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Fede Durán

Andalucía como síntoma

«Al político andaluz se le trata como a un tonto desde Madrid. En realidad, el centralismo ignora el verdadero alcance del trabajo desarrollado de Despeñaperros para abajo»

Opinión
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Andalucía como síntoma

El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, y la artista Sara Baras. | Archivo

El mecanismo que define al Estado autonómico es el llanto. Existe, como todo el mundo sabe, una configuración teórica que concede a Navarra y País Vasco el privilegio de una hacienda propia, preserva el uso de las lenguas cooficiales, consagra el principio de solidaridad entre los pudientes y los rezagados y define al Senado como cámara territorial. En la práctica, sin embargo, no existe medio más eficaz para el progreso que el independentismo. 

Podría compararse lo que Teruel recibe con lo que obtiene Cataluña, pero resulta más equitativo medir al exmotor económico de España con Andalucía, una comunidad con alrededor de un millón más de habitantes y un territorio sólo superado en extensión por Castilla y León. A tenor de las maniobras que se perfilan en la siempre bulliciosa Barcelona, es posible que Salvador Illa sea investido president gracias a ERC, vieja aliada de la era de los tripartitos I y II, a cambio de notables cesiones desde el Gobierno en el plano fiscal. Si Esquerra aspira al concierto económico vasco-navarro, un chollo para esas regiones, es probable que Sánchez e Illa le vendan un sucedáneo descafeinado que, no obstante, implicará un avance en el autogobierno y, quizás, contribuciones menores a la caja solidaria.

La política andaluza es en esencia mediocre porque está basada en el sucursalismo, no se nutre de los elementos más brillantes de la sociedad y apenas alza la voz en favor de los intereses críticos de la comunidad. Cuando en Madrid gobierna el PSOE y en Sevilla el PP, igual que cuando ocurría al revés, unos y otros se lanzan dardos (muy pequeños, poco intimidantes) achacándose este olvido o aquel bloqueo, pero resulta básicamente imposible que un presidente andaluz, representante de 8,6 millones de habitantes, construya un discurso contundente con la idea de recordarle al Estado su importancia no sólo demográfica o geográfica, sino también simbólica. ¿O acaso alguien se imagina a España sin Andalucía?

Como consecuencia de esta languidez, las infraestructuras pendientes se eternizan y por si fuese poco todavía hay que someterse al recordatorio de que el AVE llegó en 1992 antes a Sevilla que a Barcelona. Una afrenta sin duda imperdonable. 

Al político andaluz se le trata como a un tonto desde Madrid. En realidad, el centralismo ignora el verdadero alcance del trabajo desarrollado de Despeñaperros para abajo por la clase dirigente meridional, afanada en que la única muestra de algo parecido a una sociedad dinámica sea el folclore. Ajeno a cualquier tipo de compromiso reivindicativo (mejores hospitales, más escuelas y personal docente, carreteras bien conservadas, trenes que enlacen de verdad las zonas opacas del territorio), el andaluz de a pie se desvive por la feria, la Semana Santa, los carnavales y El Rocío. Lejos queda aquella fenomenal odisea que permitió a Andalucía votar su propio estatuto de autonomía.

«Que empresas andaluzas con opciones de valer algún día más de 1.000 millones sean absolutas desconocidas, no ya para el ciudadano estándar sino para los diputados del Parlamento regional, es un síntoma claro de dejadez»

En tiempos de geoeconomía, inteligencia artificial y compañías tecnológicas más potentes que naciones enteras, desde Andalucía se anuncian campos de golf y promociones inmobiliarias, se despejan los cascos históricos para que el turista extranjero tenga donde alojarse y se le ponen velas a santos y vírgenes a los que el bienestar andaluz no quitará jamás el sueño. Que empresas como Freepik, Universal DX, Genially, CoverManager o Smartick, todas ellas con opciones de valer algún día más de 1.000 millones, sean absolutas desconocidas no ya para el ciudadano estándar sino para los diputados del Parlamento regional, es un síntoma claro de esa dejadez. 

No hay varitas mágicas, sólo sentido común. El político andaluz tiene que prepararse, estudiar y, a ser posible, trabajar unos años en el sector privado antes de ingresar en un cargo público. Después debe sentir los colores, analizar los déficits, ayudar a construir un entorno mejor y aprender a llorar como lloran Junqueras o Puigdemont. De lo contrario, siempre será una medianía, condenando a su tierra, como ocurre desde hace décadas, al triste papel de un parque de atracciones conformista y reseco. La idea del Partido Andalucista era buena, la ejecución fue pésima. 

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