THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Sánchez no va a caer

«El principal elemento a favor de Sánchez es la aparición de dos partidos a la derecha del PP, que dividen el voto conservador y movilizan a la izquierda»

Opinión
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Sánchez no va a caer

ilustración de Alejandra Svriz.

La hipótesis de que Pedro Sánchez no va a caer en los próximos meses es algo que empiezan ya a asumir en la sede del Partido Popular. Su objetivo va a ser resistir en el mejor estilo de Rajoy, confiando en que el tiempo –ese gran escultor– resuelva el crucigrama del poder. Sánchez no convocará elecciones, siempre que algún evento imprevisto –y contrario al PP–no abra para él una ventana de oportunidades. Ahí radica su instinto de killer, que une el atrevimiento a la exploración de las debilidades del adversario. El juego de la política también admite la hipótesis de que sus aliados independentistas le digan: «Hasta aquí hemos llegado, adiós». Pero lo dudo.

Sánchez cuenta con varios elementos a su favor: el principal es la aparición de dos partidos a la derecha del PP, que dividen el voto conservador y movilizan a la izquierda. El voto por miedo o por repulsa ideológica funciona en ambas direcciones y España no constituye precisamente una excepción. A Feijóo le interesa congelar el encuentro para dejar que estallen las contradicciones de una alianza inviable. Diríamos que hasta la realidad, paradójicamente tan proclive a la fantasía, tiene sus límites; aunque con frecuencia no los aceptamos. ¡Cuántos de nuestros males proceden de este apego humano a franquear los límites que la naturaleza nos marca! «El mal más profundo de nuestro tiempo consiste en el irrealismo», sostuvo en una ocasión Gustave Thibon; sabias palabras para cualquier época. Quizá más para la actual que para las pretéritas.

«Las instituciones se han degradado y surgen por doquier variantes del caudillismo»

Pero no todo le sonríe a Sánchez, ni mucho menos. No, por ejemplo, la mutación cultural que se extiende a buena parte del continente. En una reciente entrevista concedida a elDiario.es, el politólogo búlgaro Ivan Krastev señalaba que «aunque parezca extraño, la economía está emigrando del centro de la política. No es que a la gente no le importe, pero tiene la sensación de que los gobiernos no pueden hacer nada». Se trata de un fenómeno ya conocido, que enlaza con la alienación contemporánea de los votantes y con una fuerte pérdida del sentido de vinculación con las instituciones. Hubo una época –por seguir con Thibon– en que «las instituciones morales, políticas o religiosas superaban y sostenían a los hombres que las representaban». Hoy ya no es así: las instituciones se han degradado y surgen por doquier variantes del caudillismo. Son malas señales para la democracia liberal.

Pero, como decía Krastev, la economía ya no ocupa el lugar central de un debate político cada vez más asfixiado por las densas telarañas del identitarismo. Hay un malestar moral que va unido a la transformación de los valores y a un paisaje que se ha vuelto irreconocible para muchos. Es el argumento que utiliza uno de los intelectuales conservadores más sofisticados de los Estados Unidos, Yuval Levin. «Nuestra defensa del capitalismo –asegura– debe ser también una defensa de las instituciones históricas: de la familia, de la religión y de la tradición». Estas mutaciones no favorecen a la izquierda. Las elecciones europeas del pasado 9 de junio son el último recordatorio.

Lo son también a nivel de voto. Y supo verlo bien Ignacio Varela en un artículo de El Confidencial titulado Somos menos. El desgaste de la mayoría electoral de izquierdas es perfectamente medible. Unidas Podemos y Sumar se devoran mutuamente en un ritual caníbal, Esquerra se enfrenta a las consecuencias de su excesivo pragmatismo y los habituales graneros socialistas han quedado esquilmados. Señala Varela en el mencionado artículo: «Acostumbrado [el PSOE] durante décadas a volar con dos motores (Andalucía y Cataluña), el primero ha colapsado para mucho tiempo y hoy los socialistas dependen desesperadamente de los votos del PSC para aparentar eso que llaman ‘resistir’». Se diría que el daño ya está hecho y que las consecuencias institucionales del deterioro no harán sino agravarse en los próximos meses y años.

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