Los extremos ya han ganado en Francia...
«Lo más grave de este embrollo son sus repercusiones europeas: una precariedad política francesa debilitaría el eje francoalemán, ya tocado por la debilidad de Scholz»
Sylvain Tesson, uno de los mejores escritores franceses vivos (y más populares: tal vez por ello sea hoy víctima del galopante wokismo galo: algunos de sus correligionarios le han impedido, por su supuesta amistad con autores de extrema derecha, apadrinar el benemérito festival La Primavera de los Poetas) suele decir que los franceses viven en el Paraíso pero están firmemente convencidos de habitar el Infierno.
Cuán cierto y cuán bien lo reflejan estas elecciones legislativas anticipadas en Francia, convocadas por un Macron ludópata e irresponsable a la media hora de conocerse los resultados en la europeas.
La situación francesa no era globalmente mala ni en lo social, ni en lo económico, ni siquiera en lo político: el Gobierno conseguía, a pesar de no tener mayorías parlamentarias, sacar adelante los principales proyectos legislativos. Y el Estado de bienestar hexagonal sigue siendo uno de los mejores del mundo.
Sin embargo, pareciera que el electorado francés solo tiene dos posibilidades: o el Reagrupamiento Nacional de la “desdiabolizada” Marine Le Pen, gran vencedora de las europeas (su delfín Jordan Bardella obtuvo un 32%), apoyada ahora por una parte de la derecha gaullista radical y disidente, o bien el nuevo Frente Popular de las izquierdas (que abarca desde el otrora muy ortodoxo Partido Socialista, pasando por movimientos radicales, ecologistas, comunistas e “insumisos” de toda índole, bastante antisistema y con relentes antisemitas). En definitiva: votar a la extrema derecha, contraria a la inmigración o bien a la extrema izquierda, wokista y pro Hamás, bajo la sombra de un atrabiliario Jean-Luc Mélenchon que sigue con la espinita clavada de las últimas presidenciales.
Nada más alejado de la realidad: en un sistema como el galo, a doble vuelta, el tercer candidato en discordia, ya sea un centrista, macronista, gaullista o independiente bien podría salir elegido, en el mano a mano final con un adversario de extrema derecha o extrema izquierda, resolviendo así el falso dilema de los candidatos ultras. (Manuel Valls propugna, incluso, que en las circunscripciones donde los dos candidatos en la segunda vuelta sean un lepenista o un “insumiso”, lo indicado y sano sería votar en blanco).
Dicho todo lo cual, si se analiza la jugada de Macron, actuando presa de un bonapartismo desenfrenado, en busca de un plebiscito: ¿qué obligaba al presidente a trasladar los resultados de las europeas a unas legislativas? ¿Por qué no consultó con nadie la disolución? ¿Por qué acorta, de este modo, el recorrido del primer ministro Attal, su peón de brega? Y lo más importante: ¿qué diantres se verá obligado a hacer el día después de las elecciones, si son los diputados de Le Pen o del Frente Popular los que obtengan los mejores resultados, pero no tienen mayoría absoluta en la Asamblea? ¿A quién nombrará primer ministro? ¿Qué sentido tendrá una cohabitación de ese tipo? ¿Se verá forzado a adelantar unas presidenciales a las que, por ley, no puede concurrir?
Un primer ministro francés de extrema derecha o extrema izquierda sería peligroso además de inédito. El futuro de Francia concierne a toda Europa.
Con todo, lo más grave es que todo este embrollo tiene graves repercusiones a nivel europeo: el eje franco alemán ya anda tocado, por la debilidad del gobierno alemán de Scholz. Una situación política francesa precaria no haría sino ahondar en la debilidad del tándem, en unos meses previos a las elecciones estadounidenses, que pueden propiciar el regreso del disruptivo Trump al poder.
Un primer ministro francés de extrema derecha o extrema izquierda sería peligroso además de inédito. El futuro de Francia concierne a toda Europa.
Coda 1) Milei sobre hojuelas. El uso de una medalla, de la que nadie sabía nada hasta ayer, para hacerle la guerra sucia a Sánchez demuestra dos cosas: que Ayuso no pierde ocasión de ampliar su dominio de la lucha frente a Sánchez, en el pulso que mantiene en torno a expediente fiscal de su novio (pero que va más allá de esta escaramuza). Y, sobre todo, que la ampliación la lleva a cabo respecto a Feijóo, con la vista puesta en el momento en que se trate de derribar a Pedro Sánchez. No es que Ayuso quiera ocupar el lugar de Feijóo en este momento: es que ya se prepara para ser ella la que pueda hacerle frente si Feijóo sigue fracasando con sus victorias. Y si de paso la medalla a Milei representa menos votos para Abascal, milei sobre hojuelas.
Coda 2) Guerra de fiscales. El gobierno está ganando, de momento por la mínima, la guerra entre fiscales sobre la aplicación de la ley de la Amnistía a los independentistas. Pronto se trasladará la misma contienda a los jueces, donde se prevé una sonoro choque entre el Supremo y el Constitucional, actuando de árbitro el Tribunal Europeo. Que sea Europa el árbitro final tiene bastante de justicia poética. Europa, que nunca quiso tomar realmente partido en lo que siempre fue un ataque frontal a la idea europea.
Coda 3) Por una letra. Décimo aniversario del reinado de Felipe VI. En tono menor, sin razón ni siquiera coartada, apenas salvado por la simpática intervención, fuera de protocolo, de las hijas de los reyes. Ojalá sea Felipe el último monarca bajo el cual el himno suene significativamente mudo. Bastaría con copiarle el estribillo al himno de la corona prima de los belgas: “El rey, la ley, la libertad”.
Coda 4) El Positivo. Gran noticia la aparición de una plataforma dedicada a las buenas noticias. Predicando con el ejemplo.