THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Nos quieren felices y mansos

«Las emociones molestan. Son difícilmente interpretables, y aunque nos mantienen con vida, entorpecen la convivencia desde su incomprensión»

Opinión
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Nos quieren felices y mansos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Decía Antonio Machado en un celebérrimo poema que lo que se recuerda de las cosas es la emoción, y que el resto se olvida. Y yo estoy de acuerdo, querido lector. La comprensión del mundo depende de cómo el mundo te hace reaccionar. Filosofías aparte, podremos usted o yo perder dinero, peculio, familia y aun salud; pero siempre habrá un olor, quizás el perfume de un viejo amor que se idealizó tanto como se dejó de materializar, o quizás esa tierra mojada de la niñez, y entonces algo se despierta dentro, algo que nadie identifica con palabras semánticamente certeras, pero que es lo que uno termina guardándose hasta el último día.

La ternura de aquel dulce de una abuela nunca olvidada, el miedo hacia algo que nos pareció trascendental y no lo era, las risas rodeados de quienes siempre nos debieron rodear, la agitación antes del concierto de nuestras vidas, ese acorde en la radio bajo los túneles de la M-30, una caricia, un gesto, la impresión de lo cotidiano. Exacto, son esas emociones las que, como dice Machado, se recordarán mañana; el resto será polvo, ceniza, la nada.

Pero las emociones molestan, estimado lector. Son difícilmente interpretables, y aunque nos mantienen con vida, entorpecen la convivencia desde su incomprensión. Así que, en tiempo de inteligencias artificiales, quizás sea esto, el sentir humano, la conmoción de un ser que vive y padece, lo más difícil de replicar por un algoritmo. Pero en ello están, me temo.

Leo que una empresa en Japón ha desarrollado un algoritmo de inteligencia artificial que cambia el tono de voz de los clientes cuando estos se hallan molestos, cuando la presión del call center acaba por hacer que el usuario mande al carajo al que tiene al otro lado del teléfono. Evita así este cacharro que las emociones florezcan, haciendo prevalecer una supuesta racionalidad. El mensaje -según dicha empresa- permanece intacto, pero se mitiga así la agresividad, la mala vibra, y el buenrollismo woke se impone.

«No hay nada más atractivo para quien domina que la anestesia, ergo ¿podrán los algoritmos insensibilizar a la masa?»

Esta noticia, en apariencia inocente, me hizo pensar. No hay nada más atractivo para quien domina que la anestesia, ergo ¿podrán estos algoritmos insensibilizar a la masa? Observo cómo la gente se aferra al móvil sentada frente a su pareja, veo cómo la atención se pierde entre likes de Instagram y palabras hiperbólicas en LinkedIn, compruebo cómo las reflexiones y la memoria han dado paso a interminables horas de Netflix y Twitch, y no puedo por más que preguntarme, amable lector, ¿nos estarán quitando las emociones?

No es que pretenda yo hacer aquí pedagogía, no quiero sacar un libro con colores, como hacen con los niños, para identificar el rojo con la rabia y el amarillo con el amor. Pero decía también Machado, sabio donde los haya, que el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve. Dicho de otro modo: las cosas son porque miran, ven, saborean, tocan, viven. Así que mire usted por ese ojo, querido lector, porque lo que sienta al mirar será lo que permanezca cuando ya nada quede.

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