THE OBJECTIVE
Hugo Pérez Ayán

La Corona está para lucirse

«La Corona no es un simple adorno; es un símbolo de poder que, en el actual contexto democrático, ennoblece no solo a una familia, sino a toda la nación»

Opinión
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La Corona está para lucirse

Felipe VI durante su discurso de Navidad de 2015 en el Palacio Real. | EFE

Diez años han pasado ya desde aquel 19 de junio de 2014 en el que Felipe VI fue proclamado Rey de España. En esta década España ha experimentado transformaciones significativas que podrían servir de base para un alegato sobre las virtudes de la monarquía parlamentaria en tiempos convulsos, resaltando cómo aporta estabilidad, continuidad y una genuina voluntad de representar a todos los ciudadanos en una España proclive al uso partidista de las instituciones. Sin embargo, puede ser más interesante hablar sobre otro rol fundamental de la monarquía que en esta nueva etapa ha sido relegado a un segundo plano: su poder estético. Estético, en contraposición a lo meramente cosmético.

Lo cosmético puede embellecer pero resulta superficial, mientras que la estética tiene la capacidad de construir culturalmente a las sociedades, conectando a los ciudadanos, a través de símbolos, ceremonias y tradiciones, con la historia, los valores y la riqueza cultural de su país. La Corona no es un simple adorno; es un símbolo de poder que, en el actual contexto democrático, ennoblece no solo a una familia, sino al conjunto de la nación, reflejando y proyectando la herencia y la grandeza de España más allá de sus fronteras

Si hay algo que diferencia a la monarquía de otras formas de Estado es su capacidad de potenciar la imagen de una nación, de dar valor y continuidad a su historia, su cultura y su patrimonio y de imbuir de prestigio y boato a la sociedad en su conjunto. La Corona, además de una institución política que modere y arbitre las instituciones, para ser verdaderamente útil y por tanto justificar su continuidad debe potenciar su papel como símbolo de la unidad y permanencia del Estado y como su más alto representante en las relaciones internacionales. Tal vez Felipe VI haya cumplido de forma impecable su papel como Jefe de Estado que arbitra y modera, pero en aras de una imagen pretendidamente más moderna y austera, se ha alejado de su cometido como Rey de España. 

En realidad esta situación no es novedosa y ya se daba con Don Juan Carlos, pero al principio del reinado de Don Felipe hubo un conato de volver a revestir a la institución regia de su majestuosidad tradicional pronunciando en 2015 el discurso de Navidad desde el Palacio Real. Ahí quedó la cosa, pues al año siguiente, tras las críticas recibidas por parte de la izquierda, el discurso navideño volvió a la Zarzuela. Ah, la Zarzuela, ese chalecito en el Pardo con su sala polivalente que lo mismo se usa para la toma de posesión del presidente del Gobierno y otros altos cargos del Estado, como para la recepción de líderes políticos, la celebración del Consejo de Ministros presidida por el Rey, la imposición del fajín de Capitán General… Es poco digno de un país con siglos de historia que los actos oficiales que deban celebrarse en las dependencias del Jefe del Estado lo hagan en un palacete de los años 50 que para colmo ni siquiera es la residencia oficial del monarca. 

Resulta inexplicable que la Corona no esté sirviendo para poner en valor el increíble patrimonio histórico que atesora la nación española. ¿Cómo puede ser que en Portugal o Italia, sendas repúblicas, las tomas de posesión de sus primeros ministros se lleven a cabo en las antiguas residencias reales de Ajuda y el Quirinal y en España no pueda hacerse tal cosa en el Palacio Real de Madrid? Lo simbólico importa y denota lo en serio que se toma a sí mismo un país. España cuenta con innumerables escenarios históricos que hoy han sido relegados al turismo museístico, tal vez por complejo, por falsa modestia o una mezcla de ambas cosas. Por tanto, si se pretende que este sea un país respetado y respetable en el interior y en el exterior, la monarquía debe hacer bello y digno de admiración lo que hoy es meramente protocolario y convertir cualquier acto regio en un escaparate de la historia y cultura patrias. 

«La monarquía española goza de un prestigio internacional que ni el más vanidoso de los políticos podría aspirar a igualar»

Por otra parte, como ya se ha dicho, el Rey tiene un importantísimo papel como principal representante del Estado ante otras naciones, y es cierto que en este caso tanto Don Juan Carlos como Don Felipe han cumplido con creces este cometido. No obstante, la imagen exterior de España podría empezar a ganar en los próximos años una mayor presencia si se dotase de agenda internacional tanto a la Princesa como a la Infanta. El entonces Príncipe Felipe empezó desde muy pronto a realizar viajes por toda Iberoamérica y así debería ocurrir con la Princesa Leonor, a la vez que la Infanta Sofía podría reforzar el flanco europeo o viceversa. La monarquía española goza de un prestigio internacional que ni el más vanidoso de los políticos patrios podría aspirar a igualar, por lo que cuanto antes tomen el testigo las hijas de los reyes más se consolidará a futuro su imagen como máximas representantes de España, redundando en beneficio de la presencia del país a nivel global. 

Adicionalmente, a la actual Familia Real le convendría salir del aislamiento en el que se encuentra desde el comienzo del reinado filipino a raíz de los escándalos de su padre y su hermana. Además de recobrar la cercanía con su propia familia, el Rey podría agrandar su «corte» acabando con la sequía de títulos nobiliarios que empezó hace ya una década. Hoy en día un título nobiliario no implica ningún privilegio económico, sino que tienen una función de distinción social que en democracia sirven como reconocimiento a personalidades cuyas contribuciones a la Nación sean dignas de tal honor. Así venía siendo durante el reinado de Don Juan Carlos, y es una tradición que sin duda debería recuperarse como forma de inmortalizar en la historia de España a algunas de las figuras más relevantes de nuestra sociedad civil. De la misma forma que se otorgó títulos nobiliarios a personas o familias como los Valle-Inclán, Dalí, Marañón, Camilo José Cela, Margarita Salas o Vicente del Bosque, sin duda hoy existen personas con quien se podría continuar esta bonita costumbre. 

Como última reflexión, es muy posible que muchos de los elementos mencionados hayan desaparecido durante la década de reinado de Don Felipe en busca de una institución más «moderna», más centrada en la faceta política del Rey que en su faceta aristocrática. Sin embargo, cabría preguntarse, si el papel de un monarca es plenamente sustituible por el de un presidente de la República al estilo portugués, italiano o alemán, si el Rey se despoja de todo lo que le hace Rey, entonces ¿para qué sirve? Sí, la monarquía necesita de una legitimidad democrática por la que sin duda Sus Majestades Felipe y Letizia han luchado durante estos últimos diez años apostando por la transparencia, la regeneración y una mayor cercanía, pero eso no es o no debería ser incompatible con una Casa Real que brille en su máximo esplendor tradicional para irradiar de esa belleza a la sociedad española en su conjunto. Si se tiene una Corona no es para esconderla. La Corona está para lucirse.

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