El ascenso de la extrema derecha en Europa
«Todo no puede reducirse a la acusación de racista, negacionista, machista u homófobo. Los mandatarios europeos deberían analizar las razones de ese auge»
En la última campaña electoral, la de las europeas, la estrategia de Sánchez continuó girando en torno a la demonización de la ultraderecha, incluyendo en esta rúbrica al PP. No pudo impedir, sin embargo, que episodios como los de Begoña Gómez se introdujesen en la campaña, pero, así y todo, la táctica continuó siendo la misma, las presuntas corrupciones se presentaron como simples dianas de los ataques difamadores y calumniosos de la ultraderecha, englobando a los jueces, a lo que se acusaba de prevaricar. Incluso llevó a su esposa a los mítines para que fuese aplaudida y vitoreada en señal de desagravio.
Desde luego esa conducta no era nueva por parte de Sánchez. Había sido su agarradera ya en otras elecciones y su coartada para que la gente se olvidase de la compra del Gobierno de la nación y de las muchas cesiones conferidas a los independentistas para conseguirlo. El cuento, sin embargo, se va agotando, porque todo se desgasta. En estas últimas elecciones, digan lo que digan los papagayos gubernamentales, el resultado para el conjunto del sanchismo ha sido malo. Si hubiesen sido unas generales, el mantenimiento del Gobierno Frankenstein no hubiera sido posible, ni siquiera incluyendo a Puigdemont.
El PSOE se ha escudado en el latiguillo de que el PP tan solo le ha sacado dos eurodiputados de diferencia. La confusión se encuentra en que en estas elecciones la relación entre escaños y puntos es muy distinta que en unas generales. En las europeas a España le corresponden tan solo 61 actas, con lo que cuatro puntos de diferencia se traducen únicamente en dos escaños, mientras en unas generales el número de parlamentarios es de 350, lo que implica que los cuatro puntos pueden traducirse en una diferencia grosso modo de 14 puestos.
Existe además un espejismo, porque la pérdida del sanchismo es mucho mayor de lo que expresan estos datos. Los resultados del PSOE no han sido peores porque se ha nutrido de los de sus aliados, con lo que el número total alcanzado por Frankenstein ha disminuido sustancialmente y augura la imposibilidad de permanecer en el poder tras unas nuevas elecciones generales.
En lo que sí ha tenido éxito Sánchez es en potenciar a la extrema derecha. No solo es que los resultados de Vox hayan mejorado, sino que ha surgido, con su ayuda, una formación política nueva en el extremo del extremo. Es posible que esta fuerza no tenga continuidad en el futuro, pero sus votantes sí están ahí, como están ahí aquellos ciudadanos que dan su apoyo a Abascal. No es buena política el ignorarlos ni se soluciona el problema condenándolos al averno. Creo que existe una simbiosis mutua. Sánchez necesita la extrema derecha para asustar a sus votantes y mantenerlos fieles. La extrema derecha, a su vez, vive de Sánchez y cuantas más aberraciones cometa y más dogmático se muestre más crecerá y se radicalizará.
«Es posible que la suma de todos los grupos de ultraderecha constituya el segundo conglomerado ideológico del Eurogrupo»
En Europa ocurre algo similar. Las fuerzas del centro –populares, socialistas, liberales y verdes- tenían las peores expectativas respecto al triunfo de la ultraderecha. Cuando han visto que al final sumaban, aunque fuese por mínimos, y que podían seguir mangoneando las instituciones europeas parece que se han quedado contentos. Pienso, no obstante, que no tienen motivo para ello.
La extrema derecha batió todos sus récords en estas elecciones europeas. En Francia la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen duplicó con 30 escaños los resultados de la coalición de ¡En Marche!, el partido de Macron. La extrema derecha ha sido la ideología más votada en Italia, obteniendo 32 escaños, los mismos que la suma del resto de partidos. En Bélgica la ultraderecha de Vlaams Belang ha vencido en estas elecciones. Los ultranacionalistas de FPÖ, el partido de oposición en Austria, obtuvo un 25,70 % de los votos, ganando los comicios. En Alemania la extrema derecha ha sido segunda fuerza, quedando con el 16 % de los votos por encima del Partido Socialdemócrata del canciller Scholz, y así se podría continuar citando otros países como Hungría, Países Bajos, Polonia, etcétera.
En resumen, es posible que la suma de todos estos grupos de ultraderecha constituya el segundo conglomerado ideológico del Eurogrupo, solo por detrás del Partido Popular Europeo, pero aventajando a la Alianza Socialdemócrata.
El resto de formaciones políticas debería preguntarse a qué se debe este crecimiento, cuáles son los motivos que inclinan a sus seguidores. La actitud tendente a estigmatizarlos, considerándolos unos apestados, es más propia de la religión que de la política. En Europa se está constituyendo un cuerpo doctrinal cerrado que toma la forma de dogma y con respecto al cual no se permite discutir. Ignorar los problemas impide darles una solución adecuada y, desde luego, deja abierto el camino para que muchos ciudadanos la busquen en otras latitudes.
«La inmigración está retando a los políticos y poniendo en aprietos en especial a los partidos de izquierdas»
Se quiera o no, son multitud los interrogantes que se ciernen sobre la Unión Europea, y no me refiero ahora a las muchas contradicciones y carencias con las que se creó y que se encuentran en los Tratados, y a los desequilibrios que como consecuencia de ellas se están generando entre los países miembros (ello merece un artículo en exclusiva), sino las adherencias doctrinales que se han ido formando como una nueva ortodoxia y de las que no se permite disentir ni siquiera discutir, una especie de mistura de feminismo, ecologismo, defensa de minorías raciales o de grupos como el de LGTBIQ+, etc. Todas ellas batallas muy respetables, pero que se convierten en nocivas al transformarse en un dogma, en un nuevo catecismo de fe, en el que no cabe el desacuerdo o la objeción, en el que no es posible ni siquiera la duda.
