Perdón por colarnos…
«’Una monarquía renovada para un tiempo nuevo’ fue el mensaje del Rey hace diez años. Y efectivamente han sido diez años de sutil renovación de la Corona»
Hace casi veinte años conocí de cerca al actual Rey Felipe VI, entonces Príncipe de Asturias. Me llamaron de la Casa Real para invitarme a un almuerzo con el Príncipe, junto a otros cuatro colegas y amigos profesores de derecho constitucional. Tras tomar una copa de jerez en el sencillo jardín de su casa recién estrenada, pasamos a un comedor y nos acomodamos todos en la mesa.
La primera sorpresa fue que, al lado de los cubiertos, cada uno de nosotros tenía una libretita alargada y un bolígrafo. La conversación, entre comida y sobremesa, duró cerca de dos horas, todas ellas dedicadas a tratar temas de derecho constitucional según los iba planteando el Príncipe. ¿Quiere ello decir que no hablamos de nada más? Exactamente, no hablamos de nada más: sólo de derecho constitucional. ¿De política, o de la vida en general, tampoco? Tampoco. Años después, en un encuentro público con motivo de la entrega de un premio, la ya Reina Letizia me confesó, quizás exagerando la nota, que lo que más le gustaba a Felipe era el derecho constitucional.
Aquel día, hace cerca de veinte años, lo pude comprobar. Sólo hablamos de derecho constitucional y se notaba que al Príncipe Felipe le gustaba el derecho constitucional. Además, una segunda sorpresa, sabía, conocía a fondo, nuestra Constitución desde el punto de vista jurídico, su letra y su espíritu, su desarrollo legal y sus posibilidades de interpretación.
En un momento dado, por ejemplo, podía plantearnos: «¿Pero este precepto no puede interpretarse en otro sentido?». «No» – y contestábamos en su caso- «porque hay una sentencia, cuya doctrina se ha repetido innumerables veces y es ampliamente aceptada, que deja bien claro que el único significado sólo puede ser este porque si no sería contradictorio con tal o tal principio o regla que hace imposible su constitucionalidad».
«De acuerdo» -nos replicaba-, «pero también hay otra sentencia en la que se dice tal cosa y tal otra que podría servir para una interpretación analógica del precepto sobre el que estamos debatiendo». «No, señor, en este tipo de preceptos no caben interpretaciones analógicas porque no se da identidad de razón, tal como determina el art. 4 del Código Civil». «Ah, de acuerdo, de acuerdo…». O bien cualquiera de nosotros daba una tercera interpretación y el debate daba un giro hacia otras posibilidades. Se notaba que el entonces Príncipe disfrutaba con estas cavilaciones y no sólo podía seguirlas desde el conocimiento sino también intervenir, objetar, dudar, afirmar o refutar.
«’Servicio, compromiso, deber’, el lema del décimo aniversario, no son sólo palabras sino que estructuran una recia personalidad»
Por tanto, le gustaba el derecho constitucional, tenía amplios conocimientos sobre la materia y, además, se mostró como persona tremendamente aplicada: la comida fue una auténtica sesión de trabajo, no una charla más en la que se intercambian opiniones. ¿Por qué? Porque la libretita alargada y el bolígrafo de los que antes les hablaba, no estaban allí en vano o, meramente, para apuntar algo si venía al caso, o para recordar alguna de las cuestiones tratadas, sino que el Príncipe estaba apasionadamente volcado a transcribir todo lo que se estaba hablando, le conté 19 o 20 páginas de apuntes, imagino que para repasar luego y probablemente poner en limpio.
Sé que después de nuestra comida convocó dos más a las que asistieron otros distintos colegas. Hablé con algunos y todos sacaron la misma impresión: un príncipe que estaba preparándose para reinar y ponía todo su esfuerzo en aprender el oficio. Además, todos consideraron también que sabía mucho derecho constitucional. «Servicio, compromiso, deber», el lema del décimo aniversario, no son sólo palabras sino que estructuran una recia personalidad.
Ayer hizo diez años que Felipe VI fue proclamado Rey tras la abdicación de su padre. Es un tópico, y una verdad, decir que han sido diez años muy duros para la monarquía. Discrepo en cambio cuando se dice: han sido los más duros de nuestra monarquía.
Porque los más duros, más difíciles y complicados, los sufrió su padre cuando a la vera de Franco fue proclamado su sucesor y Príncipe de España (que no de Asturias) ante la mirada hostil de muchos franquistas, la oposición de los monárquicos que frecuentaban Estoril y el desprecio de la oposición democrática que hasta le llegó a llamar Juan Carlos El Breve. Era un príncipe de nuevo cuño, solitario, sin papel definido y cercado por enemigos.
«No sé si el Rey Juan Carlos entiende tanto de sutilezas jurídicas como su hijo, creo que no. Pero su instinto político le bastaba»
A la muerte del dictador, empezó a despejarse el panorama y las dificultades fueron otras pero nada fáciles. Navegó entre aguas turbulentas inventando eso que ahora tanto desprecian algunos: la Transición.
Cierto que en esta navegación no estuvo solo, sino muy bien acompañado: Torcuato, Suárez, Carrillo, González y, sobre todo, un pueblo español democrático que quería ser europeo. Al fin todo lo superó y alcanzamos la democracia plena con la aprobación de la Constitución. No sé si el Rey Juan Carlos entiende tanto de sutilezas jurídicas como su hijo, creo que no. Pero su instinto político le bastaba para saber cuáles eran los límites de sus actividades públicas, que desempeñó de forma modélica, aunque desgraciadamente no puede decirse lo mismo de las privadas.
El Rey Felipe tuvo que enfrentarse hace diez años a esta mala herencia y supo hacerlo: «Una monarquía renovada para un tiempo nuevo». Este fue el mensaje de hace diez años. Y efectivamente han sido diez años de sutil renovación de la Corona, diez años muy complicados, ustedes lo saben muy bien. Pero también se nota el tiempo nuevo, que ya empezó con su boda. La Reina Letizia es una mujer de hoy, una antigua periodista, una de las nuestras que, sin embargo, sabe poner en su sitio a quien no respeta la Jefatura del Estado y, desde luego, siempre sabe cuál es el papel de primera dama que a ella le corresponde.
Pero ayer apareció, más allá de otras solemnes ceremonias recientes, otro aspecto del tiempo nuevo: las hijas de los Reyes. «Perdón por colarnos, pero nosotros tenemos algo que decir hoy…» Y lo que dijeron fue para dar las gracias a sus padres por la educación que les han dado con su ejemplo. No me extraña la emoción del sorprendido papá. El tiempo nuevo es el de la naturalidad, la simpatía, la alegría de la juventud, el contacto con los ciudadanos.
Fue inmejorable la demostración de afecto y gratitud de las hijas, los espontáneos sentimientos que mostró el padre y, al fondo, la satisfacción de la madre que había dirigido toda la obra. Como en todas las casas. Una Familia Real que también es una familia real.