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Pilar Marcos

¡A la mierda! Se cumple la maldición

«El marido y hermano de dos imputados por corrupción no tiene que irse donde nos mandó su vicepresidenta Yolanda Díaz porque ya vive ahí»

Opinión
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¡A la mierda! Se cumple la maldición

Yolanda Díaz. | Ilustración de Alejandra Svriz

Aquel «¡a la mierda!» con el que Yolanda Díaz (vicepresidenta del Gobierno y líder de Restar) engrandeció sus fervorosos aplausos a Pedro Sánchez en el último Pleno del Congreso antes de las elecciones al Parlamento Europeo ha sido mucho más que un exabrupto captado por micrófonos y cámaras. Se ha convertido en la mejor sinopsis de la maldición de brujas macbethianas que padecemos. Eran tres en el relato de Shakespeare. Aquí pueden ser tres o más; habría que hacer un recuento. La que lanzó el 29 de mayo su escatológica imprecación ha tomado la delantera en el destino de su maldición: su Sumar ya ni resta, es un artefacto inservible. La lástima es que el maleficio nos atropella a todos. No sólo ella y los suyos se están yendo «a la mierda».

La maldición yolandera exhibirá mañana martes otro tremendo disparate. Álvaro García Ortiz, el fiscal general contra el Estado, pretende imponer el criterio que conviene a su jefe en la aplicación de la inmoral e inconstitucional ley de amnistía. Al igual que hizo con sus órdenes a la fiscal de Madrid para que hiciera públicos datos de un particular (el novio de Isabel Díaz Ayuso) desatendiendo, por «imperativo» (ilegal) el deber de reserva, el generalísimo García Ortiz pretende esquinar el criterio de cuatro prestigiosos fiscales del Tribunal Supremo: Consuelo Madrigal, Fidel Cadena, Jaime Moreno y Javier Zaragoza. Ha aceptado convocar este martes a la Junta de Fiscales de Sala con un aviso: si no le dan la razón hará prevalecer su criterio, que es el de Pedro Sánchez, que es el de los condenados por el procés, que es el del fugado Carles Puigdemont, que es el de imponer una ley de amnistía redactada por los delincuentes amnistiados. 

El maleficio de Restar envía así «a la mierda» la misión que la Constitución encarga al Ministerio Fiscal que encabeza García Ortiz, su inidóneo fiscal general. Esa misión (dice el artículo 124.1 de la CE) es «promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social». Qué más dará. Lo importante es la «dependencia jerárquica» (artículo 124.2), que en tiempos de maldición macbethiana se resume en ciega obediencia al amo. 

Un día después del previsiblemente doloroso espectáculo del martes, está llamado a declarar el jefe de seguridad de La Moncloa por el caso de Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno, acusada de tráfico de influencias y corrupción privada. El juez quiere saber quién en el Palacio de La Moncloa firmó, bajo las siglas P.D. y con un garabato ilegible, la citación judicial de nuestra lady Macbeth. Y eso será el miércoles 19 de junio, en el décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI como rey constitucional de España. 

Qué lejos quedan las palabras del Rey hace diez años: «Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren —y la ejemplaridad presida— nuestra vida pública». Una década después, otra vez más que nunca, los ciudadanos padecen -sin que quepa razón alguna- la amoralidad, la ausencia de ética y el rotundo desprecio a la ejemplaridad que preside el Gobierno de España. 

Por resumir: el marido y hermano de dos imputados por corrupción no tiene que irse donde nos mandó su vicepresidenta Yolanda Díaz porque ya vive ahí. Eso sí, nos ha anunciado cuál será su coraza para seguir avanzando en la amoralidad, ausencia de ética y rotundo desprecio a la ejemplaridad desde la presidencia del Gobierno: ir contra los jueces que no se amolden y contra los medios de comunicación que no le bailen el agua. 

No es imposible que este diario tenga los días contados. No hay que descartar nada. Pues esa cuenta atrás es un incentivo adicional para aplaudir, como hace diez años, unas palabras de rabiosa actualidad: 

«Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren —y la ejemplaridad presida— nuestra vida pública».

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