¿Es conveniente engañar al pueblo?
«Sánchez acumula mentiras porque sabe que los suyos lo toleran. Sus votantes consideran más importante que no gobierne la derecha que respetar la verdad»
Cualquiera que considere que la democracia es un medio eficaz de gobierno dirá que engañar al ciudadano es un inconveniente. Coincido, pero la cuestión es otra. Sabemos que los gobernantes mienten, retuercen, tergiversan y manipulan lo que sobre el papel es conocido como «verdad». Me refiero a los hechos y a la palabra dada. Quizá lo que tenemos que preguntarnos es por qué ya no nos importa la verdad.
Solamente a una parte de los españoles nos escandaliza Pedro Sánchez por sus mentiras y el deterioro egoísta del orden constitucional. A otra parte, a la suya, la que comulga con ruedas de Falcon, le parece que es práctico el método de faltar a la verdad y violar la democracia liberal para contentar a los delincuentes si con ello se conserva el gobierno. Esta parte de los españoles considera que el poder se encuentra por encima de la verdad si ese poder está depositado en su partido, no en el enemigo. La verdad, por tanto, parece algo prescindible, sin trascendencia.
Los primeros, los ofendidos por tanta trola, hemos adquirido un state of mind muy particular. Las mentiras de Sánchez no nos sorprenden, son acumulativas, no varían la imagen que tenemos del presidente. Sus primeros embustes crearon una indignación inicial que se fue atemperando con la resignación.
La gente molesta con Sánchez ha ido comprobando que no tiene remedio. El ciclo de protestas que se abrió con los indultos y ha terminado con la amnistía no ha dado fruto. No obligó al Congreso a rectificar, ni movilizó lo suficiente al electorado. Tampoco va a servir frente a un tribunal. Todo esto se acompañó con una gran profusión de análisis sobre la deriva autoritaria, el paso a la democracia iliberal, el fin del Estado de derecho y demás. La maniobra sanchista se denunció tanto desde ámbitos intelectuales como populares. No caló. Podemos consolarnos con la demostración de que existe una sociedad que combate el autoritarismo, cierto, pero que no tiene la influencia suficiente.
La conclusión es que la verdad no renta en las urnas porque nos produce más felicidad la mentira útil. Y la utilidad del embuste político es apartar del poder al enemigo, como escribió Condorcet. La falsedad es lo que el político dice para conseguir el favor de la mayoría, o de las instituciones o partidos que le aseguran el poder. El engaño al pueblo conviene para llegar al gobierno o si peligra su posesión, sentenciaba Condorcet poco antes de la Revolución de 1789. Este es el método de Sánchez, que va acumulando mentiras porque sabe que los suyos lo toleran. El presidente conoce que sus votantes consideran más importante que no gobierne la derecha que respetar la verdad.
«Es mentira que una democracia liberal se fundamenta en un poder Judicial emanado del Legislativo»
El problema con la verdad va más allá. Es mentira que una democracia liberal se fundamenta en un Poder Judicial emanado del Legislativo. De ser así habría políticos nombrando a jueces que harían la vista gorda con los delitos de esos políticos y aledaños, como se quiere con los golpistas o con las tramas de Begoña y Koldo. Es falso que la libertad de prensa se regule con prohibiciones, sanciones y multas a los medios críticos impuestas por un tribunal gubernamental, como en el franquismo. La dictadura de Franco también retiraba publicidad de los medios para ahogarlos, y aconsejaba a entidades privadas que no invirtieran en determinados periódicos. Es otro modo de censurar, de eludir la verdad, de engañar al pueblo.
El próximo asalto de Sánchez es a la libertad de prensa y a la independencia judicial. Nosotros, los indignados con el sanchismo, podemos decir que es un giro autoritario impulsado por el caso de corrupción de su esposa y la necesidad de que la amnistía llegue a los políticos que le aseguran una mayoría parlamentaria. Sin embargo, los suyos verán en esas limitaciones autoritarias una utilidad para conservar el poder de Sánchez y, por tanto, apartar al enemigo.
La vida sin verdad no es vivible, escribió Ortega, lo que podemos extender a la política. La política basada en mentiras impunes, sin castigo electoral, no es democracia, es otra cosa. La verdad no se aprecia allí donde se confunde la democracia con ganar al enemigo. Solo donde la verdad ha desaparecido, como aquí, en esta España que vive una descarnada crisis desde hace diez años, es conveniente engañar, porque la falsedad consentida deja de ser engaño para convertirse en complicidad.