Hoy, en toda Europa, el tema de la inmigración, por ejemplo, está retando a los políticos y poniendo en aprietos en especial a los partidos de izquierdas, que ven cómo sus votantes se desplazan paradójicamente a formaciones a las que se califica de populistas o de ultraderecha, pero que han sabido entender y manejar el miedo al fenómeno migratorio de una amplia capa de la población, la de aquellos que pueden sufrir sus consecuencias por encontrarse en situaciones más precarias. Frente a ello, no vale esgrimir descalificaciones morales y negar el problema. La oposición de intereses existe.
No todos los ciudadanos se encuentran en la misma situación. Hay una gran parte a los que la inmigración no les genera ninguna incomodidad, y pueden adoptar sin coste alguno posturas humanitarias y magnánimas. Incluso, en ocasiones, el balance puede ser positivo, por ejemplo, muchos empresarios pueden encontrar en la llegada de inmigrantes una fuerza de trabajo barata que como ejército de reserva tire hacia abajo los salarios y empeore las condiciones laborales. Una alternativa a la deslocalización empresarial.
Cosa bien distinta ocurre para los que habitan en barrios más populares en los que mayoritariamente se asientan los inmigrantes. Por más generosos que sean, es posible que vean con recelo cómo muchos extranjeros, al tener condiciones económicas aún más precarias que las suyas, acaparan las plazas en las guarderías y en los colegios públicos. Se sentirán también desplazados en las becas y en los servicios sociales. Muchos de los que se encuentran en paro no podrán por menos que pensar que los inmigrantes son los causantes en cierta medida de que no encuentren empleo. Otros, aun cuando posean un puesto de trabajo, especularán tal vez acerca de que su salario y sus condiciones laborales son bastante peores, dado que los inmigrantes han hecho posible la precarización del mercado laboral.
«Si el Estado quiere ser social y garantizar el bienestar no tiene más remedio que poner límites a la solidaridad con los extranjeros»
Todo ello es real y entra dentro de lo humano, demasiado humano y no vale negar los hechos con argumentos falaces. Por otra parte, mantener una masa enorme de inmigrantes con la calificación de ilegales sin posibilidad de papeles y a los que por lo tanto se les impide trabajar es una invitación a la mendicidad o a la delincuencia.
La literatura universal ha recogido con frecuencia los dilemas éticos que se plantean, que no son nada fáciles de resolver. Ya a finales del siglo XIX, Zola, en una de sus mejores novelas, Germinal, recoge el conflicto que se establece entre los mineros de Montsou, quienes, ante la vida de miseria y explotación a la que se ven sometidos, se han puesto en huelga, y los trabajadores belgas, cuya pobreza será seguramente mayor, ya que están en paro, y que la dirección de la mina trae a Francia para ocupar el puesto de los huelguistas. Es evidente que del final de la novela se deduce que los únicos beneficiados de esta importación de mano de obra son los dueños de las minas.
Las migraciones no son un problema de fácil solución ni admiten posturas simples y demagógicas. Es un terreno especialmente complejo, donde confluyen las contradicciones del sistema capitalista y del Estado social, porque si realmente el Estado quiere ser social y garantizar el bienestar de sus ciudadanos no tiene más remedio que poner límites a la solidaridad con los extranjeros. Una vez más, la Unión Europea es incapaz de dar una respuesta coordinada.
Algo parecido ocurre con el cambio climático. Por supuesto que este fenómeno se producirá. La Tierra ha sufrido periódicamente este tipo de mutaciones, aunque esta es la primera vez que el hombre colabora a ello y, en consecuencia, el proceso se está realizando de forma mucha más acelerada. Todo esto es indudable, como lo es que algún día desaparecerá la raza humana y el propio planeta. La cuestión es saber si podemos hacer algo para retrasarlo y si estamos dispuestos a ello.
«Los impuestos ecológicos suelen tener poco éxito a la hora de restringir el consumo o la producción, y son regresivos»
Es preciso preguntarse si Europa en solitario puede modificar significativamente el proceso o si todo va a quedar en una dimensión testimonial, tanto más cuanto que como es lógico nadie está decidido a retornar a las condiciones de vida previas a la Revolución Industrial. Habrá que analizar si todas las medidas tienen sentido, o son fruto del rigor de un extremismo fanático, sobre todo cuando muchas de ellas tienen un alto coste, en especial para las clases bajas que son las que sufren principalmente las consecuencias.
Los impuestos ecológicos suelen tener poco éxito a la hora de restringir el consumo o la producción que se quiere evitar, pero son regresivos al ser indirectos casi en su totalidad. La postura de Europa frente a la agricultura genera también múltiples situaciones conflictivas, siendo campo abonado para que los extremistas de derechas extiendan sus redes. Y eso mismo ocurre con otros muchos temas tales como el exceso en los planteamientos feministas, la exageración en la defensa del movimiento LGTBIQ+, el lenguaje inclusivo, la violencia de género, etc.
Negarse a plantear todos estos problemas y no estudiar las contradicciones que a veces surgen, confinándose en un fundamentalismo cerril es engordar las filas de la ultraderecha. Todo no puede reducirse a la acusación de racista, negacionista, machista u homófobo. Se trata de convencer más que de vencer o condenar. Los mandatarios europeos deberían tener menos miedo y hacer más análisis de dónde se encuentra la razón de ese crecimiento.