para terminar de precipitarnos en el lodazal de la pospolítica. En todas las democracias occidentales, triunfan nuevos santones, pitonisas, visionarios y redentores, encumbrados por medios cada vez más idiotas, especializados en la infección de videos cortos con promesas o mensajes delirantes. En Grecia, ha salido elegida eurodiputada Afroditi Latinopoulo, una abogada que se ha hecho famosa en internet por criticar a los gordos y denunciar las axilas femeninas sin depilar. Y en Chipre, Fidias Panayiotou, un joven youtuber, ha conseguido el 20% de los votos enterrándose vivo una semana y retransmitiéndolo en su canal. Como decía Flaubert, la nueva era democrática no necesita un Tucídides, sino un Aristófanes.
A los cándidos defensores de la democracia participativa habría que preguntarles si de verdad creen posible y deseable un sistema controlado por este tipo de gente, capaz de esclavizar a una juventud ignorante y adicta. La técnica se ha apoderado de todo y ahora resulta cada vez más fácil manipular a las masas digitales. A diferencia de lo que ocurrió en el siglo pasado, la rebelión ya no es posible y ahora solo cabe una u otra forma de sumisión, la obediencia ciega. Y nosotros, como decía la añorada Carmen Balcells, haciendo libros como angelitos trompeteros.